Artes&Letras / Hijos del Olvido
El soriano que pudo cambiar la historia
Baltasar Gutiérrez encabezó junto al militar Vicente Richart la Conspiración del Triángulo para acabar con la vida de Fernando VII y terminó ajusticiado en la horca en la plaza de la Cebada de Madrid
Pocos personajes despiertan una crítica tan acre y unánime como Fernando VII, el monarca que, de ser recibido como el Deseado, pasó a la posteridad como el Rey Felón. Su anhelado retorno, tras la Guerra de la Independencia, daría inicio al Sexenio Absolutista, con la ... abolición de la Constitución de Cádiz, la persecución y el exilio de no pocos héroes de la lucha contra el francés. Entre el nefasto legado de un rey traidor, que llegó a pedir ser hijo adoptivo de Napoleón, se incluyen la pérdida de casi toda la América española y el haber puesto los sólidos cimientos del nefasto siglo XIX español, una delirante sucesión de pronunciamientos y cainitas guerras civiles.
Para Gregorio Marañón «pocas vidas humanas merecen mayor repulsión que las de aquel traidor integral sin asomos de responsabilidad y de conciencia». Salvador de Madariaga lo consideró el rey más despreciable de la Historia de España.
Por todo ello, no es de extrañar que se sucediesen las conspiraciones para acabar con él o, al menos, hacerle volver al régimen de 1812, varias encabezadas por los héroes de la Independencia: Espoz y Mina, Porlier, Lazy… Pérez Galdós, en La segunda casaca, da cuenta de hasta catorce, entre ellas una que «fue misteriosa, grave, atrevida, y la condujeron con destreza sus autores»: la Conspiración del Triángulo. Posiblemente, la que estuvo más cerca de triunfar. Urdida por una sociedad secreta, se llamó así por inspirarse en el método ideado por Weishaupt, fundador de la temida orden de los Illuminati. Se organizaba en triángulos escalonados en los que cada conjurado sólo conocía el nombre de otros dos, evitando así, en caso de ser torturados, que pudieran delatar al resto.
Estuvieron implicados políticos, militares y hasta gente de palacio, que vieron una oportunidad en los vicios de Fernando VII: el complot trataría de aprovechar sus habituales salidas nocturnas a los burdeles madrileños. En los últimos tiempos, era asiduo parroquiano del de Pepa la Malagueña, al que acudía disfrazado y con escasa compañía. El plan consistiría en ejecutarlo en plena faena, para mayor infamia del felón.
Ejecutados como forajidos, serían después honrados como héroes caídos por la libertad
Los principales organizadores conocidos fueron el abogado y militar Vicente Richart, camarada del mítico Empecinado, y el cirujano Baltasar Gutiérrez, responsable de ejecutar el plan. De ideas liberales, se habían conocido en los conciliábulos que bullían en cafés como el del Ángel o La Fontana de Oro. Gutiérrez, de 35 años y natural de San Esteban de Gormaz, regentaba una barbería en la calle de Leganitos. Tras intimar lo suficiente, Richart le desveló sus secretos más reservados y le hizo partícipe de sus audaces planes. Así se convirtió en uno de sus más estrechos colaboradores. Según consta en la causa criminal conservada en el Archivo Histórico Nacional, reclutó a los ejecutores materiales del regicidio: «los sargentos más valientes del Regimiento de Marina». Les «invitó a beber y comer en fondas», compró armas y ropa para su disfraz y les ofreció, en nombre de la organización, «medio millón de pesos y un buen empleo», diciendo que «entraban muchas personas de distinción en el plan». También «alquiló un cuarto en la calle de Las Beatas para que se ocultasen». Según los testigos, «los recibió una noche en su casa, les quitó el bigote y les dio instrucciones del modo en que habían de matar al personaje». Así pues, Gutiérrez fue uno de los cerebros del complot.
Y estuvieron muy cerca de lograrlo, de no haber sido por la delación, in extremis, de los sargentos de Marina. Fueron detenidas 50 personas, entre ellas Richart, el barbero y su esposa, Carmen Berdier. «Algunas sufrieron un tormento muy simpático y persuasivo, que se llamaba los grillos a salto de trucha», relata Galdós.
Pío Baroja cita varias veces a Gutiérrez en sus Memorias de un hombre de acción, y constata que la estructura triangular funcionó: no pudo averiguarse el origen del complot ni condenar a otros sospechosos. También influyó la dureza del soriano del que dice que, «como hombre de alma fuerte», no confesó nada. Él y Richart fueron condenados a morir en la horca, tras ser arrastrados hasta el patíbulo, como máximos responsables conocidos del plan. Sucedió el 6 de mayo de 1816 en la plaza de la Cebada, donde años más tarde moriría, de igual forma, el General Riego por defender los mismos ideales.
Ejecutados como forajidos, serían después honrados como héroes de la patria, caídos por la libertad. Con el tiempo, la memoria de Baltasar Gutiérrez se fue diluyendo hasta el olvido más absoluto. Su conjura para, eliminado el tirano, proclamar la Constitución a punto estuvo de cambiar nuestra Historia y la de muchos países americanos, aún parte de la Corona Española.