Los centenarios que sobreviven a guerras, crisis y pandemias
Un total de 167 comercios de la capital destacan como espacios de especial significación ciudadana e interés general desde hace una semana
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Iniciar sesiónEn una esquina del kilómetro cero de Madrid, al calor del sol primaveral, unas letras doradas tras un escaparate desafían al buen tiempo. «Mañana lloverá», reza un cartel de madera rodeado de decenas de paraguas. A los pies del local, una placa de bronce reta al tiempo ... . Mingote la diseñó para cada uno de los 167 comercios centenarios registrados en la capital. Casa de Diego , fundada en 1823, es de los que resisten guerras, crisis y pandemias. Lo primero que enseña Arturo Llerandi (Madrid, 52 años) es a su abuela Carmen, que preside impasible la tienda abarrotada de artículos artesanales desde un cuadro pintado por Agustín Segura. El negocio familiar está ya en manos de la sexta generación .
Casa de Diego ha recibido a reyes y príncipes, actores y artistas, siempre de forma discreta. Pero la vicealcaldesa Begoña Villacís hizo este miércoles una visita oficial. El pleno del Ayuntamiento de Madrid aprobó la semana pasada declarar estos establecimientos como espacios de especial significación ciudadana e interés general para la ciudad . Los políticos hablaron de locales que «brillan con luz propia», en palabras del delegado del Área de Economía, Miguel Ángel Redondo, de «tesoros» que guardan «ese sabor madrileño», según dijo Villacís. Cada centímetro de Casa de Diego da fe.
Los complementos más castizos adornan la tienda: bastones con empuñaduras de plata, abanicos de encaje, mantillas bordadas, paraguas multicolores... «Esto sigue funcionando por el respeto y el cariño, lo más importante no es el dinero, sino el sentimiento», explica Arturo. Lo último que muestra son unas fotografías antiguas; en una de las instantáneas, entre escombros, la Casa de Diego aparece asolada en blanco y negro por los obuses de la Guerra Civil. Otros han caído, pero Arturo confía en seguir. El camino fácil sería alquilar el local, en una ubicación privilegiada, y abandonar los horarios agotadores y las dificultades. El patógeno ha borrado a los turistas y desplomado sus ventas un 90 por ciento . ¿Cómo sobrevivir? « A base de muchas horas, de hacerlo todo tú, de pedir créditos ICO ...», reconoce.
Cristina y José Enrique mantienen el legado de su tatarabuelo 139 años después: el ‘sonido Ramírez’. Son guitarreros, «no lutier», apuntan. Detrás de las vitrinas de su tienda en la calle de la Paz descansan instrumentos únicos. Hay una guitarra de madera de Palosanto de Río, cuya tala ahora está prohibida, que ronda los 8.000 euros. Hay otras que han cambiado la historia, como la primera fabricada por su antepasado con una tapa de cedro. La crisis sanitaria ha dejado la caja de Guitarras Ramírez tiritando, con un 70 por ciento menos de ingresos, y a sus principales clientes, los artistas, sin tablaos ni conciertos. «¿Cómo vas a cambiar tus cuerdas si no tienes para pan?», escenifica Cristina. Saben de algunos que han vendido sus guitarras.
Tradición e innovación
Aun con pérdidas hasta estos días, esta empresa de renombre internacional aguanta. «Una de las razones es el amor por lo que hacemos, todos los comercios centenarios tenemos eso en común», señala Cristina, «es algo más que historia, es tu historia». Ella estudió periodismo y diseño gráfico y su hermano menor derecho. Pero después de culebrear en otros empleos, tomaron el relevo de su tía Amalia, el último maestro guitarrero de la familia, que hasta hace un lustro llevaba las riendas. «Teníamos muy claro nuestro amor por la música y por este oficio», insiste Cristina. Una gata manchada interrumpe la conversación de cuando en cuando. Se llama Cerilla y camina con cuidado entre madera. El nombre lo eligió José Enrique.
Estos hermanos se sostienen ahora gracias a los conservatorios y a las exportaciones. La pandemia no ha silenciado el ‘sonido Ramírez’ . Hasta los Beatles compraron sus creaciones. Tardan tres meses en construir una guitarra, con maderas de entre 10 y 70 años de antigüedad. Son fieles a la tradición familiar y apuestan por innovar: están en redes sociales y suben vídeos a YouTube. «Nos hemos centrado en la comunicación, en este tipo de negocios a veces no sabemos comunicar el tesoro que tenemos. Hubo un tiempo en que era el boca a boca, pero ahora como no estés ahí desapareces», dice Cristina.
Las puertas de las fachadas históricas de estos comercios dan paso a mercancía variopinta: la encuadernación de Amillo, los juguetes de Bazar Arribas, las hierbas medicinales del Herbolario La Fuente, los muebles de ébano de la Antigua Casa Talavera... Dentro de la Antigua Relojería de la calle de la Sal trabajan con el tiempo desde 1880. Reyes, Ignacio y Javier García fueron de los primeros en levantar la persiana, el 11 de mayo, en la primera fase de la desescalada. «Preferimos dar el negocio completo aunque las cifras no vayan a salir», resume Reyes.
Entre hileras de relojes de todos los tamaños, materiales y formas, de muñeca, de bolsillo y de pared, los propietarios recuerdan los inicios. Su abuelo lo compró al antiguo dueño y fundador, su mentor que decidió jubilarse, después de la guerra. Desde entonces pertenece a la familia García . Reyes, de 53 años, es historiadora, su hermano Javier, de 51, farmacéutico y su primo Ignacio, 53, licenciado en marketing. Los tres labraron su camino por separado hasta que el negocio familiar pidió el relevo.
La importación de marcas exquisitas no cesa (sobre todo, suizas), ni las reparaciones en su pequeño taller trasero. No obstante, nadie escapa a los efectos del Covid. Los turistas suponían el 20 por ciento de sus ingresos, mientras que empresas y varias generaciones familiares son la clientela habitual. Sin embargo, « lo peor de estos meses ha sido Filomena , eso fue un parón. Veníamos de unas Navidades algo más alegres y se cortó de golpe», aseveran. De momento, aunque «justitos, justitos», sus relojes no se detendrán.
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