cien años del nacimiento de manuel fraga
El hombre que lo fue casi todo
Solo se le resistió La Moncloa. Galicia, que presidió en la recta final de una carrera sin parangón, no se entiende hoy sin el legado de su impulso modernizador
Santiago
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Iniciar sesiónEl hombre al que le cabía el Estado en la cabeza lo fue casi todo en las cotas más altas del servicio público, en política y en diplomacia. Apenas le fue esquivo presidir el Gobierno. Manuel Fraga Iribarne (23-11-1922 – 15-01-2012) ... fue ministro con Franco, de nuevo ministro y vicepresidente tras su muerte, embajador en Reino Unido, senador y, por supuesto, presidente de la Xunta. Quince años claves en la transformación de Galicia, tres lustros a cambio de cuatro mayorías absolutas, solo igualadas después por su sucesor al frente del PPdeG, Alberto Núñez Feijóo; y si no hubo una quinta, fue por un puñado de votos. El pasado miércoles se cumplieron 100 años de su nacimiento en la localidad lucense de Vilalba.
Estudiante brillante, padre de cinco hijos, trabajador infatigable, adalid de la eficacia y extremadamente puntual, personalidad volcánica, fuerte temperamento, firme y austero, mente privilegiada, autor de casi un centenar de libros, uno de los padres de la Constitución de 1978, para la posteridad queda también Don Manuel como el político que fue capaz de aglutinar a la derecha, en torno al Partido Popular, bajo la premisa de que existía una «mayoría natural» de signo conservador. En su tierra ha legado una hegemonía sin réplica en España y Europa que ha cerrado el paso en el espacio propio (Vox, Ciudadanos) y ha contenido al nacionalismo.
A Galicia llega en la recta final de la sesentena y deja San Caetano, en 2005, ya octogenario, un caso de longevidad política sin parangón; todavía con un epílogo, hasta 2011, frisando ya los 90 años, en el Senado —que hubiera querido transformar en una cámara territorial—, donde hoy un busto recuerda su figura. Incombustible, ni siquiera tener que desplazarse en silla de ruedas le impedía seguir al pie del cañón en la Cámara Alta. Un caso irrepetible.
Cuando Fraga decide en 1988 presentarse a las elecciones autonómicas de Galicia del año siguiente, ya podría, por edad, jubilarse y llevar una vida contemplativa. En cambio, imprime un viraje a su carrera que reafirma una de sus principales características: su capacidad de adaptación. De nuevo demostrativo de su singularidad, fue capaz de reinventarse constantemente, del régimen franquista a la democracia de nuevo cuño; del centralismo al autonomismo y el «bilingüsimo armónico»; de Madrid a Santiago. Un reflejo, también, de su biografía.
El mayor de doce hermanos, hijo de dos emigrantes —la madre, oriunda de Navarra— que se conocieron en la diáspora, en Cuba, el propio Manuel Fraga residió un tiempo en la isla, antes de que la familia se asentara en Vilalba, donde hoy una placa en una casa recuerda que ahí nació y «pasó buena parte de su vida, junto con sus padres, y hermanos», quien es hijo predilecto de este concello de la Terra Chá, al que le gustaba siempre regresar para jugar una partida de dominó; en los buenos tiempos, en el Roca y el hotel Villamartín. La pátina de la emigración «hizo que conociese otros horizontes, supo de la cultura francesa y el mundo americano, y por ambos aprendió a apreciar y respetar la cultura propia», recordaba estos días el historiador Xosé Antonio Pombo Mosquera. El galleguismo sería una de sus señas de identidad al frente de la Xunta, que pasa a presidir tras triunfar holgadamente la primera vez que concurre a las elecciones autonómicas, en 1989.
Fraga, que destaca académicamente desde muy pequeño, es Premio Extraordinario en el acceso a la Universidad, con estudios superiores a caballo entre Santiago y Madrid, de nuevo Premio Extraordinario, tanto al licenciarse en Derecho como al doctorarse. Número uno en las oposiciones al Cuerpo de Letrados de las Cortes y al Cuerpo Diplomático. Cátedra de Derecho Político de la Universidad de Valencia y de Teoría del Estado y Derecho Constitucional de la Complutense de Madrid.
«Spain is different»
Lo que serían hitos en cualquier otra biografía, en la de suya es apenas el comienzo. Tras iniciarse en política en el ámbito educativo, y labrarse un nombre, en 1962 se convierte en ministro de Información y Turismo —es la época en que hace fortuna la campaña turística 'Spain is different!'—, desempeño en el que queda para los anales la nueva Ley de Prensa e Imprenta. Valor en ascenso en una etapa de aparente aperturismo del régimen, un enfrentamiento en su seno (caso Matesa) concluye con el cese de Fraga en el 69. En el 73 hace las maletas y se desplaza, como embajador, a Londres. Dos años empapándose en la cuna del parlamentarismo —le servirán, por ejemplo, para importar la noción de los Libros Blancos, en los que se articulará su proyecto para Galicia—.
Pero muere Franco en el 75 y Fraga regresa de inmediato; el presidente Carlos Arias Navarro le ofrece ser vicepresidente y ministro de Gobernación. Es una etapa breve —Arias Navarro dura poco más de medio año en el cargo—, marcada por la 'leyenda urbana' del «La calle es mía» y los sucesos de Vitoria. También porque no llega a prosperar su proyecto de reforma de las Leyes Fundamentales; sí triunfaría, en cambio, la Ley para la Reforma Política, ya con Adolfo Suárez, la estrella emergente, al timón del Gobierno. Fraga, que ve frenadas sus aspiraciones, opta por el lanzamiento de Alianza Popular. Un «viaje de ida y vuelta» al «centro político», para Julio Gil Pecharromán ('La estirpe del camaleón', Taurus, 2019), pues quien era «espejo de la nueva derecha reformista y democratizadora» acepta «pactar una federación con grupos que manifestaban paladinamente su condición franquista».
Con AP nunca logró llegar a La Moncloa. El gran pero en su carrera. Fueron años de sinsabores electorales, del «techo Fraga», el amago con tirar la toalla en el 79, rupturas y refundaciones, la 'operación Roca', hasta la dimisión del 86. Dos años en el Parlamento Europeo y regreso a Madrid para volver a coger las riendas de lo que se convirtió en el Partido Popular en el congreso nacional de enero del 89. Una batuta que no soltaría hasta abril de 1990, cuando cedió el testigo a José María Aznar con una de esas frases imperecederas: «Ni tutelas ni tutías».
El salto a Galicia
Para entonces, Fraga ya presidía la Xunta. Dositeo Rodríguez, conselleiro de Presidencia, el «chico para todo», como él mismo se definió, fue quien dirigió la campaña electoral gallega del 89, por más que ante la prensa se le rebajara un escalón, como adjunto a Mariano Rajoy. Lo cuenta en 'Mis años con Fraga. El gobierno desde la cocina' (Hércules de Ediciones, 2021), donde explica que veían como «problemas» principales, antes de someter el salto a Galicia al veredicto de las urnas, «la falta de cercanía de Fraga, la falta de sintonía con el galleguismo y su imagen autoritaria sin un mensaje ilusionante» para quien «no lo trataba de cerca». No ayudaba que hablara principalmente en castellano. La estrategia que diseñan para él pasa por «intensificar los contactos con la gente y romper la lejanía». No costó: «Era un profundo conocedor del galleguismo y su amor a Galicia era totalmente sincero». El resultado, el conocido: mayoría absoluta, y después tres más, y casi una quinta.
El comienzo de la era Fraga es arrollador. Se reúne con el Rey y con el presidente del Gobierno, Felipe González, y sus ministros, y se lanza a modernizar Galicia: autovía a la meseta, plan de carreteras, transferencias de sanidad, lucha contra incendios, impulso al Xacobeo, Policía Autónoma, Valedor do Pobo, Consello de Contas... «Había un torbellino de ideas y de proyectos», recuerda Dositeo Rodríguez. Fraga instaura los encierros del gobierno en Semana Santa: tres días en el Monasterio de Samos para seguir perfilando la Galicia del futuro. En el 91 viaja a Cuba y un año más tarde es Fidel Castro quien devuelve visita. Inolvidables las imágenes jugando al dominó o compartiendo pulpo; sobresalen en el álbum de estampas icónicas en la trayectoria de Don Manuel, como su baño en la playa de Palomares o sus choques con Xosé Manuel Beiras en O Hórreo.
Fraga llegaba a su despacho a las siete y media de la mañana y a las ocho analizaba lo que recogía la prensa; iba recortando las informaciones y enviándolas a cada conselleiro, a los que citaba si lo consideraba relevante y, en especial, negativo. A las nueve despachaba con Dositeo Rodríguez, su secretario general y su secretario de comunicación. Era puntual al extremo, como recuerdan los periodistas que cubrieron sus legislaturas, a quienes podía citar a horas intempestivas en alguna de sus frecuentes inauguraciones de infraestructuras, o no esperar siquiera para arrancar un acto. «Nos convirtió en una región equiparable a la media, superior en muchos aspectos, y transformó nuestro ego«, asegura en su libro Dositeo Rodríguez, quien cruzó con Fraga centenares de notas durante casi una década, y a quien hacía llegar mensajes como «solo usted puede llevar a Galicia hacia delante». Pero quien fue su mano derecha también le desaconsejó presentarse a unas quintas elecciones, y sufrió de primera mano una campaña «penosa», con el líder mermado, en 2005.
Declive y final
Tres años antes se había producido la tragedia del Prestige, que desencadenaría su declive. Antes, el polémico enterramiento de reses en una cantera abandonada en plena crisis de las 'vacas locas'. La Cidade da Cultura se va de las manos y la oposición la tacha de «mausoleo». Un Fraga cada vez más débil se desmaya en O Hórreo en octubre de 2004, mientras pronuncia su discurso de apertura en el Debate sobre el Estado de la Autonomía, en plena amenaza de escisión en el PPdeG. Vio al partido dividido y decidió, pese a todo, presentarse un año después, en las autonómicas. Hasta ahí llegó su trayecto en la política gallega, con luces y sombras, como reconoce quien hoy encabeza la Xunta, Alfonso Rueda.
La oposición le negaba esta semana un simple aplauso en el Parlamento, un mero gesto de reconocimiento, al proponer Rueda una «mención especial» a su figura justo cuando se cumplían 100 años de su nacimiento. Una descortesía que no empaña un hecho: la Galicia de hoy es indisoluble y no puede entenderse, un siglo más tarde, sin la figura de Fraga.
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