Un año después de la tragedia, solo unas flores recuerdan a los muertos de Melilla
«No se va a hacer nada; las muertes ocurrieron en Marruecos», justifica la Delegación del Gobierno de la ciudad autónoma
El sueño europeo de los inmigrantes está a apenas 70 euros de distancia
La presión migratoria ha caído en picado y el CETI no tiene más de una docena de personas, todos marroquíes
J.J. Madueño
Melilla
A los inmigrantes muertos se les entierra en Nador con una placa de barro que apenas especifica si son hombre o mujer y la fecha del óbito. Nada más. Hay un espacio reservado en el centro del cementerio. Allí están todos aquellos sin ... nombre que perdieron la vida queriendo llegar a Europa. El 24 de junio del año pasado, según fuentes oficiales, 23 inmigrantes subsaharianos engrosaron esa lista macabra, aunque las ONG hablan de 37 víctimas mortales y 76 desaparecidos. Un año después, los que vivieron aquello no olvidan lo sucedido, que sin embargo no merece un recuerdo institucional. «No se va a hacer nada. Ocurrió en Marruecos», justifican la Delegación del Gobierno y la Ciudad Autónoma.
Las instituciones guardan silencio y la ciudad se prepara para la fiesta del cordero. Es fiesta grande en Melilla. Hasta se han decorado las calles de los barrios musulmanes con luces. No hay rastro de la tragedia de forma oficial. Las reivindicaciones por los derechos humanos coincidirán con la celebración del Día del Orgullo.
Marruecos afirma que aquella jornada a los 23 inmigrantes fallecidos se añadieron dos gendarmes muertos. Este cuerpo policial paró la avalancha de casi 2.000 personas. Se contabilizan de forma oficial otros 76 desaparecidos y 140 agentes más heridos cuando la turba descendió desde el Gurugú para entrar a la fuerza por el paso de porteadoras del Barrio Chino.
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En aquel salto también hubo varios guardias civiles heridos, alguno abatido a pedradas desde los tejados de la frontera. «Ya están reincorporados, aunque con secuelas de las lesiones», explica Yamal Al-Al, secretario de organización de la Asociación Unificada de la Guardia Civil en Melilla.
Tres ramos de flores, uno blanco y dos naranjas, atados a los barrotes de la puerta azul del paso fronterizo con el Barrio Chino, es todo el recuerdo que hay en Melilla de la tragedia. Hoy, una caravana de Abriendo Fronteras irá hasta la 'zona cero' del desastre. Lo hará por la parte española, no por la marroquí, que es donde se produjeron las muertes. Reivindicarán los derechos humanos después de presentar una querella, tras el archivo del caso por parte de la Fiscalía, para que se haga una investigación independiente. Quieren reabrir el caso que llevó al ministro de Interior a tener que dar explicaciones a Bruselas.
Subirán hasta la valla pasando por Las Caracolas, un asentamiento de casas prefabricadas que es el primer núcleo de población que uno encuentra cuando se baja a Melilla desde el Barrio Chino, a unos 200 metros del epicentro de la tragedia. «Nos dimos cuenta por los gritos, las voces y las sirenas. Luego vimos una avalancha de gente que bajaba por la carretera. Iban ensangrentados, rajados, cada uno llegaba como podía», recuerda Ibrahim.
«Hay que vivirlo»
Este joven, que toma café sentado en una moto, señala que los vio bajar gritando y con palos. «No se puede describir cómo era esa avalancha. Hay que vivirlo. Aquí todo el mundo se metió en casa», añade. «Algunos pasaron por aquí. Uno iba descalzo y le di unas chanclas viejas que tenía», señala Rashid en Las Caracolas, donde se cuidan de ayudar a los inmigrantes que saltan la frontera. «Sólo se les dio a algunos una botella de agua, alguna camiseta, ropa y zapatos. Nada más. Ellos no se paran. Van buscando el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) y, si los ayudas, te pueden acusar de tráfico de personas», apunta Tali.
En Las Caracolas saben cómo actuar. Esa no era la primera vez que una turba de subsaharianos corría entre las casas prefabricadas después de saltar la valla fronteriza. «Aquí nadie les hace caso. No puedes meter a nadie en tu casa ni ayudarlos. Viene la Policía y puedes tener muchos problemas», precisa Abderahim.
En ese barrio describen a los asaltantes de aquel día como «violentos». «Fueron a la fuerza. Ellos bajaban con palos y ganchos con los que pueden rajar a un policía… No vienen de buenas. Fue un ataque a la valla y Marruecos la defendió. Murieron, igual que otros lo hacen cuando cruzan en patera. Sabían a lo que iban y que iba a haber problemas», añade Nordin.
La Guardia Civil lo describió como un ataque organizado a la valla. Unos 1.700 inmigrantes de Sudán y Chad se abalanzaron sobre el paso para el porteo. A pedradas, dispersaron a los pocos vigilantes para acercarse, entraron por la zona marroquí y llegaron a la puerta de acceso a España. Algunos subieron a los tejados, mientras un puñado de guardias civiles trataba de defender la puerta.
Entonces comenzó la lluvia de piedras sobre los agentes, mientras con una radial y un mazo trataban de abrir la puerta de acceso a España. Varios agentes resultaron heridos antes de la carga mortal marroquí. Sin escapatoria, atrapados en una ratonera, muchos subieron a la valla, que cedió y entre ellos, los gases lacrimógenos y los golpes de las porras, se desató una tragedia que ha cambiado la frontera.
Ya no hay saltos en Melilla. «Hace un tiempo se escucharon sirenas en el lado marroquí, pero nadie llegó a la valla», afirma Ibrahim. «Ahora, con la fiesta del cordero, si se rebaja la vigilancia, puede que lo intenten», apostilla Tal. Este año lo cierto es que los inmigrantes que entran son marroquíes y lo hacen por mar: a nado o camuflados en embarcaciones de recreo.
«Lo habitual era tener que hacer 400 expedientes por un salto en 24 horas, pero ahora no hay subsaharianos y marroquíes. Entran pocos», afirma Jesús Barranco, secretario general del Sindicato Unificado de Policía (SUP), que es el Cuerpo que gestiona los trámites de extranjería tras cada salto.
«Casi vacío»
Los datos oficiales lo confirman. La Delegación de Gobierno explica que el CETI está «casi vacío», porque no suele haber más de una docena de personas allí internas. Se vive un momento de relajación tal que el Ministerio de Migraciones, que gestiona este centro, ha puesto a los trabajadores a hacer cursos y formaciones para no tener que afrontar reducciones de personal. «El CETI está preparado para 1.500 personas por si hay una entrada masiva, pero ahora no tenemos más de trece», apuntan desde la Delegación de Gobierno.
La situación de los menores no acompañados (menas) es similar. Se palpa en la calle, donde antes eran habituales los grandes grupos que salían de Melilla la Vieja para buscar unos euros con los que comer ese día. Ahora no son más de una veintena en el reparto de bocadillos junto a la caseta de Protección Civil. Y no todos son menores. El centro solía tener unos 800 usuarios, pero ahora no atiende más de un centenar.
Marruecos también ha cambiado de actitud. En el monte Gurugú un campamento militar es la primera piedra de choque. Luego quien quiera saltar tiene que enfrentarse en una amplia avenida a la Gendarmería, los 'majanis' (policía marroquí) y al Ejército, que tiene un soldado cada 150 metros en las garitas. Aún deben pasar un doble foso construido con maquinaria pesada y grandes movimientos de tierras. Por último, una valla de unos dos metros construida con concertinas, que rajan a quien trepe por ellas.
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