Sheila Cremaschi: «Madrid es una ciudad sin complejos»

¿Quién era antes de que Madrid entrase en su vida?

Soy Sheila Cremaschi, nací en la Patagonia en el campo de mis padres, que tenía una parte en Chile y otra en Argentina, donde finalmente me inscribieron.

¿Compleja situación?

Siempre me he sentido de los dos lados. Dado que soy de una familia italiana, he tenido los dos idiomas desde pequeña.

Como fronteriza, le pregunto cuánto y cómo tiene Madrid de eso mismo; de fronterizo.

De fronterizo, en el sentido de que conviven todos los acentos y aquí y así desaparecen todas las fronteras. Tenemos todas las partes de España representadas. Madrid para mí es una ciudad que ha unido todas partes de mi identidad. Yo vengo de una familia muy nómada, vengo de Buenos Aires y Londres, y Madrid tiene una luz extraordinaria que se refleja en los cuadros de los museos y no la tiene ninguna otra urbe. Es una ciudad muy cosmopolita lleno de acentos. El español se habla con muchísimos acentos. Eso da mucho cosmopolitismo. Además, Madrid es una ciudad sin complejos.

¿Sin complejos?

Si a la gente le gusta algo, le gusta y ya está. Es como el que tiene complejo de inseguridades y tiene dificultades para relacionarse. Madrid se sabe linda y abierta. No teme que venga gente de todos lados. Y es una de sus grandes bazas. 

¿De qué manera entra Madrid en su vida?

Vine de chica a Madrid, varias veces, en 1970 y 1979, porque a mi abuela italiana le gustaba mucho la Capital y siempre me hablaba de un lugar maravilloso. Nos alojábamos en el Hotel Plaza. Luego, ya sí, vinimos a vivir aquí en 1996. 

Y qué postal tenía usted en la mente de Madrid antes de establecerse aquí en el 96.

Sabíamos que Madrid, con la Movida, era una ciudad llena de vida. Yo he vivido en Chile, en Buenos Aires y en Londres. Y la Movida era la Movida...

Piense que hubiese que reducir Madrid a un solo sitio, a un solo rincón...

Lo que más me gusta es el circuito por el que camino, lo que los ingleses dicen 'walking distance'. Me gusta ir al Jardín Botánico, al Retiro, al Prado, al Thyssen y al Teatro Real… Es este circuito donde yo me siento parte del paisaje: donde camino, donde pienso, donde me relajo. 

¿Se podría decir que ama a Madrid?

Absolutamente. Antes, cuando viajaba, me ponía triste. La quiero muchísimo.

¿Qué lugar no le gusta de la Capital?

No me gusta esa plaza de cemento horrible que hay frente al Congreso. No me gustan las estatuas feas que ponen. No me gusta cuando sacan lo natural de la ciudad para poner una falsa modernidad. Me gusta la tradición y la innovación, pero no me gusta esa cosa intermedia.

¿Si fuera embajadora en algún sitio qué lema utilizaría para vender Madrid al extranjero?

Creo que lo que me interesaría sería dar una sensación de un hogar, de un lugar cálido y que te acoge. No sé qué palabra sería la concreta. Quizá el lema sería «Madrid te abraza». Cuando digo que vine a vivir en el 96, lo hicimos porque a mi marido lo mandaron a trabajar a Madrid. Yo era agente literaria; y lo primero que hicimos fue un acto con la revista 'Intramuros' de biografías y autobiografías mínimas, en el Círculo de Bellas Artes. Yo tiré de esa raíz italiana, hicimos varios eventos relacionados con Italia. El más importante fue con Vincenzo Cerami, que coguionizó con Pasolini 'Teorema' y luego (Cerami) ganó el Óscar con 'La vida es bella'. Cuando lo trajimos a Madrid venía de ganar el Óscar. Me ayudó tirar de la italianidad en mis inicios en Madrid y la ciudad me abrazó. Fíjate.

Me sigue subyugando su concepción de lo fronterizo del principio.

En cuanto al concepto de frontera, pienso en el festival de Hay-On-Wye, que está en Gales, pero la mitad de la ciudad pertenece a Gales y la otra mitad a Inglaterra. Es una sola calle, entonces es posible que vayas a la farmacia, que a lo mejor está del lado galés y el supermercado del lado inglés, y fíjate que, en relación a eso de las fronteras, al final uno termina siendo de los dos lados. En una ciudad de Zamora que se llama Riohonor de Castilla, del lado portugués se llama Rio de Onor, ocurre lo mismo: la panadería está el lado portugués y el herrero del lado castellano. Y ahí veo el mismo fenómeno como todas las cosas clave de mi vida: la frontera. Los habitantes de ese lugar hablan portugués y español. Sus habitantes llevan los dos países adentro. Todo suma al final en la mezcla: como la propia ciudad de Madrid.