La inquietante regresión del PSOE sanchista
«Si en 1934 el pretexto para subvertir el resultado de las urnas que dieron la victoria a las derechas fue el miedo al fascismo, el alibi de 2025 es etiquetar de fascista al adversario político»
'Els bons': esa corrupción de los demonios
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Iniciar sesiónCuando no hay nada que ofrecer a la ciudadanía, el líder opta por el caos. Lo hizo Stalin en los procesos de Moscú, Mao con la Revolución Cultural; lo hizo una Convergencia podrida por la corrupción pujolista: Mas abrió las espuertas del 'procés', sus ... humeantes barricadas y los CDR. Lo hace Netanyahu prolongando la guerra en Gaza hasta extremos insostenibles para tapar los casos pendientes de corrupción.
En eso se parece a Pedro Sánchez. Con la familia y el partido entre la espada y la pared sobrevive aferrado al genocidio. La injusticia es preferible al caos (Goethe dixit), pero el Maquillado prefiere el frentepopulismo. Aquella portada de Ramón en el Hermano Lobo de 2 de agosto de 1975: «¡¡O nosotros o el caos!!» clama el político desde la tribuna. «¡¡El caos, el caos!!», responde la masa. «Es igual, también somos nosotros», zanja el orador.
En el XXVIII congreso de 1979, centenario de su fundación por Pablo Iglesias, Felipe González afirmó que «se ha de ser socialista antes que marxista», que era lo mismo que adaptar el partido a las verdaderas demandas de la España del momento en lugar de condenar la España del momento a la ideología del partido. La pureza ortodoxa daba paso a la gestión tecnocrática. A quienes coqueteaban con el maximalismo rupturista, les decía que «esta Constitución es la que nos permite vivir en paz y en libertad». Tres años después, Felipe no contemplaba su mayoría de 202 diputados como una dádiva absolutista; los votos no socialistas se le prestaron para un objetivo: «que España funcione».
En lugar de aprender del consenso, el hacedor de muros Sánchez, prefiere el espejo del PSOE que dinamitó la II República. De la socialdemocracia de Felipe en 1979 al bolchevismo de Largo Caballero en el 34. La izquierda derrotada en las urnas tomó el atajo golpista en la cuenca minera de Asturias. Aquel octubre revolucionario, señalaba Josep Pla en La Veu de Catalunya, fue obra «del socialismo y del comunismo en comandita con los hombres de Esquerra».
El pretexto para reventar Oviedo con dinamita fue la amenaza internacional del fascismo: Mussolini, Hitler y la dictadura y posterior asesinato del canciller austriaco Dollfuss. Para parar al fascismo el PSOE acabó en brazos del estalinismo gracias al celo del doctor Negrín. Si de los comicios del 36 el Frente Popular hubiera salido derrotado, advirtió Largo Caballero aquel 10 de febrero electoral, los socialistas «irán a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos».
La regresión es un mecanismo de defensa: el retroceso del «yo» a un estadio anterior del desarrollo. Así se da respuesta a pensamientos o situaciones a las que ese «yo» es incapaz de adaptarse. Herido por las investigaciones que le son adversas, con las cartas marcadas a punto de agotarse y las encuestas en caída libre, a Sánchez solo le queda el radicalismo que agita el espantajo de la ultraderecha. El sanchismo que «regresa» a los años treinta -como su maestro Zapatero- asume la estrategia totalitaria del socialismo unificado con el comunismo.
Si en 1934 el pretexto para subvertir el resultado de las urnas que dieron la victoria a las derechas fue el miedo al fascismo, el alibi de 2025 es etiquetar de fascista al adversario político y asaltar las calles con el pretexto del genocidio en Gaza. Todo está permitido si se hace contra la derecha sionista y reaccionaria, proclama el presidente.
A falta de apoyos parlamentarios sólidos y presupuestos, el Resistente amaga con gobernar sin el Congreso y aduce que un adelanto electoral sería una pérdida de tiempo. Es la regresión del PSOE sanchista. Inquietante.
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