Las sagas de libreros que mantienen viva la Cuesta de Moyano: «Esto es la aldea gala de la cultura de España»
Cumple 100 años, con cuatro casetas cerradas pero sin resignarse. Han sido testigos de escenas hermosas y de acontecimientos trágicos como la Guerra Civil o el 11M
La Cuesta de Moyano será declarada Bien de Interés Cultural por su centenario

«De pequeño venía a jugar por debajo de los tableros», cuenta Fernando Plaza, que recuerda tiempos felices ocurridos hace más de siete décadas en la Cuesta de Moyano. Todo aquel que conozca esa pequeña calle sabe perfectamente a lo que se refiere, esas ... características mesas ambulantes que cada día montan y desmontan con mimo los libreros para mostrar parte de su catálogo. En su niñez, un lugar de recreo. «Venía con Mariví [también librera], mi compañera de fechorías», ríe el hombre, de 80 años.
A los 12 años, Fernando empezó a ayudar. «Vine a probar a ver si… y aquí estoy», dice desde la caseta número 6, la que siempre ha regentado su familia, y donde atiende a ABC una tarde de mayo. La heredó de su padre, uno de los pioneros de Moyano, que llegó allí en 1926, con tan solo once años, solo uno después de su instauración en este enclave del centro de Madrid. También estuvieron al inicio los tíos de Rafa García, de la 16. «Mi tío Ramón Montero se tiró desde el 1928 a 1995 aquí», añade. Él llegó a la Cuesta el 1 de enero de 1996, con 31 años. Antes había acudido los domingos al tablero. «Mi tío tenía 81 años y mi tía Rafaela, alguno menos, pero también bastantes», rememora desde su colorida caseta, llena también de fotografías hechas por él mismo y que también vende. «Me propusieron continuar y acepté».
Moyano tiene poesía. Y ensayo, novela, cuentos infantiles, libros de recetas, cómics... todo lo imaginable en papel. Pero sobre todo, mucha literatura. Vieja y nueva. La Cuesta de Moyano, 'la calle más leída de Madrid', llamada así por Francisco Umbral, cumple cien años. Un siglo rescatando verdaderos tesoros con muchas cosas que contar, que aguardan pacientes a que alguien se fije en ellos. 1.200 meses siendo el escenario perfecto para soñar.
«A mí Moyano siempre me ha gustado mucho», dice Carolina Méndez. Su familia aterrizó por la Cuesta en 1946. Lo hizo de la mano de su abuelo Ángel Méndez, que venía de fundar una librería que lleva su apellido y de intercambiar libros en la esquina de Gran Vía con Montera. «Se enteró de que se había quedado libre una caseta y la cogió. Luego se hizo con más. Montó un imperio y nosotros hemos continuado como hemos podido», expresa la mujer, caminando calle abajo con este diario. El paisaje lo completan los imprescindibles lectores, como Alfonso, que, con varios libros encima, explica a sus hijos por qué le parece tan especial este sitio.
Aunque ahora lleva siete años trabajando ininterrumpidamente en la caseta 30, las primeras veces de Carolina en Moyano fueron también jugando. «Me lo pasaba bomba», recuerda. La librera cuenta cómo iba junto a su padre los domingos. Él a echar una mano, ella a disfrutar entre páginas de aventuras. «Como era la hija de Ángel y la nieta de Ángel, me dejaban pasar a todas las casetas, que no es habitual. Había una librera, Conchita, que tenía un montón de libros infantiles, de cómics, lo que a mí me gustaba. Era bastante quisquillosa y no permitía a casi nadie tocar, pero a mí sí».
Lugar de juegos y ocio
La mujer revive las sensaciones que le producía la Cuesta: «Era como ir a un parque de atracciones». También, vienen a su cabeza recuerdos de cómo se «enfadaban» ella y su padre cuando su madre proponía que fuesen a la sierra algún domingo. «Solo quería que saliéramos un poco», dice. Sin embargo, ellos preferían echar el día en Moyano. «Me sentía muy a gusto, estaba entre libros, me trataban muy bien».
Entre los recuerdos más dulces que relata, el de la ilusión que sentía cuando desayunaban en un bar que estaba en el sitio que hoy ocupa el KFC de la calle de Atocha. «Estaba rodeada de libreros y compradores. Me sentía importante. Ellos hablaban de sus cosas y yo me comía mi cruasán. Luego ya me metía en la caseta de quien me dejara. Ha sido una infancia muy bonita», narra con una larga sonrisa.
Años más tarde de la llegada de Carolina, aterrizó por la Cuesta su cuñado, Efrén. «Vivía con mis padres y tenía ganas de volar», cuenta. Por eso le preguntó a su entonces novia si había alguna opción de trabajar con Ángel, el padre de ella. «Empecé como ayudante para la feria de Recoletos. No me importaba cuánto cobraría», explica. Tras ese tiempo, con el periodo de prueba superado, su suegro decidió contar con él. Y ahí llegó a Moyano. Primero a hacer sustituciones en cuatro casetas, para finalmente quedarse en la número 8, hoy a nombre de su mujer. «Llevo desde el 81, echa cuentas…», sonríe. «Tengo 63, me queda por aquí un año y un poquito».
Testigos de la vida
En este siglo de vida, las icónicas casetas, que conservan el aspecto de las originales, han sido testigos de acontecimientos hermosos. También de tragedias. Entre las más sonadas, la guerra civil o el 11M. «A mi padre no le gustaban los tiros», dice Fernando. «Él decía que se iba. Estaba la guerra y estaban los libreros aquí, mientras tiraban pepinos por abajo», completa el trabajador, quien a pesar de llevar 15 años jubilado, sigue yendo a Moyano. «Soy un hombre de costumbres. Vengo aquí de lunes a domingo. Me como un bocadillo a las 12», relata.
«El 11M, qué mal. No lo quiero ni recordar», aporta Efrén. «Nos quedamos así en las casetas. Y la gente que venía por aquí tenía unas caras… que te lo transmitían», añade. Ese es precisamente el recuerdo más amargo de su cuñada allí. «Lo pasamos mal, te sentías impotente», dice Carolina, que tiene grabada perfectamente la escena: «Los ruidos de las ambulancias, la gente pasaba llorando, corriendo».
Casi 16 años más tarde el mundo –y también la Cuesta– quedaron paralizados por la pandemia. «Vino la Policía y nos mandó a casa. No tuvimos más remedio», indica Fernando. «Es lo más grave que he vivido aquí», añade Carlos. Forma parte de la última generación de libreros que ha entrado en el concurso de 2023. «Tienes los riesgos de lanzarte a la aventura, pero es muy reconfortante». Llegó a Moyano como empleado hace 25 años por periodos y regresó de manera ininterrumpida desde 2012. «Si trabajas con algo que te guste como los libros, es estupendo lanzarse a esta aventura».
Un futuro por delante
Además de los citados, las casetas y los libreros han asistido a otros episodios históricos, como Filomena, en 2021, o más recientemente el apagón. En ambos, a pesar de los inconvenientes económicos, se vio el grado de hermanamiento entre los trabajadores de la librería con más solera de Madrid. «Fue un palo, aunque lo recuerdas como anecdótico si no has tenido un accidente», dice Carlos en relación al primero de estos dos hechos. «Mis tíos decían que nevaba con más frecuencia que ahora y tenían que hacer un caminito, que es lo que hicimos. Si lo hubieran visto…», añade Rafa García.
A día de hoy, los libreros con caseta tienen que pagar un canon anual de entre 4.000 y 12.000 euros, a los que hay que sumar los gastos habituales o la cuota de autónomos. Los últimos que consiguieron un puesto eran empleados de allí. Como lo es ahora Luis. «Este mundo tiene un pequeño toque romántico, de encontrar lo que no puedes de otra manera», responde preguntado por la magia de la Cuesta. De momento no baraja optar a concurso. «Yo aquí estoy bien», dice desde el puesto 17. «Mi empleador es mi amigo. Él confía en mí y yo en él».



A pesar de haber llegado al centenario con cuatro casetas –la 3, la 12, la 14 y la 25– de las 30 cerradas por jubilación y aún sin nuevos ocupantes, y de que varios libreros están cerca de la edad de retirada, en Moyano son optimistas con los años venideros en el lugar. «Yo confío mucho», dice Carolina, deseosa además de la llegada de nuevos compañeros. «Madrid no puede perder esto. Es un sitio único, no hay nada así… y los libreros que tenemos son todos de raza». «Esto tiene su encanto. Y no es lo mismo que una librería por ahí. Esto es distinto. Nunca sabes el negocio que te puede venir. Tú vienes aquí por la mañana y no sabes lo que va a pasar», completa Fernando desde la caseta en la que lleva 68 años.
«Somos gente muy resistiva y muy resistente. Y yo espero que se mantenga. A mí, desde luego, me quedan unos cinco o seis años antes de jubilarme y creo que sí volveré», expresa Rafa, que define a Moyano de forma gráfica: «El poblado de Astérix de la cultura de España», un lugar de encuentro de libreros como ellos con lectores como Alfonso, para seguir desafiando al tiempo y la meteorología y transmitir el amor por la Cuesta por otros cien años.
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