VÍA PULCHRITUDINIS

Un mundo feliz

Este año, además de a la capilla del santo, habrá que mirar hacia la Casa Blanca

Esperanza

Y llegaron los malos

Donald Trump Reuters

David Frontela

Valladolid

En algunas tierras hay mucho agua mientras en otras algunos ya empiezan a preocuparse porque el año viene seco. A partir de ahí todo volverá a ser cómo siempre; mirar al cielo para ver si llueve, al atardecer escudriñar si la noche está rasa y ... traerá helada, en mayo cavilar sobre si el viento granará las espigas o el calor arrasará todo antes de tiempo. Si la cosa se pone muy mal, volveremos a sacar a san Isidro en procesión convencidos de que los peritos del seguro volverán a decir que no.

Este año, además de a la capilla del santo habrá que mirar hacia la Casa Blanca. Parece mentira que a estas alturas las hornacinas tengan que compartir escena con el atril de la sala de prensa del Ala Oeste. Unos dirán que a los americanos ya no les hacen falta romerías porque tienen a Trump mientras otros culparán a Sánchez de los aranceles a los productos del campo. En cualquier caso, encontraremos culpables a los que cargarles el mochuelo sin reparar en la tierra que pisan nuestras botas, en ese horizonte que nuestra vista no alcanza porque siempre estuvo lejos, muy lejos.

Mientras tanto nos acordamos del tamaño de los pisos, del precio del alquiler o de las hipotecas y lo hacemos ofendidos porque un señor en la televisión dice que nuestros padres lo tuvieron mejor. Todos parecen olvidar que aquellos padres que ahora nos ofenden por comprarse un piso en Vicálvaro para siete chiquitos vivían en una dictadura donde las mujeres no podían abrir una cuenta en el banco y lo más lejano y exótico que visitaron fue el Monasterio de Piedra.

Nos indignamos no por vivir peor que nuestros padres sino porque esos señores mayores que van tras el andador se compraron un piso con los intereses al 25% y, sin embargo, fueron felices. Las barbaridades de Trump darán envidia a unos y arcadas a otros pero brindarán a todos sin excepción una disculpa magistral a la que endosar nuestras penas. San Isidro y la primavera dirán si realmente el año viene bueno o malo y ni Trump ni nadie podrá cambiar el hecho de que para recoger poco o mucho hay que ir a segar con cuarenta grados a la sombra de la galera. Sin sufrimiento no hay vida y, a lo mejor, es hora de comprobar que no todo es fácil y dejar atrás la ilusa idea de que nuestras preocupaciones pasan por cómo se sujetan los tapones a las botellas de plástico para ponernos a trabajar. Es normal que los que se mancharon las botas de barro no quieran eso para sus hijos pero, a veces, es mejor dejar en herencia una bofetada de realidad que un mundo feliz como el de Huxley.

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