Una pica en flandes

Guerra nuclear

«Con Putin, las democracias occidentales han tardado mucho en reaccionar, han estado demasiado tiempo bailándole el agua»

No sé si Putin apretará el botón o no. No tengo ni idea de lo que pasa por su cabeza o de si está dispuesto a provocar la extinción de la vida en el planeta. Seguramente no. O, tal vez, sí. De lo que ... no tengo ninguna duda es que lleva en sus entrañas la hiel de los peores tiranos de la historia. En el ADN de Vladimir se encuentra la herencia genética de los dictadores que quisieron arrasar Europa para quedarse con el solar tras provocar un holocausto.

Dentro de sus fronteras, las de la desaparecida Unión Soviética, esa URSS con la que Putin alimenta sus sueños húmedos para engrandecer las fronteras de la Gran Rusia, tiene el lamentable precedente estalinista. El «padrecito» Stalin, el dictador comunista de acero, engrandeció la URSS a costa de su propio pueblo y se llevó por delante más de 30 millones de vidas en sucesivas purgas.

Fuera de sus fronteras, Hitler decidió dominar Europa con una teoría de base muy parecida a la de Putin. El «espacio vital». Al final se trataba de lo mismo, de ocupar territorios para anexionarlos a un imperio. Mientras eso pasaba, 5 años de guerra mundial, 100 millones de personas según los cálculos más pesimistas, perdieron la vida. El dictador nacional socialista llevó Alemania a la ruina y a Europa al desastre en medio de un baño de sangre.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin AFP

Uno comunista y el otro nazi. Paradojas de la historia, los dos arremetieron contra lo mismo. Contra todo aquel que pensara o sintiera diferente. Contra todo el que defendiera la causa de la libertad. Contra el pueblo judío, contra los disidentes, contra todos los que estuvieran en su contra. Lo mismo que hace ahora Putin en Rusia. O muy parecido.

Europa, nuestra historia, está llena de personajes que decidieron, desde el trono de su poder, montarse el chiringuito a costa de las vidas, los derechos y la libertad de los demás. Y no es nuevo, piensen en Napoleón, y siempre acabaron mal. Stalin murió sobre una alfombra en extrañas circunstancias, Hitler se suicidó en un bunker y Napoleón murió en su exilio forzado en la Isla de Santa Elena, algunos dicen que envenenado.

Más allá de la lección de historia, está la realidad del resurgir, una y otra vez, de totalitarismo.

El totalitarismo tiene muchos colores y se disfraza de uniformes diferentes. Toma distintas banderas, pero al final de la partida, siempre es lo mismo. La megalomanía de quienes se sienten superiores a los demás y deciden imponer sus criterios a base de fuerza. Y está volviendo a pasar.

Es tremendo, además, que los totalitarios repitan una y otra vez las mismas fórmulas. Partiendo de las tesis tóxicas del nacionalismo, pretenden ejercer su poder desde el color de un estandarte que intenta expandir su sombra a todos los territorios hasta donde sean capaces de llegar sus ejércitos. En otros casos, justifican sus acciones en nombre del pueblo, del suyo claro, y de la libertad, la suya claro, importándoles un pimento los pueblos y las libertades que oprimen en sus delirios de grandeza. Importando poco también la libertad de su propio pueblo.

La otra noche, bueno ya de madrugada, escuchado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención ante la Asamblea General de la ONU, no tuve duda de cuál sería la frase más destacada, dirigida al señor Putin. «Esos falsos referendos constituirán una nueva violación de la legalidad internacional. Su resultado nunca será reconocido».

Esos referendos son pantomimas ilegales que justificarán la anexión, y posterior defensa, de los territorios ocupados en Ucrania. Y ahí entra el ruso con las armas nucleares. Me alegré al escuchar esas palabras del presidente Sánchez. No podía ser de otra manera. Claro que algo sabemos por aquí de falsos referendos y del trágala con los nacionalistas, pero esa es otra historia.

Realmente me alegré de escuchar esas palabras, pero no puedo quitarme de encima la idea de que, con Putin, las democracias occidentales han tardado mucho en reaccionar. No puedo dejar de pensar que los países democráticos han estado demasiado tiempo bailándole el agua mientras se iba llevando por delante las libertades que había reconquistado el pueblo ruso al recuperar la democracia. Se veía venir, pero tiene pasta, petróleo y gas natural. Y poder. Una fórmula de éxito que ha llevado a los dirigentes occidentales a sufrir sus males en silencio, como las hemorroides, hasta que ha llegado a convertirse, esta vez de verdad, en un grano en el culo de Europa.

No tengo ni idea de si Putin lanzará la bomba atómica, ni dónde o contra quien lo haría, pero no puedo dejar de pensar en lo que la psicología llama el Síndrome de Napoleón. Y me echo a temblar.

En fin… feliz fin de semana a todos.

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