Niños y misiles: dos realidades que se solapan
Almirante (R)
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónAdemás de una lacra para la humanidad, la guerra es un fenómeno político. Y no solo para los combatientes. Incluso en los países llamados a ejercer el papel de árbitros, cada contienda suele interpretarse en clave partidista, tratando siempre de arrimar el ascua a la ... sardina ideológica que uno defiende.
A este fenómeno, como es lógico, colaboran algunos medios de comunicación, que no dudan en tomar partido por uno u otro bando. Por eso, un mismo hecho puede dar lugar a dos noticias completamente diferentes, ambas ciertas pero igualmente engañosas por incompletas. En un titular podemos leer: «Israel mata a una decena de terroristas de Hamás». En otro: «Israel bombardea un campo de refugiados».
Es una pena que, en la batalla mediática, se pierda la realidad de lo ocurrido. La noticia completa bien podría ser «Israel mata a una decena de milicianos de Hamás en un campo de refugiados». Un texto así permitiría a la ciudadanía juzgar por sí misma, valorando las tres claves de la cuestión. La primera es que, aunque sean terroristas —y por ello delincuentes a los que, cuando es posible, se debe capturar y juzgar— también son milicianos y, por ello, soldados irregulares que combaten en un conflicto armado. Con independencia de la simpatía o antipatía que sienta cada uno por su causa, son blancos tan legítimos para el Ejército de Israel como lo son los soldados rusos que invaden Ucrania para las tropas de Zelenski.
La segunda clave que el ciudadano podría deducir de la noticia completa es que estos milicianos que, por desgracia, cuando pueden ejercen como terroristas —nadie debería olvidar el 7 de octubre de 2023— se protegen rodeándose de población civil. ¿No podría el Ejército israelí atacarles en otros lugares que no sean escuelas, campos de refugiados o zonas residenciales, como parece exigir determinado sector de la prensa occidental? Por supuesto que no, porque es imposible bombardear a los miembros de Hamás donde ellos no están. «Hacen bien en protegerse para salvar sus vidas», dirán sus simpatizantes. Sin embargo, el empleo de civiles para «poner a cubierto de ataques los objetivos militares», de acuerdo con el Artículo 51.7 del primer protocolo adicional a los convenios de Ginebra, es un crimen de guerra que cometen diariamente tanto Hamás como Hezbolá… con la comprensión de una buena parte de la opinión occidental.
La tercera clave que necesitamos para formar nuestra opinión está en la proporcionalidad de los ataques de Israel. Los Artículos 51.5b y 57.2b del protocolo antes citado —el lector curioso los encontrará con facilidad en Internet— prohíben los ataques «cuando sea de prever que causarán incidentalmente muertos y heridos entre la población civil, o daños a bienes de carácter civil, o ambas cosas, que serían excesivos en relación con la ventaja militar concreta y directa prevista.» ¿Qué entiende Israel por excesivos? ¿Qué entendemos nosotros?
Permita el lector que trate de responder a esa pregunta a partir de una situación hipotética, que los propios portavoces del Ejército israelí han empleado en alguna ocasión: un terrorista de Hamás esconde debajo de la cama de sus hijos los cohetes que utilizará en los próximos días para atacar Israel. El ejemplo está bien escogido, porque los cohetes convierten el domicilio familiar en un blanco legítimo, y el odio del padre, que va más allá del amor a sus hijos, ayuda a los lectores a comprender la necesidad de los ataques israelíes.
Vayamos, sin embargo, un poco más allá. Hamás, como Hezbolá, tiene miles de cohetes, y no son demasiado sofisticados. Con ellos apenas ha causado daños a las poblaciones Israelís de los alrededores, bien protegidas por la cúpula de hierro. Por supuesto, eso no le quita a Israel el derecho a destruirlos, pero ¿sería proporcional matar a unos niños para eliminar una docena de estos cohetes? Si me preguntan a mí, militar español educado en la doctrina de la Alianza Atlántica, la respuesta sería clara. El objetivo es legítimo, pero tendría que haber muchos, muchos cohetes, para autorizar un bombardeo de ese lugar, y desde luego estaría condicionado a que, en el momento del ataque, los niños no estuviesen en casa.
Evidentemente, la sensibilidad de un país condicionado por décadas de guerra y traumatizado por la masacre de hace un año es diferente de la mía. Sus reglas de enfrentamiento son más agresivas de lo que el pueblo español aprobaría viendo los toros desde la barrera. Sin embargo, las recientes declaraciones de Netanyahu, que advierten de que el Líbano podría convertirse en una nueva Gaza si no consigue liberarse de Hezbolá —un análisis que me parece acertado, pero que se convierte en una amenaza si sale de su boca, como son amenazas las declaraciones de Putin sobre la posibilidad de que el apoyo occidental a Ucrania provoque un conflicto nuclear— deberían hacemos pensar si ese relativo desdén por los daños colaterales no esconde el deseo de utilizar el sufrimiento de los civiles en la Franja de Gaza o en el Líbano como palanca para conseguir los objetivos políticos de Israel.
Si fuera así —pero solo si fuera así— estaríamos hablando de un verdadero crimen de guerra. Y eso, que desde luego jamás llegará a la Corte Penal Internacional, es lo que, en mi humilde opinión, deberían juzgar los españoles con las evidencias que tienen ante sus ojos antes de aplaudir o condenar al controvertido primer ministro israelí.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete