Cinturones de incompetencia

Pero las consecuencias siguen vivas. Las distintas investigaciones, tanto judiciales como parlamentarias, han empezado a revelar lo que muchos temíamos: una gestión deficiente, una descoordinación alarmante entre organismos y una cadena de decisiones que, lejos de mitigar el riesgo, contribuyó al caos. Mandos operativos de protección civil, responsables de meteorología, bomberos, técnicos en emergencias… todos parecen haber estado presentes, pero ninguno asumió la iniciativa cuando más se necesitaba.

En este contexto, es difícil no recordar otro episodio de nuestra historia en el que la fe en una defensa sólida acabó siendo una dolorosa ilusión: el famoso «cinturón de hierro» de Bilbao. Durante la Guerra Civil, el Gobierno vasco del lehendakari Aguirre construyó una línea de trincheras y fortificaciones que debía proteger la ciudad del avance franquista. Fue presentada como una barrera infranqueable. Sin embargo, en apenas dos días fue superada. Las tropas de Franco entraron sin dificultad y los valientes gudaris huyeron al oler al primer legionario. No hubo comisiones de investigación: estaban en guerra, y quizá también porque hubiera resultado insoportable exponer la magnitud de la incompetencia.

Hoy no hay trincheras, pero sí sensores que no funcionaron, correos perdidos, barrancos sin limpiar, protocolos sin activar, bomberos con hambre y organismos superpuestos que no se hablaron. La historia se repite, solo que esta vez con la tecnología como coartada. Las comparecencias ante la jueza de Catarroja están siendo reveladoras. Nadie niega que sabían que el barranco de Poyo se desbordaría. Sin embargo, nadie lo comunicó a tiempo. Todos son capitanes a posteriori, pero nadie actuó cuando hubiera sido útil.

La comisión parlamentaria que se inicia ahora probablemente no sorprenderá a quienes ya asistimos a la que investigó la dana que asoló la Vega Baja años atrás. Expertos llamados por unos y otros defenderán tesis opuestas, a menudo alineadas con quien los cita. Habrá quien insista en que lo mejor es devolver a los ríos su cauce original, como si pudiéramos retroceder en el tiempo, y quien defienda que no limpiar barrancos protege a alguna especie de renacuajo con nombre impronunciable, a pesar del riesgo que esto conlleva. Todas las opiniones deben ser respetadas, excepto aquellas dictadas por intereses políticos o económicos encubiertos. Pero lo cierto es que entre unas y otras se contrarrestan, y es muy difícil llegar a conclusiones ampliamente asumidas.

Donde no hay acuerdo, de momento, es en la participación de las asociaciones de afectados. Algunos partidos consideran que sus testimonios no aportan soluciones técnicas; otros, que su experiencia es esencial para comprender el impacto real y humano de la tragedia. Siguen pesando los objetivos políticos del hoy por encima de las acciones que podrían salvar vidas mañana.

Porque lo más grave no es solo lo que ocurrió. Es que no hemos aprendido nada. Desde la Confederación Hidrográfica del Júcar y el Ministerio de Transición Ecológica ya se anuncian obras y medidas que, en muchos casos, ya estaban previstas y jamás se ejecutaron. ¿Por qué deberíamos creer que esta vez será distinto? ¿Quién puede confiar en que las mismas estructuras que fallaron entonces están ahora preparadas para prevenir desastres futuros?

Además, ¿habrá dinero para dichas infraestructuras? Actualmente, el gobierno socialista prefiere invertir en el País Vasco y Cataluña antes que en la —para sus intereses— incómoda Comunidad Valenciana a la que ya no le dan ni para pagar el gasto farmacéutico.

Cuando le comunicaron al lehendakari Aguirre que las tropas de Franco habían cruzado el inexpugnable cinturón de hierro, no se lo podía creer. Pero rápidamente volvió a la realidad y planificó su huida. Los afectados por la dana de octubre de 2024 no tuvieron tanta suerte. El agua arrastró a muchos hacia una muerte horrible.

Como en 1937, también hoy se construyen «cinturones de hierro» que prometen seguridad. Solo que ahora son digitales, administrativos y burocráticos. Y, al igual que entonces, muchos confían en que resistirán. Pero basta con una fuerte tormenta para descubrir que, detrás de tanta promesa de fortalezas inexpugnables, solo hay defensas de papel y mandos incompetentes.