Equilibrios al borde del abismo
Voces nos alertan de la proximidad de una Tercera Guerra Mundial. ¿Hay motivos para estar preocupados? Hasta cierto punto, sí.
Almirante (R)
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Iniciar sesiónApenas han transcurrido cuatro meses desde que Irán e Israel, entonces al borde de la guerra, detuvieron su último intercambio de golpes directos y ya vuelven a escucharse voces que nos alertan de la proximidad de una Tercera Guerra Mundial. ¿Hay motivos para estar preocupados? ... Hasta cierto punto, sí.
Si atendemos a la lógica de la geoestrategia, a ninguno de los contendientes le conviene una guerra total en Oriente Próximo. Israel ha asegurado que puede devolver al Líbano a la edad de piedra y alcanzar con sus misiles cualquier blanco en Irán. Ambas cosas son ciertas, pero Hezbolá tiene muchos más cohetes de los que el ejército israelí puede interceptar y, con la ayuda de Irán, puede hacer mucho daño a su enemigo jurado. Ni Tel Aviv ni Teherán pueden soñar con ganar esta guerra librada en parte por poderes; y, ojo por ojo, ambos corren el riesgo de quedarse ciegos.
¿Paz entonces? En absoluto. La geoestrategia, como ciencia adivinatoria, es una herramienta fallida porque, al final del día, no son las naciones las que deciden, sino sus líderes. ¿Convenía al pueblo de Gaza la masacre del 7 de octubre? A la vista está que no, pero sí al liderazgo de Hamás que se ha fortalecido hasta lo indecible. ¿Gana algo Israel con la muerte del líder político de Hamás precisamente cuando estaba de visita en Teherán? No, pero sí gana Netanyahu, políticamente cercado desde antes de la guerra de Gaza y que no ha conseguido reivindicarse con una victoria clara frente a Hamás. ¿Qué saca Irán de su enfrentamiento con Israel? Objetivamente, solo miseria para su pueblo. Pero Jamenei prefiere que la gente salga a la calle para gritar «muerte a Israel» en lugar de reivindicar prosperidad económica o libertad para sus mujeres.
¿Guerra entonces? Tampoco. Puede que los líderes —o casi todos ellos— solo miren por sus intereses, pero entre estos intereses se encuentra su aceptación internacional. Dentro de sus fronteras, todos ellos tienen mecanismos para manipular a sus propios pueblos. Más eficaces en los regímenes dictatoriales, pero también las democracias tienen herramientas —basta ver la España de hoy— para que sus líderes defiendan lo indefendible. Fuera, sin embargo, se encuentran relativamente indefensos. Y a la comunidad internacional no le conviene una guerra en Oriente Próximo, que comprometería el progreso económico de casi todas las naciones. De ahí las presiones de los aliados de Israel —encabezados por los EE.UU.— por una parte; y de los amigos de Irán por la otra. Incluso Putin, que podría beneficiarse de una subida en el precio de los combustibles, presiona a Irán para que modere su respuesta, quizá por miedo a enemistarse con Israel y a enconar al Partido Republicano en los EE.UU.
Con estos planteamientos, ¿qué cabe pensar que ocurrirá en los próximos días? La suma de los intereses de todos sugiere que Israel e Irán —y con este último toda su corte de bárbaros aliados— intentarán seguir bailando al borde del abismo sin ninguna intención de caer al vacío.
Crucemos los dedos mientras esperamos que ninguno de los dos de un paso en falso.
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