De Rodríguez

Días de vivir

El Rodríguez ya no es esa figura de José Luis López Vázquez, porque llegó Ronaldo con sus clínicas y no quedan alopécicos

Bañistas en la enorme piscina del Parque Sindical en agosto de 1968 TEODORO NARANJO

Inaugurar sección aquí, en el templo, acongoja las partes más blandas del alma. Y más en verano, cuando los periódicos, que han tenido que venir siendo heraldos negros desde el 8-M, deben ir dejando la burocracia de lo inmediato en la línea de lo ... que comentaba aquel locutor de Palencia: «Hoy en Palencia no ha pasado nada». Pero es que en Madrid todo pasa y Madrid tiene todo, la contrafilomena del pasado domingo, donde faltaban una recua de camellos y varios tuaregs a la altura de El Plantío según se viene de La Coruña. Madrid tiene también a Ayuso con esa frase, «vivir a la madrileña», que la acompañará hasta los estertores.

Hemos llamado aquí a la sección ‘De Rodríguez’, en homenaje a tantos que se quedan en Madrid, sin los hijos y sin la amada/amado, y a los que como en el tango «se les ‘pianta’ un lagrimón» en esa tristeza fría que te dan los altos edificios de Chamartín. Desde donde se ven la Sierra, que se recorta en el largo atardecer, y esos trenes que van ya iluminados hacia el norte, hacia donde el meritorio de la multinacional anhela a esa novia lejana y lluviosa de otros años. La niña de cuando estudiaba Empresariales y el pollopera fue lo más en Comillas. Llevaba moto, flequillo, primeras marcas y una Vespa de la que se tiene que estar acordando a base de bien . Como de los bloqueos en WhatsApp.

De todos ellos, que somos nosotros, habremos de acordarnos en esta prosa al ruido de la ciudad, que dice mi tío el de Cuenca. Aquí contaremos que el alcalde cada día nos desmonta más con sus sonoras palmaditas, que te marcan en el círculo de «conocidos» –al menos «conocidos»– en esa ciencia que es el almeidismo y que habrá que analizar . Contaremos también los encierros que podamos, con un portalón abierto a eso que llaman la actualidad y que somos nosotros mismos: madrileños arrojándonos miasmas y pistolitas y cifras bajo un sol que no anima a divagar sobre derecho constitucional, sino más bien a dejarse llevar con el brazo enhiesto y surtidor, igualito que el Ciprés de Silos, tras el primer puyazo de Pfizer, el que dolió a los tres días: como pasa con los desamores que menos se olvidan.

El Rodríguez ya no es esa figura de José Luis Lopez Vázquez, porque llegó Cristiano Ronaldo con sus clínicas y no quedan por la ciudad señores alopécicos y con bigotito. Acaso alguno, que se deja ver de buena mañana, junto a Las Ventas, y que en cómo calza el ‘panamá’ tuvo que ser jefe de servicio de algún ministerio.

Escribo esta crónica de verano con el medio infarto que nos dejó la muerte civil de Ábalos (mal que nos pese, España es así) y el día de la onomástica de los marineros, la Virgen del Carmen, santo de nuestra Carmen Calvo a la que, como a Valle y al arribafirmante, nos falló la época.

Hemos vivido mucho. Lo peor. El doctor Martínez me recomienda baños de sol, pero vamos por las calles cachondas de Argüelles con una blanca palidez de luna.

Hay quien se besa frente al Congreso, que no sé qué simbología tiene ; y hay quien cree, parisinos mayormente, que la zona de la calle de la Cruz es una réplica a tiro de piedra de San Juan de Puerto Rico.

Irán pasando por aquí taxistas, novilleros (los nuevos ‘menas’, según Peláez), hosteleros maragatos y esa fauna de las calles cachondas que desfilará hasta que nos vuelvan a meter otro secuestro civil.

También amigos que mienten fatal y que nos hacen más tristes las perfectas esquinas de Argüelles, donde ya no me cruzaré más con Quique San Francisco.

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