Hazte premium Hazte premium

Morir a los 18 años por nada

Víctor Amela rescata la «memoria viva» de la Quinta del Biberón en «Nos robaron la juventud»

Amela, en las ruinas de Corbera d'Ebre ABC

Sergi Doria

Valencia, sede del gobierrno republicano, 27 de abril de 1938. Manuel Azaña, presidente de la República, Juan Negrín, jefe del gobierno, y Lluís Companys, president de la Generalitat, rubrican el decreto que enrola a los jóvenes de diecisiete y dieciocho años en la batalla del Ebro.

A Federica Montseny le asombra la bisoñez de los reclutados: «¡Pero si muchos todavía deben tomar el biberón!», exclama. «Estos tres políticos enviaron a cerca de treinta mil adolescentes a la guerra», advierte el periodista Víctor Amela en su libro reportaje «Nos robaron la juventud» (Plaza y Janés en castellano/Rosa dels Vents en catalán).

Era la Quinta del Biberón . Nacidos en 1920, hace justo cien años. Manta, alpargatas y mosquetones que fallaban cual escopetas de feria. Doscientos mil combatientes entre ambos bandos . Hambre y piojos. Soldados agonizantes que llaman a su madre.

La toponimia de la muerte entre el verano y el otoño de 1938: Mora, Miravet, sierras de Pàndols y Cavalls, Riba-roja, Fatarella, Bot, Pinella de Brai, Vilalba dels Arcs, Gandesa, Punta Targa, Venta de les Camposines…

Amela supo de los «biberones» la Navidad de 1977. Su tío Josep, Pepito, se abrió la camisa y le mostró una cicatriz bajo la tetilla izquierda: « La bala entró por aquí y salió por ahí . En La Pobla de Massaluca, batalla del Ebro… El 1 de agosto de 1938: el día que yo cumplía dieciocho años».

El diálogo imaginario con el tío Pepito, las cartas y fotografías que dejó para que alguien las encontrara, se alternan con los testimonios de veinticinco «biberones». Los que murieron, abonaron los olivos, viñedos y almendros de las tierras del Ebro; los que sobrevivieron cargaron para siempre con la mochila del trágico recuerdo de sus compañeros caídos.

«Nos robaron la juventud» es su intrahistoria coral. Algunos «biberones» se pegaban un tiro en la mano o el pie para huir de aquel infierno. Así lo recuerda Eudald Vila: « ¡Me han dado! , gritaban. Pero se les notaba en la piel la pólvora del fogonazo… y entonces eran fusilados por desertores. Yo, como otros, alguna vez asomé la mano por encima de la trinchera, a ver si me herían».

«¡ Resistir es vencer! clamaba Negrín y los cadáveres formaban en el suelo “como atunes”», apunta Francesc Pedrol.

Enfrente, los catalanes carlistas del Tercio de Montserrat que se lanzaban al combate cantando el Virolai: las boinas rojas les convertían en fácil diana de las balas republicanas.

En Vilalba dels Arcs cayeron 59 requetés en la ofensiva contra el cerro de Punta Targa: «Les dimos tregua para que pudiesen enterrar a sus muertos», apunta Andreu Canet . Los vándalos separatistas de Arran no soportan hoy los mojones que desde 1968 rendían homenaje, en catalán, a esos catalanes del franquismo: los han machacado a martillazos y raspado los nombres.

Franco también reclutó a sus «biberones». Fue la Quinta del Pelargón: «La posguerra supuso penales y campos de concentración para muchos soldados y el servicio militar para muchos otros. Tanto los ‘biberones’ –si no se les había penado por un delito de sangre o político– como los ‘pelargones’ tuvieron que presentarse a las nuevas autoridades para cumplir con el servicio militar obligatorio desde 1939… Muchos deberían servir al Ejército hasta el año 1945, en que cumplirían veinticinco», explica Amela.

Los testimonios surgidos del anonimato se conjugan con las vivencias del historiador Edmon Vallés –autor de un dietario de las trincheras– o de los escritores Joan Brossa y Joan Perucho . Brossa en el frente del Segre y Perucho desde el antiaéreo del Carmel. En La Venta de les Camposines, hoy panteón de los muertos, asoman «Las historias naturales» que Perucho ambientó en la guerra carlista, con los mismos parajes de la batalla del Ebro.

Amela rescata las memorias inéditas de Enric Sanahuja, primero «biberón» y luego « pelargón ». Un mensaje en Instagram del 25 de julio de 2019 de un nieto de Sanahuja, que había fallecido en 2011, adjuntaba fotografiado un papel amarillento del abuelo, que se presentaba como «excombatiente de dos banderas».

Sanahuja combatió diez meses en las filas republicanas y luego lo hizo como soldado franquista. Su memoria recorre la toponimia maldita: Riba-roja, Les Camposines, Puig de l’Àliga, sierras de Cavalls y Pàndols, Gandesa, Corbera d’Ebre…

Al leerle sabemos por qué la República perdió la guerra desde el 19 de julio de 1936: «Por la calle patrullaban milicianos armados , cada uno con las insignias de su partido, eso era un popurrí, y con sus banderas: la bandera republicana, la que votaron todos los españoles, no figuraba por parte alguna».

Al leerle valoramos la reconciliación del 78. Todos aquellos partidos, concluye Sanahuja, reunidos por el rey Juan Carlos I y una Constitución que todos deberían acatar: «Los que murieron, miles y miles de españoles, ¿ por qué murieron? ¿Por qué luchamos? Si ahora estamos unidos, cada cual con su ideal… ¡pues podríamos habernos entendido entonces!».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación