Hijos del Olvido

Dueños del tiempo

ARTES&LETRAS

Un grupo de sabios de la Universidad de Salamanca demostró la necesidad de reformar el calendario juliano para corregir la desviación respecto al año solar

El ángel de Nueva España

NIETO

Fernando Conde

Sin temor a caer en ninguna imprecisión histórica, se podría asegurar que España ha estado en la pomada del tiempo siempre. O, como poco, desde mucho antes de que en Judea naciera, en un pesebre, un niño que ha marcado el devenir del mundo. Y ... esto es así porque, tanto en el establecimiento del calendario juliano, allá por el 46 a. C., a instancias de Julio César, como en la reforma posterior que debe su nombre al papa Gregorio XIII, el calendario gregoriano (1582), nuestro país ha sido clave. Sin embargo, he aquí otra historia -una más- tal vez no de un bulo, stricto sensu, pero sí de una inexacta especie que ha circulado por el orbe durante siglos. Aunque, vayamos por partes, que el tiempo es muy de ello.

Quizá alguna vez se haya usted preguntado por qué en nuestro cómputo anual el mes séptimo -septiembre- es en realidad el noveno y por qué el décimo -diciembre- es el decimosegundo. La explicación es antigua y tiene que ver, cómo no, con España. O, mejor dicho, con Hispania, que es como los romanos denominaban a esta piel de toro que se seca al sol en el extremo occidental de Europa. Veamos.

Los romanos elegían a sus cónsules -que, entre otras cosas, podían formar ejércitos- en los idus de marzo -el día 15-. Pero en el año 598 (153 a. C., en nuestro calendario) desde la fundación de la ciudad -ab urbe condita, que diría Tito Livio-, los cónsules comenzaron a asumir su cargo en las kalendas de enero, es decir, el 1 de ese mes, a causa de una rebelión hispana que obligó a adelantar aquella elección. Es decir, hasta ese año, en el que los habitantes de Segeda, cerca de Bílbilis -actual Calatayud-, se pusieron rumbosos queriendo construir una muralla prohibida en el tratado firmado con Roma tras la Primera Guerra Celtibérica (181-197 a C.), el año romano comenzaba en marzo y terminaba en febrero. De ahí que ese mes tenga menos días que el resto y también que se le añada un día más cada cuatro años (bisiesto, que proviene de bis sextus dies ante calendas martias: doble el sexto día antes de las calendas de marzo).

De este modo, quedó establecido ya hasta nuestros días que el año comenzaría, al menos en el Imperio romano -que es como decir en el mundo-, el primer día del mes dedicado al dios Jano. Y cuando Julio César, llevado de los saberes del astrónomo alejandrino Sosígenes, impuso el almanaque que llevaría su nombre durante más de un milenio y medio, esa fecha quedó fijada para los restos.

Pero, volemos ahora esos mil quinientos años hacia adelante y aterricemos en España -ese era ya su nombre-. Concretamente en 1515. A petición del papa León X y con la aquiescencia del rey Fernando, un grupo de sabios de la universidad salmantina envió un informe en el que se manifestaba la necesidad de llevar a cabo una reforma del juliano, dado que, si bien era bastante preciso en origen, el paso del tiempo había convertido la leve desviación de apenas diez minutos que experimentaba cada año en un desfase bastante pronunciado entre el año solar y el año tasado. Aquel informe, que contravenía la propuesta inicial vaticana y, a la vez, el alineamiento del resto de sabios europeos con ésta, ponía el dedo en la llaga, al señalar que había un desajuste de más o menos once días entre ambos calendarios.

Dicho informe, misteriosamente -esto daría para un nuevo 'Código da Vinci'- se perdió, cosa bastante rara tratándose de los archivos secretos del Vaticano, como señala la profesora Carabias que, en su obra 'Salamanca y la medida del tiempo', añade y concluye que «la Universidad de Salamanca inventó en 1515 un procedimiento matemático que permitía enlazar en un cómputo convergente el distinto ritmo del Sol y de la Luna; y que lo hizo de forma tan exitosa como para haber sido este procedimiento el que finalmente ratificaron los expertos vaticanos y el propio pontífice como base de la reforma gregoriana del calendario; descubrimiento que hasta el día de hoy se había atribuido al italiano Luigi Lilio. Este es un logro relevante para la ciencia e historiográficamente desconocido, que demuestra, una vez más, la excepcionalidad de los conocimientos matemáticos y astronómicos existentes en el seno de la Universidad de Salamanca en torno a esas fechas».

Así que, ni Lilio ni el alemán Cristóbal Clavio son los dueños del tiempo. Una vez más fueron sabios españoles, salmantinos en este caso, los que le marcaron el paso al dios Cronos que, sin embargo, no ha logrado aún hacerse con un mes dedicado a su ser en los almanaques. Tempus fugit.

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