SPECTATOR IN BARCINO
Junts en Calella de Puigdemont
Este fin de semana Junts celebra congreso en Calella. No hay noticia de ninguna ponencia para rebautizar a la localidad del Maresme como Calella de Puigdemont, al estilo de El Ferrol del Caudillo o Quintanilla de Onésimo, aunque todo es posible.
Simone Weil equiparaba los partidos a pequeñas iglesias laicas: «Un maravilloso mecanismo en virtud del cual, a lo largo de todo un país, ni un solo espíritu presta su atención al esfuerzo de discernir, en los asuntos públicos, el bien, la justicia, la verdad». ... En la España actual, lo más parecido a esas iglesias laicas o, todavía peor, sectarias, es el PSOE de Pedro Sánchez y Junts, de Carles Puigdemont. La preposición 'de' no es baladí: ambas formaciones están a merced de su mandamás en sendos congresos donde no habrá candidaturas alternativas ni debates sobre la gestión cesarista.
El primero de estos cónclaves a mayor gloria y masaje del líder carismático lo protagoniza esa cosa llamada Junts. Cosa que en su día fue Convergència Democràtica de Catalunya. Debelado por la corrupción, el partido pujolista mutó en el PDeCat. Hoy es la secta de un Puigdemont que aspira a ser 'president de Catalunya' sin haber ganado nunca las elecciones. Es sabido que en todos los partidos la jerarquía pone a sus adictos en las listas electorales o les proporcionan cargos sufragados con dinero público. Ocurre en todos los partidos, pero cuando degeneran en sectas, la patología acrítica provoca metástasis.
Este fin de semana Junts celebra congreso en Calella. No hay noticia de ninguna ponencia para rebautizar a la localidad del Maresme como Calella de Puigdemont, al estilo de El Ferrol del Caudillo o Quintanilla de Onésimo, aunque todo es posible.
Con el 'procés' Junts dimitió del centroderecha que fue Convergència para pescar en el río revuelto del independentismo más recalcitrante. Burgueses jugando a revolucionarios… Nada más patético desde los «señoritos de mierda» del PSUC que retrató Juan Marsé en 'Últimas tardes con Teresa'.
Para que su posición de Pretendiente a la República Catalana no sea perturbada, Puigdemont promociona, aunque parezca difícil, a gente más mediocre que él. Un organigrama de la crónica de Daniel Tercero en ABC ilustra la afirmación de Jonathan Swift hace más de tres siglos acerca del ascenso de los necios en la política: aquellos «de más escaso nivel intelectual, sin ninguna cualificación» cuya única función es adular al líder y asentir a sus ocurrencias: fuera del partido no serían nada.
Enumerar a la tropa de Junts suena a convocatoria de un seleccionador de sicofantes. En el cogollito de confianza, el risueño Rull, el tristón Turull, el rural Batet y la faltona Míriam Nogueras. En Europa, el eurotrepa Comín y el cultureta Puig Gordi. Para la defensa jurídica: Boye, el hombre que estudió Derecho en prisión donde estaba por colaborar con ETA; y Alay, el amigo de los rusos. Como valor en alza, Antoni Castellà: acaba de fusionar Demòcrates, escisión de Unió Democrática que cabía en un taxi, con Junts. Para quien no conozca al «valor en alza», digamos que se distingue por su frondoso tupé, su gracia de palmero cada vez que canta 'In-indé-independenciá' y la energía que demostró el 8 de agosto abriendo paso al Amado Líder cuando montó el numerito y luego volvió a darse el piro. Para las ocurrencias, por supuesto no vinculantes, el bifugado cuenta con Anna Erra, la alcaldesa de Vic que ponía altavoces cada tarde -modo minarete islámico- para que sus vecinos perseveraran en el camino a la independencia. Agustí Colomines, muñidor de cargos desde la época convergente y Jordi Puigneró, devoto del espacio orbital y del Institut Nova Història, aquel que asegura que Cervantes se llamaba Servent y escribió el Quijote en catalán.
Con esta alineación -o tal vez alienación- la jefatura del bifugado está más que asegurada. Quienes ansíen un adarme de pragmatismo -reencarnar al centroderecha- abandonen toda esperanza.
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