Miseria en dos polígonos de Ceuta y Melilla al no abrir Rabat las aduanas

El Tarajal y La Frontera son el fiel reflejo de la asfixia económica que supone para las dos ciudades autónomas la falta de una aduana comercial con Marruecos

España emite una queja formal ante Rabat por llamar a Ceuta y Melilla «ciudades marroquíes»

Imagen del polígono La Frontera, en Melilla, con las naves cerradas J J. M.

Juan José Madueño

Melilla

En una esquina del polígono La Frontera de Melilla, cerca del único paso abierto a Marruecos, una pequeña tienda, dos varones cargan en un coche material. Una vida casi furtiva dentro de este polígono, que en otro tiempo era un lugar de ebullición, ... de gran movimiento económico donde se podían comprar especias o cambiar los frenos al coche. Se podía adquirir de todo.

Igual que en el Tarajal, donde un pequeño bar y un minibazar reciben al visitante por el paso de porteadoras para pasar luego a las naves desoladas, cerradas, sin vida y sin nadie por las calles. Sólo algún mecánico, alguien que abre una puerta y alguna tienda que volvió con la esperanza de llegar a final de mes. No hay más. Son los efectos del cierre al paso de mercancía y de la desaparición del porteo. Sin aduana comercial, no hay vida.

La pandemia lo clausuró todo. En Melilla, el lugar donde los porteadores hacían la cola es ahora un descampado, con los hierros preparados para la cola oxidados y el paso del Barrio Chino cerrado a cal y canto. Célebre por la tragedia del 24 de junio con 23 muertos, más que por ser el lugar por dónde el contrabando daba vida a buena parte de la ciudad. «En cuclillas, esperaban su turno para pasar. Había de todo, hasta discapacitados. He visto a una persona ciega cargar bultos para Marruecos», señala Ibrahim, vecino de Las Caracolas, el barrio de casas prefabricadas junto a la estructura para la fila de porteadores.

Ya se han quitado hasta los carteles sobre el ejercicio de esta actividad. Está a erradicar. Denuncias de competencias ilegal, contrabando y contra los derechos humanos por la explotación de las mujeres, que se jugaban la vida en los estrechos 'tubos' acotados de hierros de la frontera para pasar con la esperanza de llevar a casa 20 euros ese día.

Los taxistas recuerdan como hacían una fortuna cada día en carreras cortas. De Farhana al Barrio Chino en un trayecto de cinco kilómetros repetido una y otra vez. Recogían hasta a cuatro personas, que se repartían la carrera de unos cuantos euros. Igual que en Marruecos, donde los taxis se comparten y el gasto se reparte. Nada de eso ocurre ya. La actividad se ha segado de raíz. No se permite pasar nada. «Ni una bolsa de naranjas», dijo al abrir la frontera de Ceuta la entonces delegada del Gobierno. «Ni un litro de leche. A mí me quitaron un flan de turrón», afirma Tali, otro de los vecinos de la barriada de Las Caracolas en Melilla.

«No eran ricos, pero compraban»

Eso ha cerrado los polígonos. En La Frontera de Melilla, ahora, a la entrada hay un bar con sillas apiladas. Está abierto, pero no le rebosa el público. Alguna tienda abierta en la zona frontal al paso fronterizo, con un quiosco y un pequeño bazar que vive más del cambio de dirham a euros que de la venta de comestibles. Han proliferado son las casas de apuestas. La esperanza de hacerse rico. Nada más. «Antes venía gente de Nador a comprar. No eran ricos, pero tenían dinero y compraban. Ahora no cruza nadie. Es una forma de asfixiar», añade Talil.

Las dos ciudades esperan a una aduana comercial. Es una promesa. Una sensación, pero poco más. No ha pasado de ser una celebrada «experiencia piloto». En Ceuta, una furgoneta de Almacenes Bentolila fue el primer espejismo el 27 de enero. Se dijo entonces que se iban a evaluar los tránsitos y se marcaría un calendario de apertura. Para Ceuta esta aduana es un hito histórico, pues nunca tuvo una figura parecida con el país vecino. Para Melilla es la recuperación de una institución que Marruecos cerró de forma unilateral para golpear el comercio de la ciudad autónoma en 2018.

«Normalizar»

Primero se iba a «normalizar» el paso de artículos de higiene personal. Luego le seguirían el resto de más complejidad. No cruzó nada más. El 26 de mayo, un camión de Almacenes Susi salió de Ceuta, cruzó a Castillejos, cargó de 15 toneladas de arena y volvió. No fue sencillo el paso. De hecho, estuvo en peligro el paso de la mercancía durante gran parte de la jornada. Comenzó a sobrevolar un regreso a posiciones duras de Marruecos con las mercancías y a que los acuerdos quedaran en papel mojado. Finalmente, aquel camión cruzó, pero poco más.

La aduana no funciona, el dinero no transita de un lado a otro de la valla. Los polígonos, que acabaron por cerrar durante la pandemia, cuando la frontera quedó clausurada por orden Marruecos, no ha recuperado a sus trabajadores transfronterizos.

Promesas incumplidas

Las promesas de Rabat han quedado en nada. Ni siquiera el giro de 180 grados del Gobierno de Pedro Sánchez a la postura española sobre el Sahara Occidental ha sido suficiente para que el Gobierno de Marruecos cumpla sus compromisos, que anunció el propio jefe del Ejecutivo tras su visita oficial a ese país.

El problema de fondo es que si se abren esas aduanas comprometidas podría entenderse como el reconocimiento de la soberanía española sobre Ceuta y Melilla, lo que obviamente es una línea roja para Rabat, que considera a las dos ciudades autónomas parte de su territorio.

Mientras se espera a que Marruecos cumpla lo pactado con el Gobierno de España, las persianas de estas naves fantasma seguirán bajadas, las paredes desconchadas y las calles desangeladas. Sin vida.

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