Empresarios afectados por la DANA: «Toca empezar en otro sitio hasta que podamos volver»

Esta empresa de productos químicos se encuentra en Alquería de Moret, un polígono con 70 empresas a donde no ha llegado ninguna máquina a limpiar las calles. La riada desplazó las ambulancias de la compañía Diavida, que se encuentran encajadas entre el barro por un cruce del polígono. Por ahí están también las furgonetas de la empresa alimentaria Valin. Junto a su nave, otras han sufrido desperfectos, como la de Jamones de Aragon o Vendival.

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La radiografía de este escenario se extiende por las doce calles de Alquería de Moret, donde los propietarios de las empresas intentan ayudarse entre ellos para salir adelante. También se sienten abandonados. Sin ayuda, aunque sea para limpiar las calles, no podrán volver a la actividad porque ninguna empresa de transporte podrá entrar en el polígono a suministrarles mercancía. «Toca empezar en otro sitio hasta que podamos volver», explica a ABC María Álvarez, encargada del área de administración y finanzas de la empresa. Ella y su hermano Rafael, director comercial de Higiman, trabajan sin descanso para que la empresa que fundó Rafael Álvarez García-Casarrubio, su padre, recupere la actividad lo antes posible.

Llevan cinco días sin facturar y tienen 30 nóminas que pagar a final de mes. Tres de sus empleados son de Picaña y han perdido sus hogares: «No pueden quedarse ahora sin trabajo también», asegura María, Entre los dos hermanos, gracias a un amigo, han conseguido alquilar otras naves muy cerca de aquí, en Picasent, donde esperan poder empezar a trabajar a principios de la semana que viene. Se quedarán allí hasta que en Alquería de Moret haya suministros de nuevo, las calles estén limpias y sus camiones y furgonetas puedan circular con normalidad, algo que no estiman que ocurra hasta dentro de tres meses, al menos.

Pese a que Higiman tiene pulmón económico y se lo puede permitir, se han encontrado con dificultades logísticas para poder subir la persiana de forma temporal en otro lugar. «Ahora nos hemos encontrado con otro problema: aunque el polígono al que nos vamos está perfecto, las empresas de transporte dicen que no van a allí porque el código postal les aparece como afectado por la DANA», dice Rafael. Y añade: «Todo son facilidades». Para solucionarlo, han recurrido a conductores de camiones que no forman parte de grandes compañías de transportes.

«Por aquí pasan muchos voluntarios, pero ninguno se para a ayudar. Yo entiendo que el pueblo es más importante y que mucha gente está sufriendo, pero al menos que nos limpien las calles», cuenta María, al tiempo que añade que las ayudas a las empresas no son una prioridad: «Figuran en el sexto puesto. A las empresas nadie viene a ayudarnos».

Fue el pasado domingo cuando Rafael consiguió entrar por primera vez en las oficinas de la empresa familiar. Junto con diez amigos que fueron a ayudarle, empezaron a sacar barro del exterior para poder acceder a las naves de 14 metros de altura. Dentro, el agua había llegado hasta los tres metros y se había mezclado con aguas fecales.

Gracias a otro amigo, consiguió alquilar un tractor con el que han conseguido limpiar una de las naves, sirviéndose del agua que corre por una acequia que hay junto al polígono. Se encontraron, además, con otro problema: «No funcionan las grúas para bajar la mercancía que no se ha dañado». Sin las calles limpias, no pueden llevarlas a reparar ni traer otras nuevas.

A pocos kilómetros de aquí, en Sedaví, el Ejército ayudaba ayer a varias naves industriales a las que no les bastaba la fuerza de los voluntarios, familiares y amigos para poder empezar siquiera a valorar los destrozos. Necesitaban maquinaria pesada para acceder a los negocios y empezar con las labores de limpieza.

Una de estas empresas es Soncol, que vendía colchones. En su muro se podía leer, escrito con barro: «Necesitamos ayuda». «Nuestra empresa es familiar, la llevamos mi padre, mi hermana, un compañero y yo. Hasta ayer estábamos ayudando a mi amigo con su casa, que está destrozada, y hoy hemos venido aquí. Teníamos esperanza de poder salvar algo, pero no queda nada», afirma Jose, uno de los dueños, mientras los soldados les ayudaban a sacar colchones empapados de una nave donde el agua abrió hasta boquetes en las paredes. «La tienda sigue en marcha porque la tenemos en Valencia, pero no tenemos nada que vender. Ni que repartir, porque la furgoneta estaba aquí y reventó. Está todo arrasado. Y nosotros hemos perdido material, que al fin y al cabo es solo eso, pero la gente que se podía haber salvado si estos chicos hbuieran estado aquí el primer o el segundo día…», lamenta. «Ahora no podemos hacer nada. Solo volver a empezar».