Tres pilares rotos
En Gaza se está terminando de escribir el certificado de defunción de Naciones Unidas

La invasión de Ucrania ha dañado de forma irreparable los tres pilares en los que, hasta no hace mucho tiempo, creíamos que se basaba nuestra seguridad. El primero de ellos, el papel pacificador de la ONU, ya venía presentando fisuras desde que los vencedores de ... la Segunda Guerra Mundial, que se reservaron el derecho de veto, se dividieron en dos bloques. Pero la comunidad internacional parecía ser capaz de prevenir, al menos, las guerras de conquista. Ya no es el caso.
El segundo de los pilares, la disuasión nuclear, ha quedado completamente desnaturalizado. El escudo ruso, en esta ocasión, no se ha utilizado para prevenir la guerra —única justificación posible para un arma que puede destruir el planeta— sino para protegerse de sus consecuencias. Sin 6.000 ojivas nucleares a sus espaldas, Putin no se habría atrevido a invadir Ucrania.
Por último, el más prometedor de los pilares, la convicción de que unas relaciones comerciales y culturales suficientemente intensas convertirían la guerra en indeseable para las naciones desarrolladas —eso creía Merkel de sus tratos con Rusia— ha resultado ser un castillo en el aire. Las guerras, como bien saben los historiadores y aunque no lo asuman los geopolíticos, no las hacen las naciones, sino sus líderes. La invasión de Ucrania no favorece a Rusia, pero sí a Putin. O eso creía él antes de dar la orden de cruzar las fronteras.
Para agravar la ruina del primer pilar, en Gaza se está terminando de escribir el certificado de defunción de Naciones Unidas. Si el Consejo de Seguridad estaba paralizado por los vetos, al menos las agencias seguían funcionando. Pero eso ya no está tan claro. La corrupción de la UNRWA, que tanto parece haber sorprendido a algunos —y que ciertos medios nacionales trataron de disimular atribuyendo la participación en la masacre del 7 de octubre a «exempleados» de la ONU— era un secreto a voces. La agencia tiene en Gaza unos 12.000 trabajadores, en su inmensa mayoría refugiados palestinos. ¿Cómo esperar que un porcentaje de ellos no tomen partido? No es un problema coyuntural, sino estructural, y así lo han entendido la mayoría de nuestros aliados.
¿Estamos dando entonces un paso atrás en el camino de progreso de la humanidad? Seguramente no. Al contrario, lo que está ocurriendo es que, una vez más, nos hemos dado cuenta de que habíamos tomado un atajo equivocado.
Para lograr la paz no basta con desearla, hay que esforzarse por conseguirla. Y este esfuerzo tiene dos dimensiones complementarias, sin las cuales no puede fructificar. La primera la tenemos bastante clara: debemos construir un mundo mejor. A eso contribuyen, con riesgo de sus vidas, nuestros soldados en el Líbano. La segunda, hasta hace poco relegada al cajón de la historia, es enseñar los dientes a quienes no quieren vivir en ese mundo con el que soñamos. Una lección —de la que forma parte el si vis pacem para bellum de los clásicos— que los españoles no queremos terminar de aprender.
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