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Eddie Vedder, cuando el carisma mueve montañas

El cantante de Pearl Jam alternó canciones propias y de su banda y versiones de Tom Petty, Warren Zevon y Neil Young en su regreso en solitario al Palau Sant Jordi

Eddie Vedder, durante una actuación reciente en Madrid Maya Balanya
David Morán

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Mismo protagonista, idéntico escenario pero un espíritu completamente diferente. ¿Mejor? No, simplemente diferente. Así, apenas un año después de que Pearl Jam dejase temblando la montaña de Montjuïc con una soberbia descarga eléctrica, Eddie Vedder regresó al Palau Sant Jordi con un formato mucho más despojado y sin Mike McCready, Stone Gossard o Jeff Ament cubriéndole las espaldas. No estaba solo, ya que por ahí entraban y salían desde un Glen Hansard pluriempleado como telonero y ocasional refuerzo instrumental a las cuerdas temblorosas del Red Limo String Quartet, pero en todo momento la dinámica fue la de un concierto en solitario armado a partir de la poderosa voz de Vedder y de intangibles tan en liza durante los noventa como el carisma y la autenticidad.

A esto último, de hecho, había que agarrarse para tratar de comprender la naturaleza de un montaje brillante en el fondo pero muy confuso en las formas, con la intimidad prometida liquidada por las dimensiones del recinto (y también por el uso dosificado y a veces hasta rácano que Vedder hizo de las pantallas) y un guión que, tras más de dos horas de actuación, tampoco dejó demasiado claro qué es lo que pretende el cantante con esta gira. ¿Darse un baño de masas sin tener que compartir al público? ¿Demostrar que, a pesar de las corazas eléctricas y de la coautoría musical, el auténtico espíritu de las canciones de Pearl Jam anida en su garganta? ¿Reivindicar su cara más trovadoresca mientras homenajea a algunos de sus grandes héroes musicales? ¿Inventarse una excusa para compartir con 8.000 desconocidos su pasión por Gaudí y enseñarles el book de fotos que se hizo en la Casa Batlló?

Sea como fuere, ahí estaba Vedder, rodeado de maletas de trotamundos, luces tenues y un atrezzo como de desván abandonado y demostrando que, si se lo propusiera, sería capaz de imprimirle emoción a la guía telefónica o a una factura del gas. Por suerte, el estadounidense prefiere medirse con logros propios o ajenos y deslumbró echando mano de «Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town», inyectándole electricidad a «Wishlist» o acunando el escalofriante lamento de «Dead Man».

En el camino de Vedder, las charlas sobre sus hijas se cruzaban con los brindis con el público de la primeras filas y el aroma festivo del «You've Got to Hide Your Love Away» de los Beatles se fundía con el salmo ceniciento de Warren Zevon y su «Keep Me In Your Heart», unos cambios de registro que, ya fuese con ukelele, acústica o eléctrica, resolvía exprimiéndole hasta la última gota de emoción a las canciones. De eso, de emoción, anda sobrado Vedder, por lo que sólo faltaba tocar las teclas adecuadas , en este caso las de «Inmortality», «Lukin», «Porch» y «Black», para que la comunión con el público fuese total.

Luego vendrían el emotivo homenaje a Tom Petty con «I Won’t Back Down», el dúo con Hansard para evocar a los Everly Brother en «Sleepless Nights», una explosiva «Better man» que devino verbena y esa “Should I Stay or Should I Go» que, ukelele mediante, sonó más a anécdota ocurrente que a respetuoso guiño a The Clash. También la denuncia de las políticas migratorias de Trump, una «Isn’t a Pity» de George Harrison un tanto contrahecha y la rotunda «Rockin’ In The Free World» de Neil Young, despedida y cierre de una noche que, pese a toda la intensidad y pese al desbordante carisma de Vedder, se recordará como un complemento o una nota al pie de la descomunal gira de Pearl Jam de 2018.

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