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ruido blanco

Embajadores del éxodo

Los embajadores del pasado no venden futuro; sólo avivan la nostalgia

Viaje a la soledad

Mala amante la fama

Mirador de la Canaleja en la calle Real de Segovia ical
Jorge Francés

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De mis años de estudiante recuerdo una Segovia amable, añeja y elegante que parecía prepararse durante toda la semana para recibir pulcra y sonriente los autobuses de turistas que llegaban en bendita avalancha el fin de semana. Mi Segovia está hecha de bares que ya ... no existen, discotecas que cambiaron de nombre y cines que son hamburgueserías. El palacete que fue residencia universitaria lleva casi dos décadas olvidado y ya no sé si con el cambio climático las cigüeñas siguen apoyándose a una pata en los pináculos de la dama de las catedrales cuando aprieta el frío y el rocío de la madrugada. Sería un buen embajador de Segovia, una parte de lo que soy le pertenece, pero hablaría de las calles que alborotamos a los veinte. Contaría entusiasta una cápsula del tiempo con postales endulzadas de añoranza. Algo así le pasa a mi padre con Madrid (donde vivió a finales de los setenta) y cada vez que regreso de Chamartín me explica una capital, todavía con grises y que anhela estallar en libertad, que solo perdura en su cabeza.

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