Ángeles Rodríguez, la abuela heavy de Madrid
gatos que fueron tigres
Hablaba sin miedo, sin guion, sin prisa. Contaba que a los conciertos iba por gusto, que el rock le hacía sentir viva
Rosario Weiss, la discípula que pintaba con descaro
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEn los ochenta, Vallecas lucía fábricas, papel de estraza y rabia. El paro era el pan de los bolsillos, y los jóvenes se desangraban en conciertos donde la distorsión era la religión con más devotos. Allí, entre el humo y las botas, apareció una anciana ... con chupa de cuero y melena blanca. Caminaba despacio, pero con paso firme. Se llamaba Ángeles Rodríguez Hidalgo: viuda, abuela y vecina de Puente de Vallecas. Nadie la esperaba en el ruido y la furia del rock, pero llegó. Y allí se quedó para siempre. Ella no venía a mirar, venía a vivir.
En un país todavía con legañas de dictadura, una abuela de ochenta años pidiendo más volumen era un acto revolucionario que casaba muy bien con esa diáspora de canas franquistas y abrigos loden. Ángeles enviudó muy joven, a los cuarenta y un años. Desde entonces, trabajó muy duro para sacar adelante a cinco hijos, pasando los años sesenta y setenta entre casas del barrio de Salamanca y un empleo en la Caja Postal. En los ochenta, con los hijos criados y el deber cumplido, Ángeles se echaría a la calle para no volver a entrar.
Cuando la conocieron los heavies de Panzer, banda madrileña que hacía temblar los garajes con riffs de plomo y letras de resistencia, les fascinó su desparpajo. La abuela no temblaba ante el amplificador ni ante una actitud de escupitajo y aros en las orejas. En 1984, cuando lanzaron el disco Toca madera, Ángeles se convirtió en portada. Ella, sentada, cigarro en mano, con esa mirada que solo tienen quienes ya han sobrevivido a todo. Fue una foto que resumía un país que despertaba de la oscuridad a golpe de guitarra. Pero también la radiografía de una gata que a golpe de guitarra se convirtió en un verdadero tigre.
La iglesia de San Antón o cuando a Dios se le va de las manos
Alfonso J. UssíaLa iglesia que el padre Ángel dirige en la calle de Hortaleza se ha convertido en un foco de degradación, denuncian los vecinos de Chueca
Fue su nieto quien la introdujo en ese mundo de chupas de cuero y litronas de cerveza; un mundo que no abandonaría nunca más. Porque no era marketing, era verdad. En aquella imagen no había maquillaje ni pose. Había barrio, tabaco y dignidad: esa pinta que no era moda, sino armadura. La idea de aquella portada fue, según ha contado Carlos Pina, vocalista de Panzer, de Mariano García, una tarde en el estudio fotográfico de Julio Moya, en el barrio de Salamanca de Madrid: «Le pusimos mi chupa y mi gorra, y fue entonces cuando levantó la mano con el signo de los cuernos».
Después llegaron las cámaras y los micrófonos. El Búho Musical, el mítico programa, la entrevistó varias veces. Ángeles hablaba sin miedo, sin guion, sin prisa. Contaba que a los conciertos iba por gusto, que el rock le hacía sentir viva. Que los viejos también tenían derecho a mover la cabeza, a gritar, a bailar sin miedo a otra caída, si me apuran. Decía que la juventud no se lleva en los años, sino en el pulso. Que lo contrario de viejo no es joven, sino muerto por dentro. En una de esas entrevistas, entre risas, Paco Pérez Bryan le preguntó si no se sentía fuera de lugar. Ella respondió, seca y certera: «Fuera de lugar están los que no sienten nada». Comenzaba una relación en la que Paco la llevaba a conciertos de Leño o Tequila, aunque ella siempre sintió verdadera predilección por AC/DC.
Murió en 1993, pero su eco sigue vivo en cada concierto de barrio. En 2018, Vallecas le levantó una estatua. La figura de bronce la muestra con su chupa y su cigarro, mirando al horizonte con esa calma de quien no le debe explicaciones a nadie. A sus pies, flores, púas, latas vacías, notas manuscritas que dicen: «Gracias, abuela». Porque Ángeles no fue solo una anécdota simpática de los ochenta. Fue un manifiesto con arrugas. Una revolución sin pancarta. Demostró que la rebeldía no caduca, que envejecer no es rendirse, que se puede tener ochenta años y seguir desafinando contra la rutina. Esa estatua en Peña Gorbea escucha el rugido del tráfico como si fueran guitarras. Los chavales que no la conocieron paran, la miran y entienden algo: que el rock no era solo música, era la manera más honesta de decir «sigo aquí». Y tal vez eso sea lo que Ángeles vino a recordarnos, que hay que fumarse el silencio, aunque el mundo (y la nueva ley del Ministerio de Sanidad), nos diga que ya no toca.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete