La ayuda americana: el precio del retraso
Si Ucrania resiste —y tiene dos poderosas bazas para hacerlo en el amor a la libertad y en el miedo a los rusos— esta es una guerra que Putin no puede ganar
Almirante (R)
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Iniciar sesiónEn la última semana, las sombrías noticias que últimamente nos llegan de Ucrania se han visto desplazadas de los titulares por la tardía aprobación por el Congreso norteamericano de un paquete de ayuda militar de más de 60.000 millones de dólares.
Al final, y ... como todos preveían, fueron más de dos tercios los congresistas que apoyaron la ley, votada separadamente de las ayudas a Israel y Taiwán. Una amplia mayoría que, no existiendo en los EE. UU. la disciplina de voto que sujeta con férreas riendas a los diputados españoles, representa con fidelidad la voluntad de la nación norteamericana.
No debiéramos olvidar que esa mayoría ya existía cuando el Speaker de la Cámara de Representantes, amenazado por el pequeño sector prorruso del Partido Republicano, decidió retrasar la votación de la ley. Pero cada una de las naciones libres que tenemos por aliadas tiene sus propios sistemas de gobierno, a los que hay que respetar por mucho que puedan debilitar las causas que entre todos defendemos. Desde luego, no somos los españoles quienes podemos tirar la primera piedra.
Con las elecciones presidenciales en el horizonte ¿cabe temer por el futuro del apoyo a Ucrania? Como las buenas noticias rara vez son noticias, apenas se ha podido leer en los medios que Donald Trump ha defendido la actuación del Speaker Johnson de la crítica de sus propios partidarios. Es probable que el expresidente, ahora candidato, poco amigo de dar la espalda a la mayoría social —de ahí su ambigua postura sobre el aborto— navegue entre dos aguas hasta las elecciones. Y, si es reelegido, también es probable que limite los cambios de la política norteamericana frente a Rusia —sobre todo después del ataque iraní a Israel— a algunos ácidos comentarios en las redes sociales.
En cualquier caso, el daño provocado por el retraso en la aprobación de la ayuda a Ucrania ya está hecho. La sociedad rusa, por primera vez desde los fracasos iniciales, cree en la victoria; y la ucraniana teme la derrota. Probablemente ambas se equivoquen, pero más lo hace el Kremlin, cuyos portavoces vuelven a asegurar que la ayuda norteamericana solo traerá más muerte a Ucrania.
Al contrario. Si Ucrania resiste —y tiene dos poderosas bazas para hacerlo en el amor a la libertad y en el miedo a los rusos— esta es una guerra que Putin no puede ganar. Hay quien asume que, si las tropas rusas vencieran en el frente, Kiev se rendiría. Pero es mucho más probable que, como ayer los bosnios y hoy los palestinos, Ucrania resista en las ciudades.
Sin una movilización general —que desprestigiaría a un régimen en el que, al contrario que en Israel, los hijos de las élites no van a la guerra— el Ejército ruso no puede enfrentarse a decenas de escenarios como el de Gaza o, más propiamente, como el de Grozni. Tardará muchos años, quizá más que en Vietnam, pero un día el pueblo ruso encontrará un Nixon —o, más propiamente, un Gorbachov— que les saque del apuro. Los invasores tendrán que marcharse y, para Ucrania, es mucho mejor esperar el final de la guerra resistiendo en el frente, por duro que sea, que ver sus ciudades arrasadas como lo fue Mariúpol.
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