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Luis Ojea - LA SEMANA

Las carnavaladas de la izquierda

El divorcio del rupturismo arrastrará al conjunto de la izquierda. El PSOE no está en disposición de atraer a los desengañados de En Marea

Los diputados de En Marea en el Congreso en esta última legislatura MIGUEL MUÑIZ

Alexandra Fernández se va y Yolanda Díaz se queda. Se va quien se negó a avalar con su voto los presupuestos de Sánchez que recortaban 20 puntos las inversiones en Galicia. Y se queda quien negoció y respaldó sin pudor alguno esas cuentas que discriminaban a Galicia. Una abandona la primera línea de la política desencantada con la deriva de la confluencia rupturista. La otra mueve Roma con Santiago para garantizarse un puesto de salida en las próximas listas de la coalición y atornillarse al escaño.

La visión de conjunto de los caminos que una y otra parlamentaria han escogido resume nítidamente la deriva de En Marea en los últimos cuatro años. El desencanto de Fernández no es muy distinto al de muchos ciudadanos que confiaron en 2015, muchos menos ya en 2016, en el ticket electoral de la nueva política y que ahora se bajan del tren al percatarse de que en ese espacio hay dinámicas mucho más viejas y rancias que en el cualquier otro y que el invento no era más que una marca blanca de Podemos para pescar en los caladeros en los que no conseguía entrar con facilidad con sus propias siglas. De igual forma que el papel de Díaz como peón de Iglesias en el grupo confederal es parecido, cada uno en su escala y ámbito, al que han decidido también asumir Xosé Manuel Beiras, Martiño Noriega o Xulio Ferreiro al claudicar ante el líder de la formación morada para intentar sobrevivir a la ruptura, que ellos mismos provocaron, de la confluencia.

En realidad, el papelón de Beiras es el más grotesco de todos. Resulta complicado imaginar qué es lo que le ha llevado a cerrar el epílogo de su dilatada carrera política de una forma tan esperpéntica, reducido a palmero de Iglesias, priorizando los intereses particulares de su delfín a sus pretendidas convicciones nacionalistas, desmintiéndose a sí mismo y a toda su trayectoria pública y dilapidando el poco capital político que podía quedarle.

En cualquier caso, todos han quedado retratados en el divorcio de En Marea. Una carnavalada en la que no han sido siquiera capaces de decir claramente

Aque van a concurrir por separado a las generales. Todos, unos y otros, se esconden en perífrasis ininteligibles para diluir su responsabilidad en la ruptura pese a que todos, tirios y troyanos, han provocado la implosión.

Camino al 28-A

Una mascarada a la que muchos, como Alexandra Fernández, no están dispuestos a contribuir más tiempo. La diputada, con su portazo, busca redimirse, quizás pensando en un posterior regreso. Otros simplemente se han marchado para no volver. Y no son pocos. El 28 de abril se constatará cuántos están dispuestos a tragar, como Yolanda Díaz, con los enjuagues impuestos por Podemos y cuántos no.

En cualquier caso, el divorcio del rupturismo arrastrará al conjunto de la izquierda. Primero porque el sistema electoral vigente penaliza la división del voto. Y segundo porque el PSOE no está en disposición de atraer a todos los votantes desengañados de En Marea. También los socialistas se ahogan en su propia carnavalada.

Puede parecer exagerado referirse en esos términos al PSdeG, pero quizás no lo sea tanto si se hace el esfuerzo de repasar la deriva de ese partido en Galicia en la última década. Hace ahora diez años caía en unas elecciones Emilio Pérez Touriño. Desde entonces han pasado por la Rúa do Pino personajes de muy diversa consideración. Pachi Vázquez, José Ramón Gómez Besteiro y Gonzalo Caballero como Secretarios electos, sin contar la disparatada etapa de Pilar Cancela al frente de una gestora interina. Vázquez hoy está montando otro partido. Besteiro está apartado de la política a raíz de sus imputaciones judiciales. Y Caballero es un líder clandestino. Una tan novedosa como fallida forma de pilotar una organización. Siempre sumiso a Ferraz, incapaz siquiera de mojarse en la elección de sus propios candidatos a las municipales y menos aún de atreverse a confrontar su programa en el Parlamento, si es que tiene discurso más allá de los cansinos tópicos a los que recurre en cada intervención pública.

La izquierda vive en la chirigota permanente. No solo estos días. Todo el año. Unos y otros. Una carnavalada continua, sin sentido alguno de la mesura.

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