un tiempo propio
El poder no tiene dueño
Cuando se confunde el valor personal con el cargo, el aplauso o la influencia, se pierde la libertad interior
La responsabilidad de la derecha en Castilla y León
No sé, no me acuerdo
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Iniciar sesión«El poder me pertenece», afirmó gritando Alcibíades con la insolencia del genio que se sabe admirado y temido. Pero esa afirmación, que suena a triunfo, encierra una trampa. Nadie posee el poder de manera absoluta. El poder no se tiene, se ejerce mientras otros ... lo otorgan y lo reconocen. Es una corriente que pasa por nosotros, nos eleva por un tiempo y después sigue su curso.
La historia muestra un largo catálogo de hombres convencidos de haber dominado todo, reyes, emperadores, dictadores, líderes carismáticos o magnates modernos. Todos descubrieron al final que su fuerza dependía de la obediencia o del miedo ajeno. El poder solo existe en relación con otros; sin esa red de miradas que lo sostiene, se desvanece. Por eso, quien cree tenerlo en propiedad se engaña. El poder no pertenece al individuo, sino al vínculo que lo une con los demás.
Alcibíades es un espejo perfecto de esa ilusión. Brillante discípulo de Sócrates, seductor nato y político ambicioso, conquistó a los atenienses con su inteligencia y su audacia. Pero también los traicionó. Sirvió a Atenas, luego a Esparta, más tarde a Persia, convencido de que podía moldear la historia a su antojo. No comprendió que, en realidad, era el poder quien jugaba con él. Fue encumbrado y derribado con la misma facilidad con la que el viento levanta una llama y la apaga. Su final -asesinado lejos de su patria, sin aliados ni gloria- resume la fragilidad de todo dominio humano.
El poder, en su naturaleza más profunda, es tangencial al ser humano. Nos roza, nos atraviesa, pero no se integra en lo que somos. Puede transformar nuestras circunstancias, pero no nuestro fondo. Cuando se confunde el valor personal con el cargo, el aplauso o la influencia, se pierde la libertad interior. Hoy lo vemos en todos los ámbitos, en la política, en la empresa, en los escenarios de las redes sociales. El deseo de poder, aunque sea efímero o virtual, delata más inseguridad que grandeza. Lo comprobamos día a día en muchos representantes públicos, que sin poder no son nada, ni son nadie.
Quizá la verdadera madurez política consista en reconocer que el poder no se posee, se administra. No se trata de renunciar al poder, sino de no confundirlo con la identidad. Quien se cree dueño del poder, termina siendo su esclavo. Quien lo entiende como una función pasajera, conserva intacta su libertad interior. La grandeza de quien tiene el poder no está en dominar, sino en comprender los límites del dominio, es decir, ejercerlo solo orientado al bien común, a servir a la comunidad política, no servirse de él. Porque quien cree que puede patrimonializar el poder ya ha empezado a perderlo. Alcibíades no lo comprendió, y por eso su frase —«el poder me pertenece»— resuena, hoy, como una advertencia más que como una victoria.
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