«Quiero que encuentres a esta familia». La portada que se cruzó en el camino de Shadab y cambió su vida
Tras huir de Afganistán en 2021 ante la vuelta de los talibanes, Shadab y su familia vivían como refugiados en Madrid
Ahora, ABC les acompaña a su nueva casa en Cuenca, donde han encontrado trabajo a raíz de una información publicada en el mes de agosto
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Iniciar sesiónShadab Rahimi celebra aliviado que ahora tiene «una casa, un empleo, coche...». Defiende que ha conseguido «una vida» después de lanzar un grito de socorro el pasado 13 de agosto en las páginas de ABC. «Busco trabajo de cualquier cosa para mantener a mi ... familia», replicaba sus palabras la portada del periódico ese día. Con la buena fortuna de que un empresario manchego lo compró y, tras conocer su historia, se decidió a contratarle en una de sus fábricas.
El Afganistán talibán dos años después de la toma de Kabul: refugio de yihadistas y jaula para mujeres
Francisco de AndrésEl 15 de agosto de 2021 los fundamentalistas tomaron la capital tras la retirada de las tropas de EE.UU.
Refugiados en Madrid desde el regreso de los talibanes a Afganistán en el verano de 2021, Shadab, de 27 años, y su familia sobrevivían con las ayudas económicas del régimen de acogida para la población afgana. Dicho programa contaba con fecha de caducidad—finales del pasado mes de septiembre—, lo que le abocaba a vivir en la calle, con su mujer, Musra, y su bebé de un año, Rahil, al no poder hacer frente al pago del alquiler.
Antes de mudarse a un pueblo de la provincia de Cuenca, en la capital, uno de sus mayores entretenimientos era pasear con la tranquilidad de quien había podido alejarse de las ejecuciones sumarias llevadas a cabo por el fundamentalismo islámico, que él mismo presenció en Kabul. Sin embargo, su sonrisa habitual escondía preocupación. «Pido al Gobierno que me ayude, pero no me ayudan. Necesito empleo de cualquier cosa para mantenerme: repartidor, como mozo en almacenes...», suplicaba.
Pero todo cambió para él y los suyos hace dos meses, cuando Rafa (nombre ficticio), gerente de una empresa manchega que vende pan y dulces tradicionales por toda España, recibía una indicación del propietario de la compañía: «Quiero que encuentres a esta familia», le dijo indicando unas líneas subrayadas en el papel de ABC, «necesitamos a alguien para la fábrica de Villar del Castín (nombre ficticio)».
Un «lugar en el mundo»
«Lo mejor de la nueva casa es que la propietaria ya no nos va a molestar», afirma Shadab mientras empaca sus pertenencias el día del cambio de casa definitivo al pueblo donde ya ha empezado a trabajar amasando pan. En el salón de su (ya antiguo) hogar corre su pequeña, Rahil, sujetando un móvil donde suena la canción de 'Baby Shark', y Musra, nerviosa por el traslado, saca dos platos de macarrones, una ensalada y dos yogures para los invitados. Siempre lo hace. También durante el primer encuentro con los jefes de la fábrica donde está empleado su marido. Según cuentan, es tradición afgana, agasajar a los invitados, aunque sea con lo poco que tienen. Lo que sobra lo guarda para la hermana de Shadab, con la que, hasta el momento, compartían vivienda en un barrio humilde de Madrid.
En la calle, donde la familia acumulan sus pertenencias, Rahil espera a sus padres con una pequeña mochila de color rosa colgada a la espalda. También Jose, un compañero de trabajo de Shadab que se ha desplazado a Madrid en furgoneta para ayudar a la familia con la mudanza:
–Ya se aprecia al chaval. El primer día me lo llevé a comer. No sabía ni que pedir (ríe). ¿A que estaban buenas las lentejas y el tazón?
Shadab asiente al mismo tiempo que coloca las últimas maletas, algunas rotas y sin ruedas, en la parte trasera de la furgoneta:
–Ya tenemos todas nuestras cosas.
–Vuestro lugar en el mundo, ¿eh?–, dice Jose al mismo tiempo que cierra las puertas del vehículo.
De camino por carretera a su «nueva aventura», el bebé duerme y Musra sonríe. Dice que el paisaje que dibujan los campos de Castilla le recuerda a Afganistán. Es la primera vez que viajan en familia, más allá de cuando tuvieron que huir de Kabul para salvar la vida a bordo de un avión de las Fuerzas Armadas españolas.
En su país, Shadab, ingeniero de profesión, trabajaba como informático en una de las bases militares que Estados Unidos tenía desplegadas desde 2001. Y, pese a haber sido víctima de un atentado yihadista, contaba con una vida más o menos acomodada en comparación con otros ciudadanos de la región.
Casi como Afganistán
Desgraciadamente, su estabilidad, la de su familia y la del resto del país surasiático, terminó a mediados de agosto de 2021, cuando la Administración Biden empezó a cumplir las disposiciones del Acuerdo de Doha. Éste, firmado por Estados Unidos –bajo el Gobierno de Donald Trump– y los talibanes en febrero de 2020, comprometía la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán en un giro proteccionista de su política exterior después de 20 años sobre el terreno. A cambio, los talibanes aseguraban no volver a dar cobijo a organizaciones terroristas como Al Qaida.
Finalmente, la retirada de las tropas estadounidenses, a las que siguieron el resto de países de la OTAN, estuvo lejos de ser ordenada. Rápidamente, los talibanes empezaron a recuperar el territorio ante un Ejército afgano desbordado y el aeropuerto de Kabul, la capital del país, se convirtió en una ratonera donde se amontonaban quienes trataban de escapar de la represión del régimen talibán.
«Decidí salir de Afganistán cuando vi a una persona ahorcada colgando de una grúa»
Shadab Rahimi
«Decidí que teníamos que salir del país cuando vi a una persona ahorcada colgando de una grúa», recuerda Shadab, que consiguió atravesar la zona de seguridad y subirse a un avión del Ejército español –en el marco de la operación 'Antígona II'– con la ayuda del periodista Antonio Pampliega y de Mohammed, un traductor que colaboraba con las tropas nacionales. «Era como una película de zombies», afirma. Pocos días después de huir del aeródromo, 170 civiles y 13 soldados estadounidenses eran asesinados allí en un atentado yihadista.
Mientras aparca el coche a las puertas de la fábrica donde trabaja. Shadab comenta que «en el pueblo hace un poco de frío». Pasa por allí para saludar a su jefe antes de dirigirse con todas sus cosas a la nueva casa, a unos minutos de allí. En el interior huele a mantequilla y una de las trabajadoras, que prepara 'mantecados anticrisis' —empezaron a comercializarlos en 2008 tras el estallido de la burbuja inmobiliaria— dice que la familia no va a tener ningún problema para adaptarse pues allí «hay trabajadores de todos los países».
La empresa lleva años contratando a personas en situación de vulnerabilidad, a quienes ayudan a asentarse en la zona. «Personalmente, creo que para la integración de quienes vienen de fuera es mejor darles un trabajo que alargar las ayudas públicas», comenta uno de los propietarios. Defiende que tener una ocupación da independencia y la oportunidad de establecer lazos en la comunidad. Él necesita manos ante la falta de personal y los municipios de la zona familias con niños para acabar con la despoblación. «En el colegio del pueblo van a estar encantados cuando vean a Rahil», asevera.
Hogar, dulce hogar
Tras abandonar la fábrica se dirigen a la nueva casa. El pueblo es pequeño y tranquilo. Enfrente de la vivienda hay un campanario, y unas calles arriba un colegio al que posiblemente apuntarán al bebé cuando tenga la edad suficiente. Es un primero y tiene un pequeño balcón. Musra está cansada. «En Madrid llevaba dos años casi sin salir de casa, ahora voy a poder ver cosas nuevas», comenta. Recientemente, ha sufrido depresión, al enterarse de que su madre había muerto en Pakistán a causa de las malas condiciones que sufría tratando de huir del país. A su padre lo asesinaron los talibanes a principios de siglo. Era médico y no quiso colaborar con el régimen. Musra ha estado recibiendo la ayuda psicológica prestada por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
Todavía no ha inspeccionado la casa, ni siquiera otra habitación más allá del salón, que está al lado de la entrada, cuando saca unos dulces de la maleta que dispone en un plato: «Es tradición cuando llegamos a un sitio nuevo». Fuera suenan las campanas que marcan las cinco de la tarde y en la casa la que más sonríe es Rahil, que corretea de estancia en estancia.
–¿Te gusta?– pregunta Shadab a la pequeña, que contesta con una sonrisa.
–Si a ella le gusta, a nosotros también nos gusta.
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