Garriga Vela: «Las grandes novelas siempre son obras tristes»
DAVID MORÁN
BARCELONA. No esconde José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) que, desde siempre, le han interesado las historias trágicas y las novelas tristes. «Me encantaban esas historias tremendas de la guerra que me contaba mi padre; quizá por eso cuento historias dramáticas», reconoce el ... autor de «Muntaner, 38», de vuelta de nuevo a la actualidad literaria gracias a «Pacífico» (Anagrama), novela que se adentra en la historia de una familia que vive completamente «en babia» y que se desmoronará un poco más cuando a uno de los personajes le caiga encima la «espeluznante» acusación de haber abusado de su hija de quince meses.
Siete años ha necesitado el escritor barcelonés afincado en Málaga para tener lista una novela que, según el autor, se fue encallando en cuestiones cada vez más técnicas, y que si logró salir adelante fue gracias a una conversación cazada al azar en un autobús. «La gente hace literatura cada día, y los autores debemos tener oído y prestar atención», asegura Garriga Vela al tiempo que desvela que el título de la novela se presta a una doble lectura. «Casi todos los personajes de la novela son pacíficos, pero para los mexicanos el Pacífico es un océano que no tiene memoria, y eso me interesaba, ya que el protagonista es alguien a quien le gustaría perder la memoria», asegura.
Escritor de escritores
Repleta de personajes secundarios que transitan por la narración influyendo en su rumbo y premeditadamente escueta, «Pacífico» es, como confiesa su creador, una novela «triste» aligerada con «humor, ironía y un retrato tierno de los personajes». «Para mí las grandes novelas siempre son obras tristes, como «Lolita», de Nabokov», asegura el autor de «El vendedor de rosas».
Galardonado con los premios Jaén (1996) y Alfonso García-Ramos (2001) de novela y admirado por autores de peso como Enrique Vila-Matas, Juan Marsé y Manuel Vázquez Montalbán, Garriga Vela se considera «escritor para escritores y para quienes les guste la literatura» y reconoce que la escritura le absorbe tanto que acaba perdiendo el mundo de vista. «A la hora de escribir una novela me centro en la historia y pierdo el norte en la vida real. En mi caso, lo del miedo al papel en blanco no es tan importante como el miedo al papel escrito, a lo que de ahí puede salir», explica.
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