Fin de ciclo independentista en la Diada de la fractura y el desencanto
La manifestación, lejos de las grandes marchas del inicio del 'procés', sirvió a la ANC para cargar contra los políticos
La entidad amenaza con impulsar una lista propia en una jornada marcada por los ataques a ERC
Barcelona
Fin de ciclo. Una década después de la manifestación de la Diada que dio inició al 'procés', cinco años después del otoño negro de 2017, el independentismo llegó agotado al 11 de septiembre. Agotado y agriado, dividido, quebradas las confianzas entre el secesionismo civil ... y el político, sin un objetivo claro ni estrategia definida. De las sucesivas 'hojas de ruta' que construyeron el 'procés' a un panorama de fractura política y confrontación partidista. Tono bronco, pancartas acusatorias –«Botifler, no te votaré», «Traidores...»–, mal rollo. Lo que llegó a definirse como la 'revolución de las sonrisas', con sus vistosas y masivas manifestaciones, ha dado paso a un movimiento antipático, de reproches cruzados, en el que los discursos antipolíticos han pasado a ser dominantes y en el que el principal partido independendista, ERC, se ha visto expulsado acusado de desviacionismo autonomista. La resaca procesista durará años.
Si en la primera fase del 'procés' (2012-2017) la calle empujaba y los políticos cumplían, en este segundo ciclo la movilización de la Diada no es más que un catálogo de impotencias. Manifestación de cansados, una inercia que no conduce a nada, necesidad de decirse que siguen ahí. La misma rutina de la última década, las mismas banderas y camisetas reivindicativas (este año, de un premonitorio color negro funerario) para tratar de mantener a flote un 'procés' que, al menos en el frente político, lleva meses, años, haciendo aguas. «Volvamos para vencer. Independencia», era el lema de manifestación de ayer: reconocimiento de haber marchado.
La Guardia Urbana contó a 150.000 participantes en Barcelona. Más que los 108.000 de la Diada de 2021 –cuando se tocó suelo pese al levantamiento apresurado de las medidas antiCovid–, pero muchas menos que en todos los años anteriores: particularmente la Diada de 2012, la primera, o la de 2014, la de la 'V' que desbordó Barcelona llenando la Gran Vía y la Diagonal. Menos de una décima parte que la media de los años previos. «Venimos del pueblo. Al final hemos podido llenar un autocar. En los años buenos llenábamos diez», reconocía una pareja de jubilados mientras esperaban a que diese inicio la marcha, como siempre, en un ritual ya aprendido, a las 17.14 horas de la tarde. Manifestación grande, sí, en ningún caso desbordante. Familias enteras, mucho veterano, y en cambio menos grupos de jóvenes en pandilla como era habitual hace años. El independentismo pierde 'charme', aunque la ANC elevase a 700.000 el número de asistentes.
Pero ayer, más que el número de asistentes, lo importante era el catálogo de ausencias. Ni rastro, por ejemplo, del presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, ni de los consejeros de ERC. Tampoco de históricos dirigentes republicanos como Oriol Junqueras, entregados durante toda la jornada a reclamar al independentismo un regreso a la transversalidad de la que se han visto desplazados.
ERC ha perdido la calle. Una ocasión que Junts aprovecha para exhibir pedigrí independentista y reivindicarse como partido hegemónico, no electoralmente, pero sí en eso que puede definirse como 'independentismo mágico', el que sostiene que para lograr la secesión basta con gritarlo muy alto; el mismo que anticipa desobediencias que nadie está dispuesto ya a llevar adelante; el mismo que no define más programa político que el de la confrontación y el «mandato del 1 de octubre»; el mismo, en fin, que ahora se regocija mientras los más exaltados insultan y llaman traidor a Aragonès, Junqueras y los suyos. Es, en definitiva, el mismo programa que agita la Assemblea Nacional Catalana (ANC), organizadora de la manifestación, motor civil del 'procés' en los primeros años, y ahora reducto del secesionismo irredento. Antaño poderosa, cuando se atrevía a exigir al 'president' de turno que pusiese las urnas (2014), solo la bronca con ERC de las últimas semanas ha vuelto a dar protagonismo a una entidad que, más allá de la Diada, apenas ha logrado movilizar a unos centenares de fieles en sus últimas convocatorias para protestar contra la presencia del Rey. Una sombra de lo que fueron.
Desde la tribuna de oradores al concluir la marcha, Dolors Feliu, su nueva presidenta, volvió a amenazar a los partidos con presentar una 'lista cívica' al margen de las formaciones tradicionales si estas no avanzan hacia la independencia. «Si los partidos del gobierno no quieren hacer la independencia, la tendremos que hacer nosotros (...) O hacéis la independencia, o convocad elecciones», amenazó Feliu sin más concreciones que las de su propia determinación.
El tono general, pese a los discursos encendidos y la retórica de combate, fue el de una innegable depresión ambiental, la percepción de que se cierra un ciclo. Tal y como acertó a proclamar por la mañana Xavier Antich, presidente de Òmnium, la entidad que junto a la ANC ha liderado el 'procés' y que en los últimos años ha cuajado un discurso más próximo al de ERC, o el independentismo acierta a definir un «nuevo marco estratégico» o no tiene más que recoger los restos del naufragio, en el mejor de los casos, o embarcarse en una guerra civil en su seno.
Un anticipo de lo que podría venir se vio en el Fossar de les Moreres, en la previa de la Diada, cuando durante el acto de homenaje a los «caídos» del sitio de 1714, volvieron a repetirse los enfrentamientos y los insultos entre las distintas facciones. Dos periodistas gráficos fueron agredidos. «Podéis chillar. Chillad más si queréis. La gente de ERC trabajará para llevar este país a la libertad», respondía desencajada la secretaria general adjunta y portavoz de ERC, Marta Vilalta, mientras los más ultras asediaban a la comitiva del partido. Montejurra republicano. Diada 2022.
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