La ANC prepara otra Diada para humillar a ERC tras pactar con Illa
La entidad, alineada con los intereses de Junts, acusa a los republicanos de romper la unidad independentista
Junts se lanza a la caza de perfiles «españolistas» en el nuevo Govern
Illa mantiene los actos de la Diada diseñados por ERC
Barcelona
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Iniciar sesiónLa próxima celebración de 11 de septiembre en Cataluña amenaza con convertirse en otra jornada de desunión independentista, una Diada de cuchillos largos con Esquerra Republicana en el punto de mira del secesionismo más excitado. «Parecemos masoquistas, qué sentido tiene querer ir a una ... fiesta a la que no solo no te han invitado, sino en la que sabes que no eres bien recibido». Un militante de Esquerra expresaba así su desconcierto ante el hecho de que su partido no haya descartado ya de plano la posibilidad de sumarse a la manifestación convocada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y otras entidades, algo que todavía no está decidido, apuntan fuentes del partido a ABC.
El ambiente, ciertamente, está más enrarecido que nunca, y el acuerdo de investidura de Salvador Illa cerrado entre el PSC y ERC ha roto definitivamente cualquier posibilidad de entendimiento entre los republicanos y el que fue durante años el motor civil del 'procés'. Si el partido como tal no ha tomado una decisión aún, buen número de dirigentes tienen claro que no irán, como tampoco fueron en años anteriores, explican a ABC desde dentro de la formación. «Ir a que te insulten no tiene sentido», sostienen ante la certeza de que, incluso más en que en años anteriores, la manifestación de la ANC no es terreno amigo.
Las relaciones entre ERC y la entidad en los últimos años no han sido fáciles, pero el pacto con el PSC ha puesto definitivamente a la entidad presidida por Lluís Llach en sintonía con Junts y, por tanto, en abierto enfrentamiento con los republicanos. Tras los resultados del 12M, ANC trató por todos los medios de torpedear el acuerdo entre ERC y el PSC, sumándose a la estrategia de presión liderada por Junts en favor de una repetición electoral que permitiese revertir la pérdida de la mayoría absoluta en el Parlament del independentismo. ERC aguantó la presión, y tras arrancar al socialismo importantes concesiones, acordaba investir a Illa en una ajustada votación de la militancia que demostró que la división también es interior. Con posterioridad, y en una serie de comunicados, la ANC acusaba a Esquerra de haber «culminado su ruptura con la estrategia unitaria seguida desde la sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional contra el Estatut» y, entrando de lleno a cuestionar las decisiones de la formación, les auguraba un nuevo «fracaso» en su estrategia de repetir la fórmula del tripartito. Puentes volados.
Silencio prudente
Aunque la dirección de ERC ha preferido guardar un prudente silencio para no ahondar en la herida, algunos dirigentes no pudieron callarse su malestar. «Ahora se entiende todo: la ANC es Moisés guiando al pueblo escogido –no todos sus miembros tocados por la gracia del Altísimo–, pueblo que tiene tendencia al desviacionismo: no creer en lo que no ve. Suerte de estos caudillos que tienen acreditado saber quién les es fiel y quién no», resumía el senador de ERC Joan Queralt, reaccionando a una entrevista de Llach.
Convertida en reducto del independentismo más radicalizado, en una facción de Junts, desde que Llach asumió la presidencia la ANC ha acelerado su transformación en algo así como una secta de adoradores de Puigdemont. Llach, miembro del estrafalario Consell de la República liderado por el expresidente, es ahora mismo el principal altavoz en la calle del fugado, al que se le ríen todas las gracias y a quien se aplaude todo, incluso su estrategia de 'performer', como se vio en su última actuación, tocata y fuga, en Barcelona el 8 de agosto.
Aunque con una capacidad de movilización menguada –como se ha visto en sus últimas convocatorias, la última precisamente para protestar contra el acuerdo PSC-ERC– y muy lejos ya de ser la entidad que presumía de aglutinar a todo el secesionismo al margen de los partidos, la ANC ha preparado para este año una Diada descentralizada, con marchas simultáneas en Barcelona, Tarragona, Gerona, Lérida y Tortosa, ciudades donde «se denunciarán las consecuencias nefastas de la dependencia. Cada localidad denunciará los agravios que sufrimos por el hecho de pertenecer al Estado español y que están estrechamente vinculados al espolio continuado que sufre Cataluña». Muy lejos de los años álgidos del 'procés', cuando al ANC junto a Òmnium organizaba multitudinarias y coreografiadas concentraciones, en los últimos se han convertido en jornadas para la amargura y los reproches cruzados.
'Botifler'
La Diada de 2021, pocos meses después de los indultos a los nueve condenados por el Tribunal Supremo, fue la primera en la que la división se hizo visible de manera descarnada. La estrategia de distensión y colaboración con el PSOE liderada por ERC no era compartida por parte del independentismo. En el Fossar de les Moreres (histórica plaza de Barcelona), que en la previa y durante la Diada concentra al secesionismo más ultra, Oriol Junqueras fue abucheado al grito de 'botifler'. «De la misma manera que no nos han hecho callar las prisiones, tampoco nos harán callar ni los insultos ni las amenazas. No tenemos miedo de nadie», clamó Junqueras. Otro tanto le pasó al 'president' Pere Aragonès al acudir el día 11 a la manifestación de la ANC, donde fue recibido al grito de «Puigdemont, el nostre president» o «No negociamos», en referencia a la mesa de diálogo que arrancó ERC a cambio de facilitar la investidura de Pedro Sánchez. La Diada de 2021 dejó otras imágenes impactantes. En la marcha de la izquierda independentista, que discurre en paralelo a la de la ANC, además de quemarse una bandera española y una francesa, acabó ardiendo un retrato de Pere Aragonès. Así estaban los ánimos.
La Diada de 2022 fue la de la ruptura total entre la ANC y ERC, que ante los ataques recibidos por la entidad no secundó la manifestación. Junts aprovechó para capitalizar la marcha en las semanas previas a la salida de los de Puigdemont del Ejecutivo de Pere Aragonès.
El año siguiente Esquerra regresó a la marcha, aunque el resultado fue más bien amargo. Celebrada pocas semanas después de las generales de ese verano –en las que pese a un severo retroceso, Junts y ERC con siete diputados cada uno, pusieron el Gobierno en sus manos–, Aragonès vio como su presencia en la marcha era recibida con abucheos y gritos de «Govern dimisión». Unas voces que trataron de aplacar los varios centenares de militantes que ERC movilizó para escoltar y encapsular al 'president', que pudo decir que se sumó a la Diada 'indepe'. Puro masoquismo.
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