El último día de los Franco en el Pazo de Meirás
ABC acompaña a Jaime Martínez-Bordiú en la víspera de que el Pazo pase, de manera provisional, a manos del Estado tras 82 años como propiedad de la familia Franco. «Me quedo con los buenos recuerdos», confiesa, «espero poder volver a vivirlos»
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Iniciar sesiónLo dice a modo de broma forzada. «Si me llevo las raquetas de pádel igual me meten en la cárcel». Pero por debajo de la evidente exageración, Jaime Martínez-Bordiú no puede esconder la «tristeza brutal» y la indignación de todos los Franco. Desde hoy, ... el Pazo de Meirás pasa a manos del Estado, en ejecución provisional de la sentencia que dictó en septiembre un juzgado de La Coruña, y a la espera de que se resuelvan los recursos que ha presentado la familia. Caprichos de la historia: en diciembre de 1938 Franco recibió a modo de donación las llaves de las Torres de Meirás , la ensoñación de Emilia Pardo Bazán ; vuelve a ser un diciembre, 82 años después, cuando sus nietos se ven obligados a salir de la que hasta ayer era su residencia de verano. Se van sin nada. Todos los muebles de su interior, hasta que haya un fallo firme y se determine su propiedad, quedan también temporalmente en poder del Estado. En las últimas semanas, la Guardia Civil revisó hasta las bolsas de basura por si se sacaba algo furtivamente del inmueble.
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El más pequeño de los siete hijos de Carmen Franco recorre por última vez con ABC los pasillos y habitaciones de Meirás, una hora antes de que deposite las llaves ante su procuradora y esta las remita al Juzgado de Primera Instancia nº 1 de La Coruña . No han querido apurar el plazo que expira hoy. Su deseo es evitar el revuelo político y mediático que rodea el procedimiento por la propiedad del Pazo y que ahora tiene un nuevo capítulo: el pulso que librarán Xunta y Gobierno por su gestión. Feijóo pide que se trasfiera a Galicia, Carmen Calvo responde con evasivas.
« Me da mucho coraje todo lo que luchó mi madre por tener esta casa para reunir a toda la familia, y que ahora vengan con estas », lamenta. «Estamos desolados». Hay un dolor sordo en los Franco no solo por el hecho de que se les prive de algo que consideran suyo por herencia, sino porque se nieguen los esfuerzos económicos de su madre por restaurar el Pazo tras el incendio de 1978 o porque determinados enseres se consideren «expoliados» al Patrimonio Nacional, como dejó entrever un informe de esta institución incorporado a la causa judicial.
« ¿Quién dice que estos muebles son de Patrimonio? », pregunta indignado. En el saloncito de la planta baja de la Torre de la Quimera se ubica un «sofá de talla dorada» tapizado en tonos rosados que una conservadora de Patrimonio reivindica como «bien histórico artístico». «¿Esta tela tiene ochenta años?», exclama incrédulo, «por favor, todo esto fue retapizado tras el incendio, lo costeó mi madre». La familia se justifica. Los muebles de la Fundación Generalísimo Franco, que servían para decorar edificios institucionales, «también se vendían en el mercado», así como distintas telas para tapizar. « Las amigas de mi madre tienen cortinas con ese mismo estampado », sostiene.
Una puerta comunica con el comedor de Meirás, la antigua sala donde se celebraban los Consejos de Ministros durante la dictadura. Desentona con el resto de la planta baja. Las paredes están revestidas de zócalo hasta media altura, donde debería haber paneles de madera. El incendio de febrero de 1978 se inició aquí. «Había una pila de colchones que se prendieron», relata avivando la teoría del fuego provocado. Se investigó pero nunca se aclararon las causas. Las mesas están apartadas. En el suelo se apilan enrolladas una docena de alfombras, algunas identificadas por Patrimonio. El nieto insiste: las compró su madre de su bolsillo, no son del Estado.
Vestigios del fuego
A Martínez-Bordiú y sus hermanos les ha molestado que en las últimas semanas se hablara «de los tesoros ocultos de Meirás». «Ven, voy a enseñarte lo que sí que estaba oculto del Pazo». Conduce a la reducida comitiva por la Torre de la Quimera, subiendo por una angosta escalera. « Aquí está la habitación de mi hermana Carmen », señala a la izquierda, «y este era el vestidor de Don Alfonso de Borbón». Abre una puerta y se retrocede en el tiempo. Suelo, paredes y techo exhiben el rastro de las llamas. «Entra, entra». Lo que fue una bañera blanca es hoy un cenicero grisáceo. Carmen Franco no quiso restaurarlo, detalla, debía ser un testimonio que impidiera olvidar lo sucedido. Una puerta asoma al bajocubierta de esta zona de Meirás, que en su día fueron almacenes. No se puede entrar, no hay suelo . Abajo, el forjado de la reconstrucción; sobre él, los vestigios de maderas calcinadas.
En la primera planta se ubican los distintos dormitorios del Pazo. Hay diez, más los que se destinan al servicio «y los niños». Solo se salvó el techo original en uno. En esta sala se almacena un retrato de Carmen Franco «que trajimos de la Casa Cornide porque había humedades –explica– pero ahora no nos lo podemos llevar porque está inventariado aquí». En el otro extremo del pasillo, disimulado detrás de un tapiz, lo que queda del ascensor, igualmente consumido por el fuego.
«Estoy harto de que siempre hablen de la fortuna de los Franco; el dinero era de los Polo Martínez-Valdés. Mi abuela no sé cuántos millones heredó en 1914 y Franco se casa con esa señora»
En lo que queda de la biblioteca de Pardo Bazán, en lo más alto de la Quimera, algunos libros siguen hoy pegados unos a otros por la acción del fuego. Se alcanzó tal temperatura que sus cubiertas se fundieron. Apenas quedan unos 4.200 volúmenes de doña Emilia en Meirás. Carmen Polo donó a la Real Academia Galega un total de 8.069 poco después del incendio. Hay más de un libro en casas particulares de Sada. «Robaron más cosas. En el rellano de la escalera había un busto de mi abuelo que desapareció; mi abuela compró una réplica. Y en la mesa del comedor había un centro de plata de 25 kilos , que nunca volvimos a ver».
La restauración del Pazo provocó más de una discusión entre la hija de Franco y Cristóbal Martínez-Bordiú . «Mi padre decía que era una tontería enterrar millones para arreglar esto, pero para mi madre este era su hogar». El marqués de Villaverde solo consintió recuperar «la carpintería exterior con motivo de la boda de mi hermana Arancha» en los 90. Pero Meirás seguía inservible por dentro. « Cuando muere papá es cuando mamá decide restaurar ». Lo primero que recupera es un antiguo cuarto de oficiales en la planta baja, que convierte en su habitación, mientras se obran las restantes. «Llevó tres años y le debió costar al menos unos dos millones de euros. Una vez le pregunté por qué había puesto un parqué distinto al que llevaban otras zonas, y me dijo que era lo que ella podía costear, si yo quería otra cosa que lo pagara de mi bolsillo». No hay mayor historia en los dormitorios de Meirás. Habitaciones convencionales, muebles recientes, parqué al metro cuadrado.
Jaime Martínez-Bordiú se defiende. «Estoy harto de que siempre hablen de la fortuna de los Franco; el dinero era de los Polo Martínez-Valdés. Mi abuela no sé cuántos millones heredó en 1914 y Franco se casa con esa señora». En la sentencia del 2 de septiembre, la juez niega a la familia la posibilidad de que se les indemnice como poseedores del Pazo desde que el Estado dejó de correr con sus gastos en 1975 alegando que lo son «de mala fe». « Mala fe la que tienen quienes han puesto esa demanda », replica el nieto de Franco, «pero conmigo no pueden. Pelearemos hasta el final». La familia piensa agotar las vías judiciales para retener su patrimonio. Va para largo.
El fuego respetó la Capilla. En ella se refugian las estatuas de Isaac y Abraham, atribuidas al maestro Mateo, el autor del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago. El ayuntamiento capitalino las reclama en los tribunales. «Mi madre se acordaba hasta del anticuario donde las compraron», afirma, «pero ella ya no está».
A la parte alta de la Capilla se accede desde la «habitación del obispo», llamada así por la familia por la cama que la decora. La estancia la llena un retrato de Carmen Franco realizado por Betsy Westendorp en los setenta. Jaime se detiene en él. «Mi madre era muy feliz en Meirás». Él y sus hermanos también, confiesa. «Los buenos recuerdos son muchos, miles , me quedo con ellos. Esperamos volver algún día».
Jaime termina la visita, apura el enésimo cigarrillo y se despide, también de Carlos y Olga, los guardeses del Pazo desde hace 17 años y con dos hijas menores a su cargo. Son los efectos colaterales de la sentencia. Pierden empleo y residencia. El Estado no quiso subrogarse como empleador para que siguieran cuidando la finca. Ellos no se irán hoy, sino a mediados de enero. Mientras tanto no podrán podar el boj o cortar el césped. Meirás ya no es de los Franco, 82 años después . El Gobierno exhibe su victoria .
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