Viaje visual al interior de la batalla de Trafalgar de la mano de Galdós

El artista Daniel Parra (Córdoba, 1980) es un talentoso pintor que hace tres años entró por azar en el Museo Naval de Madrid, cuando acababa de salir de ARCO y se dirigía al Reina Sofía . Allí, delante de los enormes modelos de buques, los lienzos, las banderas, sables y reliquias de la historia de la Armada, en las salas de Trafalgar, sintió una honda impresión. Y decidió investigar y utilizar ese episodio dramático como objeto de su proceso artístico. Comenzó, cómo no, por leer el episodio galdosiano, y la novela de Arturo Pérez-Reverte, y cuantos libros han caído entre sus manos sobre la época. De ahí nació la imperiosa necesidad de emplear su talento en la creación de esta experiencia visual y narrativa sin parangón.

El resultado que se muestra desde hoy hasta el 10 de enero en el Museo de Historia de la Ciudad es una exposición impresionante, más de medio centenar de cuadros dedicados a la batalla, algo que nadie había hecho antes. Para ganar en precisión y rigor histórico, Daniel Parra ha sabido encontrar el asesoramiento de un arqueólogo malagueño, Javier Noriega, que le ayudó a estudiar los pormenores de la batalla. Y para que su narración visual creciera en profundidad y altura, nunca se despegó de las palabras de Galdós, que acompañan a cada una de las obras, paso a paso, y llenan sus velas de aliento literario.

Así nació este viaje de « vida, memoria y emoción », como reza el catálogo, que no se limita a la batalla o al lamento de la derrota. Busca en las raíces, y en las consecuencias, con una mirada exigente y contemporánea. Hay carboncillos, acrílicos, diversas técnicas, un lenguaje propio de un joven pintor contemporáneo de una generación -esto es también novedoso- que no suele asomarse mucho a la pintura histórica. Quien acuda a las salas de exposición en la calle Fuencarral verá esa película que nace entre los dedos del escritor y la imaginación del pintor, pasa por los astilleros que construyeron aquellos navíos gigantes, por las levas de pescadores y gentes de mar previas a la batalla, por el consejo de guerra donde el destino de la flota se decide, por el rostro y la psicología de aquellos marinos, y nos sube a las tablas lustrosas de las cubiertas en el amanecer de un día tan funesto, aquel 21 de octubre de 1805, hace ahora 215 años.

La batalla se cuenta en una sala impactante. Algún cuadro tiene cuatro metros y nos sumerge en el fragor, en los detalles, el miedo en los rostros, la sangre, la pólvora, las maniobras, los destrozos, formando un infierno a veces casi abstracto y a la vez concreto entre cañones e incendios que iluminan los cuadros y la ferocidad del mar.

¿Por qué un pintor treintañero iba a dedicarle tres años de su vida a esta batalla? « Porque conviene revisar ese momento de la historia », afirma el pintor, que además confiesa que recorrer el episodio con Galdós ha sido un enorme aprendizaje, por la profundidad psicológica de la novela. El resultado es un viaje emocionante por las palabras y los cuadros que se mimetizan, que van mucho más allá de la derrota, que nos interrogan sobre lo que aprendimos, o debemos aprender, de aquel infortunio. En un tiempo como el actual, la pregunta parece muy relevante. El universo de la exposición aborda con naturalidad pasmosa la historia y acaba dejando un brillo silencioso y absorto en los ojos del espectador.