Las secuelas de ETA 36 años después del ataque a la casa cuartel de Zaragoza
Beatriz Sánchez Seco arrastra un cuadro de estrés postraumático que le dificulta el sueño y la atención
Cumplía cinco años el 11 de diciembre de 1987, cuando el edificio donde vivía con su familia saltó por los aires
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Madrid
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Iniciar sesiónOlvidar la fecha de tu cumpleaños es difícil. Pero lo es más para Beatriz Sánchez Seco, a quien ETA regaló en su quinto aniversario el asesinato de los niños con los que jugaba en su patio de vecinos. Aquel 11 de diciembre de 1987 ... se despertó a las 06.12 de la mañana con la puerta de la habitación donde dormía con su hermano y parte del techo sobre ella.
La bomba que estalló en uno de los accesos laterales de la casa cuartel de la Guardia Civil donde trabajaba su padre y residía toda la familia se llevó por delante la vida de seis niños y cinco adultos. Otras 88 personas resultaron heridas de diversa gravedad. Los terroristas estacionaron un coche bomba con 250 kilos de amonal que estalló, accionado en remoto, mientras las 40 familias que vivían en el edificio de cuatro plantas dormían. A los agentes que vigilaban en la calle no les dio tiempo a avisar, aunque sospecharon del vehículo.
La vida de Beatriz siempre ha estado condicionada por aquel macabro atentado. Esta misma semana, cuando se enfrentó a un juicio laboral tras el que espera conseguir su incapacidad permanente, reexperimentó los hechos en el momento que su abogada tuvo que explicar a la juez que es víctima de un ataque de ETA.
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Llega a la cita con ABC este miércoles, en el Parque de la Esperanza de Zaragoza donde una vez estuvo el cuartel de la Benemérita, ayudada por un bastón. Recientemente la han operado de la columna. «Nunca se ha acreditado en un informe médico que la escoliosis, que fue degenerando, proceda del atentado. Pero hay muchas posibilidades de que sea así. Lo mismo ocurre con las migrañas, que arrastro desde entonces», explica ya sentada en una cafetería.
De lo que no caben dudas es del diagnóstico que se repite en los informes clínicos desde 1988 hasta la fecha: «Cuadro ansioso con síntomas postraumáticos ante estímulos relacionados con el atentado. Pesadillas, incremento de la activación con alteraciones del sueño, irritabilidad, dificultades de concentración, tensión muscular e inquietud y malestar emocional».
El primero de esos informes, redactado a máquina por Pascual Ruiz Iribarne, capitán médico jefe de los servicios sanitarios del 42 tercio de la Guardia Civil, data del 29 de junio de 1988, el día que Beatriz recibió el alta después del atentado. Tuvieron que pasar 201 días hasta que la niña pudo completar su primer tratamiento, con resultado de «lesiones psíquicas permanentes no invalidantes».
En la sentencia de la Audiencia Nacional, sin embargo, aparece que recibió el alta 30 días después del atentado, reconocido por Henri Parot. Ahora, el sumario de aquella causa está reabierto en los Juzgados Centrales para abordar la posible responsabilidad del exjefe de ETA José Antonio Urrutikoetxea, alias 'Josu Ternera', en los hechos. Será juzgado cuando Francia acceda a entregarle a España.
Una gran familia
Para la ahora adulta y madre Beatriz es muy difícil leer el diagnóstico de sus propios informes, revivir aquellos hechos. Pero permite a este periódico que los consulte porque es consciente de la importancia de «dar voz a las víctimas». Siente la responsabilidad de contar a niños y jóvenes como su hijo, aún en primaria, lo que ocurrió y cuáles son los efectos, a día de hoy, de los atentados de ETA.
«Aquí mismo, en Zaragoza, nos cuesta muchísimo que la gente quiera colaborar. Es nuestra generación la que tiene que moverse. Si queremos que los niños realmente conozcan la verdad, la tienen que saber desde el punto de vista de la propia víctima y no de lo que quieran las editoriales», afirma. A día de hoy, permanece en contacto con víctimas de otros atentados con las que ha cultivado amistad. Las vidas de aquellos que eran niños cuando ETA fue contra sus padres han ido en paralelo a la suya.
«Esto nunca se supera. Me preguntan la fecha de nacimiento y a veces digo la del atentado»
Beatriz Sánchez Seco
Víctima de ETA
Hace poco, en un encuentro con víctimas, una de las residentes en la casa cuartel de Zaragoza, recordó que había días que «si no le gustaba lo que había para comer en su casa, se bajaba a la de la vecina y le preguntaba: 'Puri, ¿qué tienes para comer'? Aquí, las puertas de las viviendas estaban abiertas, éramos como una gran familia», relata Beatriz mirando la plaza donde ahora se encuentra el conjunto escultórico 'Monumento a los niños', obra de Carlos Pérez de Albéniz, tratando de ubicar las partes del anterior cuartel. «Dentro teníamos un economato y había gente que venía a comprar porque les salía más barato que en algunos supermercados de la zona. El cuartel también estaba integrado en el barrio», relata.
Todos los años, el domingo posterior al día 11 de diciembre, una marcha recorre 20 kilómetros desde el puesto de la Guardia Civil de Casetas (Zaragoza) hasta el monolito de la plaza con los nombres de los fallecidos: las gemelas Miriam y Esther Barrera Alcaraz, de 3 años con las que Beatriz jugaba y su tío Pedro Ángel Alcaraz Martos, de 17; el guardia civil Emilio Capilla Tocado, de 39, su esposa María Dolores Franco Muñoz, de 36 y su hija Rocío Capilla Franco, de 14; José Julián Pino Arriero, de 39; su esposa María del Carmen Fernández Muñoz, de 38, y su hija Silvia Pino Fernández, de siete; José Ballarín Gavá, de 31, y su hija Silvia Ballarín Gay, de 6.
El terrorismo, en su destino
El padre de Beatriz era conductor de presos. Vivía en los cuarteles de la Guardia Civil donde estaba destinado porque en cualquier momento se le podía encargar que llevase a los detenidos a prisión. Estuvo en los municipios de Lecumberri y Los Arcos (Navarra) ante de trasladarse con su esposa y sus dos hijos a Zaragoza.
Cuatro años después del atentado de la casa cuartel de la capital aragonesa, el 25 de abril de 1991, ETA también colocó un coche bomba con 40 kilos de explosivos en el bloque donde residían las familias de ocho guardias civiles en el pequeño pueblo navarro de Los Arcos. La anterior residencia de Beatriz, el lugar donde vivió sus primeros años, tuvo que ser derruida por los estragos del atentado. En aquella ocasión no hubo víctimas mortales. Siente que el destino de la banda terrorista estaba en su camino. Si hubiera seguido viviendo allí, tampoco se habría librado.
Después del atentado de Zaragoza, su infancia y adolescencia quedó marcada por el miedo. «Mis padres desconfiaban mucho a partir de ese momento. Yo no podía decir que mi padre era guardia civil, sino transportista de chorizos (que en parte era verdad...) -pone un poco de humor-. No he tenido los cumpleaños, las navidades, y los días festivos que todo el mundo tiene. En esa época, los guardias civiles lo eran todo el día, no tenían turnos. A mí no me dejaban traer niños a casa. No me dejaron hacerlo hasta 1990, cuando nos trasladamos a nuestra casa propia. Sólo me permitían que vinieran tres personas hasta la adolescencia. Y los tres eran conocidos por la familia. En uno de mis primeros trabajos, los jefes y propietarios eran vascos. Ya estaba casada y mi padre me dijo: 'Pon tu dirección, no la mía, porque si son vascos sólo hay dos opciones: o pagan o les pagan y cualquier cosa no es grata. No nos podemos fiar'».
«Los niños, como mi hijo, tienen que conocer la verdad a través del testimonio de las víctimas»
Beatriz Sánchez Seco
Víctima de ETA
En la vida adulta, la influencia de ese momento traumático tampoco ha desaparecido. «Ha influido en estar siempre en estado de alerta. A la mínima que sale alguna noticia, siempre te viene el recuerdo y cuando se van acercando las fechas, hay mucha más reexperimentación. A lo largo del año, no hay un mes que no piense en ello. A día de hoy, no hay día que no te estén recordando lo que es ETA...más aún con las negociaciones. Para Otegi, nosotros éramos víctimas colaterales. Dijo que los etarras no querían matarnos a nosotros. No, claro, querían matar a la cantera de la Guardia Civil, a ellos y a todos los que estuvieran ahí. Eso no es un daño colateral. Un daño colateral es el motorista que murió atropellado por la ambulancia que venía a socorrer. Yo vivía aquí, era el objetivo o la diana», afirma con enfado.
Recuerda a las víctimas del País Vasco. Ante la posibiliad de que Arnaldo Otegi, coordinador general de Bildu, sea lehendakari, es tajante: «No debería. Y de hecho, tendría que estar fuera de las listas por haber estado imputado. En caso de que lo acabe siendo, me dan mucha pena las víctimas de allí. Si nosotros aquí estamos sufriendo, allí mucho más. A las víctimas siempre nos han utilizado y que Bildu sea decisivo para que Pedro Sánchez forme gobierno me parece penoso y una vejación», considera Beatriz, también implicada en la política de Zaragoza como miembro del grupo municipal de Ciudadanos, volcada en el distrito de Las Fuentes.
Reexperimentar
Esta semana que acaba, importante para todo el país con la mirada puesta en la negociación de la ley de amnistía entre el PSOE y los independentistas catalanes que permitirá a Pedro Sánchez ser investido presidente, ha sido también muy relevante para ella en lo personal y profesional. Se celebró el juicio en el que pide la incapacidad total -para desempeñar un trabajo distinto al suyo, es teleoperadora- o absoluta -para no poder desempeñar ningún trabajo- por su estado físico y psicológico. Además de su problema de espalda, el Covid le ha dejado secuelas y a eso se suma el estrés postraumático del atentado que tuvo que volver a recordar ante la juez.
«Esto nunca se supera. Es hablarlo y la emoción es innegable. Cuando la abogada lo mencionó en el juicio, no pude evitar echarme a llorar. No es lo mismo sufrir un atentado siendo adulto que niño y además siendo el día de mi cumpleaños. Te acuerdas sí o sí. Muchas veces me preguntan la fecha de nacimiento, me quedo dudando si es el 82 o el 87 y a veces digo la del atentado».
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