cultura

Tras las huellas de Moneo

Tres proyectos de Castilla y León tienen la impronta del arquitecto navarro, que ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes

Tras las huellas de Moneo f. heras

h. díaz

Rafael Moneo, uno de los arquitectos españoles más internacionales, ha recibido esta semana el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Tan admirado como controvertido en alguna de sus obras, este profesional también ha dejado su huella en Castilla y León años atrás, cuando en ... tiempos de bonanza económica las últimas tendencias arquitectónicas iban abriéndose paso entre las innumerables joyas dejadas por el Románico y el Gótico. El Museo de la Ciencia, en Valladolid; la polémica remodelación del Mercado Grande, en Ávila, y el proyecto inicial de rehabilitación del Castillo de Zamora como museo dedicado a Baltasar Lobo -finalmente descartado por los hallazgos arqueológicos encontrados, aunque mantuvo parte de su esencia- son las huellas del arquitecto de origen navarro en la Comunidad.

En abril de 2003, tras ocho años de trabajos y más de 30 millones de euros de inversión, el Museo de la Ciencia de Valladolid abría sus puertas al sudoeste de la ciudad , a la altura del número 59 de la Avenida de Salamanca, hoy una de las principales arterias de la capital vallisoletana en lo que arquitectura contemporánea se refiere, con la sede de las Cortes de Castilla y León y el muro acristalado que alberga la Federación Regional de Municipios y Provincias. El Museo ocupa lo que fue la antigua fábrica de harinas «La Rosa» , en torno a cuya fachada de ladrillo rojo se articula el conjunto de edificaciones que alberga la importante dotación cultural y científica. «Se conservó porque representaba la expresión de la arquitectura industrial de una época, dentro de la modesta industria vallisoletana de principios del siglo XX», explicó entonces a ABC Enrique de Teresa, coautor del proyecto museístico junto a Rafael Moneo.

Agente vertebrador

Pero esta imponente construcción, asentada en unos 30.000 metros cuadrados, estuvo alentada por un espíritu más ambicioso que el propio componente cultural, ya que fue concebida también como un agente vertebrador de las zonas urbanas aledañas, con la intención de devolver al río Pisuerga y la vegetación de sus márgenes un papel protagonista dentro del diseño urbanístico de la ciudad. Así, los trabajos no se limitaron a la rehabilitación de la antigua harinera, sino que se contempló la creación de un nuevo espacio urbanístico, materializado en dos grandes plazas públicas que sirven de antesala al museo y en la creación de un recorrido peatonal sustentado por dos pasarelas sobre la avenida de Salamanca y el río Pisuerga, que permitió conectar distintas zonas de la ciudad entonces aisladas, como son los barrios de Arturo Eyries, Parquesol y la Zona Sur de Valladolid. «He intentado hacer visible lo que la arquitectura podía ofrecer en cada lugar» , decía en una entrevista concedida a este periódico en 2005 el propio Moneo, que -heredero de la filosofía del que fuera su gran maestro, el madrileño Francisco Sáenz de Oíza- concibe la arquitectura como «esa capacidad de ver soluciones en cada lugar; aquella respuesta que introduce o resuelve el conflicto», entonces representado por esos tres barrios inconexos de la capital vallisoletana. El proyecto obtuvo en 2000 el tercer premio en el certamen europeo TECU Arquitectura, al que concurrieron 64 edificios de trece países. Sin embargo, al margen de galardones, es su importante papel urbano lo que destaca el presidente del Colegio de Arquitectos de Valladolid, Manuel Vecino, que sin quitarle mérito a Rafael Moneo, «el exponente más alto de la arquitectura de nuestro país», subraya el papel en la obra de su coautor, Enrique de Teresa, entonces profesor de la Escuela de Arquitectura de Valladolid y «uno de los mejores profesionales».

También polémico

Pero a diferencia de lo ocurrido en otros lugares, el paso de Rafael Moneo por Castilla y León no ha contado con el beneplácito ni la bendición de todos los expertos, ni siquiera de los propios ciudadanos. En julio de 2002 se inauguraba, tras ocho millones de euros de inversión, el nuevo aparcamiento subterráneo de la céntrica Plaza de Santa Teresa , en la capital abulense, dentro de la remodelación del Mercado Grande proyectada por el arquitecto navarro, que incluyó también un edificio de viviendas con cuatro alturas que rompía la armonía románica y decimonónica del entorno, enmarcado entre la Muralla, San Pedro y los soportales del propio Mercado Grande. Esta intervención le costó hasta dos llamadas de atención por parte del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco , una de ellas antes de concluir las obras, en la que se recomendaba iniciar «un proceso de revisión profunda de los instrumentos de planificación de la gestión y conservación de la ciudad, especialmente en el estricto cumplimiento de las normas aplicables al área correspondiente al bien declarado Patrimonio Mundial y su zona de respeto».

Ante este primer informe de la Unesco, el arquitecto, entristecido por la polémica, pidió a los abulenses «confianza y paciencia» hasta que estuviera finalizado su proyecto antes de juzgarlo y se comprometió a dar las explicaciones oportunas al organismo internacional.

A juicio del autor, tal y como recogía este periódico en una entrevista publicada en septiembre de 2003, el Mercado Grande había experimentado una mejora notable por haber prescindido del tráfico rodado, mientras que la nueva plaza «enfatiza, subraya y da importancia a los dos edificios monumentales: San Pedro y la puerta de la Muralla», otorgando así al entorno «unos valores urbanos y espaciales» que lo convierten en «un auténtico lugar de encuentro». Años más tarde, consciente quizá de la polémica suscitada con esta rehabilitación y en otros proyectos, el autor del admirado Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal, en San Sebastián, la ampliación del Museo del Prado, en Madrid o la Catedral de Los Ángeles (EE.UU), reconoció en las páginas de Cultura de ABC que «la arquitectura de divos, basada en el escándalo momentáneo, no es recomendable» .

El último gran proyecto castellano y leonés que hasta la fecha iba a tener el sello del Premio Pritzker 1996 (el considerado como Nobel de la Arquitectura), sin contar la aprobación el año pasado de la remodelación del atrio de la iglesia románica de San Pedro, en Ávila, de la que también se ocupa- iba a ser la rehabilitación del Castillo de Zamora para acoger el Museo del célebre escultor de Cerecino de Campos, Baltasar Lobo . Sin embargo, el descubrimiento de unos restos arqueológicos en la fortaleza truncó la obra, que finalmente fue dirigida por el arquitecto Francisco de Somoza.

De cualquier modo, la impronta del nuevo Premio Príncipe de Asturias se ha mantenido en restauración zamorana , tal y como explicó su alcaldesa Rosa Valdeón, el día de su inauguración, el 3 de julio de 2009. «Moneo, en su propio inicio, en su colaboración con el director facultativo de la obra, Francisco Somoza, y a través de mantenerse informado permanentemente también está presente». Además -insistió la primera edil- , «él fue el primero que dijo que el lugar ha ganado porque el Castillo se ha impuesto al proyecto inicial». Hoy el Castillo y el Museo de Baltasar Lobo, situado junto a la fortaleza y que alberga más de 50 obras del escultor, se han convertido en dos símbolos más de la capital zamorana, junto a su bello patrimonio románico.

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