Análisis
¿Y si el acuerdo lo firma Sánchez en Waterloo?
Puigdemont no quiere tanto el regresar a España, sino que España le reconozca como actor político y como interlocutor
Ganas de España, con ganas (26/07/2023)
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Iniciar sesión«Es duro y paradójico para un independentista tener que aceptar que las negociaciones que importan son sobre el Gobierno y no las del Parlament», ha dicho esta semana Puigdemont a uno de sus periodistas de confianza.
El PSOE, en la no menos dura ... paradoja de depender de un prófugo para formar el gobierno, entiende que no puede plantear en Europa la concesión de ningún referendo sobre la autodeterminación, pero sí puede solicitar la ayuda de las instituciones comunitarias para cerrar definitivamente las heridas con Cataluña, favoreciendo el regreso de Puigdemont, sin pasar por la cárcel y el fin de las consecuencias judiciales del proceso independentista de 2017.
Puigdemont está dispuesto a negociar y no por generación espontánea. Era ya su estrategia cuando le pidió a Xavier Trias que se presentara a la alcaldía de Barcelona y que ganara. La pretensión del forajido era que Junts tomara impulso con aquella victoria y estuviera en disposición de obtener ni que sólo fuera un diputado más que ERC en las elecciones generales, para convertirse en el principal interlocutor del Gobierno en Cataluña. Trias ganó pero no fue alcalde, y Junts empató a la baja con los republicanos, pero sus escaños han resultado ser los decisivos. Aunque por caminos menos brillantes que los que originalmente deseaba, Puigdemont está donde había planeado. No se sabe aún cuál será su precio, pero no hay duda de que éste es el escenario en el que quería explorar sus posibilidades.
Está en el ánimo socialista una mezcla de confianza y de prudencia. Creen que hay partido. Los líderes y los operarios del partido se han tomado unos días de vacaciones y no parecen inquietos respecto de sus posibilidades de convencer al presidente fugado para evitar la repetición electoral. Ven en la frase: «Tener la llave es circunstancial. Un día la tienes y al día siguiente no, y no podemos perderlo de vista», que Puigdemont escribió en sus redes sociales, una invitación a la negociación desde posiciones realistas.
Pero también saben que el pastelero de Amer es demasiado sensible a las presiones de su grada más irredenta: en 2017 iba a convocar elecciones autonómicas y acabó declarando la independencia porque se sintió acusado de traidor por la facción más radical de los suyos; tal como en 2019, cuando ya había acordado con el PSC la Diputación de Barcelona, quiso hacer saltar el acuerdo por los aires también en el último suspiro y por el mismo motivo, aunque en aquella ocasión, David Bonvehí, líder del PDeCAT, evitó que el procesado rebelde se saliera con la suya. Por lo tanto, es lógico que haya pocas fanfarronadas y mucha discreción en los socialistas, y que extremen el cuidado en su gestualidad y lenguaje para evitar que los independentistas más extremos puedan tener la sensación de que su líder está siendo comprado.
¿Qué quiere Puigdemont? Lo primero, que no le puedan acusar de parecerse a Junqueras, para poder seguir insultando a Esquerra. El odio a Junqueras y a su partido es nuclear en el expresidente y el motor para lograr su principal objetivo que es el de ganar las próximas elecciones autonómicas.
Lo segundo que quiere no es tanto el regresar a España sin ir a la cárcel —cosa que por supuesto pretende, pero en unas condiciones determinadas— sino que España le reconozca como actor político y como interlocutor. Que el Gobierno esté dispuesto a pedir la colaboración de Europa para acabar con la «persecución judicial» —según la terminología independentista— tiene que ver con el simbolismo, tan ansiado por parte de Puigdemont, de «internacionalizar el conflicto» y de su restitución como líder serio en la UE. Sin tener que pedir ninguna concesión legal o económica, ni ninguna transferencia competencial, marcaría distancias con Junqueras, al que podría acusar igualmente de no saber negociar, de haber vendido la causa por haber negociado no más que la salida personal de los indultos; y él podría anotarse el tanto de haber atraído al Gobierno y a Europa al «marco mental del 1 de octubre».
A sus colaboradores de confianza no les han mandado mensajes de altisonante desprecio sobre los socialistas y el hecho de que le necesitan para formar gobierno. Simplemente les ha dicho: «aquí les estoy esperando». Esta rehabilitación de la figura política de Puigdemont podría pasar por algo tan simbólico como que el acuerdo se cerrara en una visita de Sánchez a la Casa de la República en Waterloo. Es el tipo de victoria que espera, para que su regreso, que no tendría que ser inminente y podría negociarse a lo largo de la legislatura, se pueda parecer lo más posible al de Tarradellas y lo mínimo a un delincuente huido que se cuela de noche por la frontera.
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