ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA
Alfonso González-Calero, el alivio de lo liviano
«Qué gusto da sentirse un lector respetado y apreciado por el autor, qué gusto da no sentirse uno un idiota, un eunuco de la cultura cuando lee poesía. Esa es la liviandad de su poesía»
Homenaje del mundo de la cultura a un «apasionado de la letra impresa»
MARI CRUZ MAGDALENO
Recuerdo ver a Alfonso González-Calero, 'Calero' entre sus amigos y en el mundo de la política, el periodismo y la cultura, cada vez que me dirigía pasillo adelante hacia el servicio de Préstamo de la Biblioteca del Alcázar en Toledo. Lo veía en ... la sala acristalada de la derecha en una mesa más, como la del resto de compañeros funcionarios, desempeñando las labores que tuviese allí. Sin embargo, este periodista metido a editor y activista cultural excelso desde el compromiso político con la democracia activa y con la región y sus gentes, ha sido un peso pesado (superligero, diría él) en la conformación de una Castilla-La Mancha, cuyo nombre ni existía proyectándola, desde la cultura, hacia lo que hoy somos como región, no solo en cuánto a nuestro patrimonio (instituciones, autores, obras), sino también y mucho más importante, hacia nuestra seña de identidad, nuestra marca, y los valores que compartimos. No es extraño por tanto que haya quien ha pedido para él la Medalla de Oro de la región.
Desde 1980 en que comenzó su primer trabajo en Puertollano en la revista de ámbito nacional « de música y otras muchas cosas», Ozono (1975-79) hasta hoy, no ha parado ( se confiesa nervioso e hiperactivo): impulsó la revista regional Almud (1980), la revista Añil Cuadernos de Castilla- La Mancha (1993) y posteriormente creó la editorial Almud Ediciones Castilla- La Mancha (1998) , fue nombrado director general de Bibliotecas y Animación Sociocultural con Barreda, llevó el Servicio de Publicaciones de la Junta, creó la primera revista institucional de información Castilla-La Mancha, pergeñó el inicio de las emisiones (desde Madrid) de la TVE regional, participó en la creación de la Oficina del Defensor del Pueblo de la región. Y cuando se le agotó el apoyo institucional (vinieron otros que recogieron o no su testigo) siguió, con gran esfuerzo, haciendo región desde la cultura: sacó la Colección Biblioteca Añil, publicando en Añil Literaria (2005) a escritores de la región, que incluye una Antología de Poesía en Castilla- La Mancha. Y por si no fuera poco envía quincenalmente y de manera altruista un boletín digital Libros y Nombres de Castilla-La Mancha, donde intenta «cohesionar lo que se hace en las provincias».
Calero es ya una leyenda en Castilla-La Mancha para quienes lo conocen. Vinculado a políticos tan importantes como Bono o Barreda, se dice en los corrillos de la cultura que cerraba con llave las puertas del Palacio de Fuensalida cuando aún se reunían allí cuatro para diseñar la Autonomía, mientras los consejeros lo hacían en viviendas particulares a falta aún de sedes oficiales. Se iniciaban los 80 y todavía no había sido aprobado ni el Estatuto de Autonomía (1982), ni se habían celebrado las primeras elecciones autonómicas en la región (1983), que ganaría Bono (como otras cinco legislaturas más con mayoría absoluta). Cuentan también que en su etapa en el Congreso de los Diputados cuando el insigne albaceteño fue su presidente, Calero le escribía los discursos (bastante habitual en los periodistas institucionales, con la única diferencia de que los de Bono resultaban brillantes), que tenía un despacho enorme en el que casi ni se encontraba; y que allí, aunque fuese de relleno, nunca faltaban los libros de poesía. Muchos de los nombres de poetas hoy consolidados en la región, lo son gracias a su impulso.
Pero es que Calero, además, es poeta, es uno de ellos (él diría que para nada). Y ahí es donde yo quiero llegar, pues al fin y al cabo ya saben, yo escribo de poetas. Calero es un poeta «espontáneo», él escribe poemas «cuando la situación se da», «cuando le sale un verso», «cuando se emociona», pero «sin pretensiones de nada». Y es que él es así, discreto y eficiente, con una gran cultura y una gran capacidad intelectual para comunicar, también en su poesía, aunque sobrelleve su brillantez sin ostentaciones, de manera ligera, tímida, educada, delicada, sin que casi se note. Si a Calero le preguntas por sus más de 20 años en una editorial que es referente en la región, antes te hablará de todas las otras editoriales aquí ubicadas. Si le pides una foto de sus libros de poesía, destacará primero la Antología de Poetas de Castilla-La Mancha. Muchos le deben mucho al discreto y elegante Calero. Pero él es así, generoso de natural, y lo dice divinamente en su poesía como fijándose directriz: «Te ha sido dado mucho/ disfrútalo/ reparte lo que puedas y pasa lento/ sin hacer mucho ruido. Comparte el aire que respiras/ que es igual para todos/ y sé feliz con ello/ sin pedir nada; sólo respirando».
Hace unos días acudí a la presentación de su último libro de poesía, Temple y Tiempo (2021-2024), pensé que seguro ni se acordaba de mí (aunque éramos cuatro los periodistas en Toledo cuando nos conocimos). Fue el azar el que me llevó aquella tarde a la Biblioteca de Castilla-La Mancha. Por mi trabajo en un gabinete de prensa, pude ver a primera hora de la mañana en la agenda de prensa de la Agencia Efe el anuncio de la presentación, era una gran oportunidad de acercarme a su poesía. Discretamente me senté al final del público, como una más, dispuesta a escuchar. Cuál fue mi sorpresa cuando Calero dejó de saludar a los presentes en la cabecera del evento, para dirigirse hacia mí con un libro en la mano. Le di las gracias muy amablemente. La presentación corría a cargo también de Joan Gonper, editor de Celya, que ha publicado el libro, y de la conocida poeta toledana María Muñoz, que prologa el poemario, ilustrado éste, a su vez, por el acreditado ceramista y pintor toledano Pablo Sanguino.
Alfonso González-Calero en la presentación denominó a su poesía, «poesía liviana», les aseguro que no fue una ocurrencia. Y ya todo giró alrededor de ese término tan paradójico. Algunos de los presentes se llevaban las manos a la cabeza, otros lo aceptaban sin más conociendo al poeta, yo preferí esperar a leer su poesía antes de fijar criterio alguno. Cuando más tarde leí su libro me di cuenta de lo buen poeta que es, y es más creo que él lo sabe, sólo que prefiere verse y valorarse en los ojos de los demás, y obviarse a través de los propios, nada recomendables en términos de objetividad, y muy proclives a la subjetividad y vanagloria. La avispada María Muñoz que, seguro que lo tiene calado, lo indica en su prólogo: «dibujar primero y entregarse al silencio después, porque «verdad, bondad y belleza fueron las insignias de la poesía desde los griegos, y con la humildad y el asombro, signos de sabiduría», aunque «buscar la inocencia del espíritu puede que resulte ahora una apuesta inapropiada».
La poesía de Calero es liviana, pues vale, pero qué alivio da leerla. Qué alivio da leerla y entenderla, gozar de su claro mensaje sin que pierda un ápice de su esencia: belleza, simbolismo, musicalidad. Qué gusto da sentirse un lector respetado y apreciado por el autor, qué gusto da no sentirse uno un idiota, un incapacitado mental e intelectual, un eunuco de la cultura cuando lee poesía. Esa es la liviandad de su poesía. Pasar como si nada, ligera de pretensiones y posarse en tu corazón sin aspavientos, como una ligera pluma que acaricia tu sensibilidad, estimula tu humanidad y amasa tu bienestar sin culpas, ni traumas, ni grandes dramas.
Calero plasma en el libro su inspiración cotidiana y lo que le pasa, como fuente de conocimiento en la que todo fluye de manera natural: la casa, los pájaros, los libros, la gota que cae, el domingo que pasa, los poetas que admira, los amigos que mueren. Los muertos son tema recurrente, se aparecen como almas fútiles, como seres naturalmente finados, que es lo que toca, testigos de una vida con sus nombres y apellidos, como puro homenaje a su recuerdo. Es el estilo Calero, que sin pretenderlo te engancha: siendo «la humilde mimbre que sólo pide un rayo de sol para exhibir su sencillez»; eligiendo «entre la garra y el abrazo, el abrazo, porque la garra solo te dará placer mientras la hundes en carne enemiga; aspirando tan solo « a seguir flotando y a esperar, sin pasión, la luz del día; no queriendo «comprar ni vender, sólo acompasar el ritmo de tu marcha a la fuerza del viento que bien pueda/ empujarte o tumbarte»; porque « el tiempo es raíz líquida que fluye y se desdobla / y de nada sirve fuerza para intentar pararlo/ ni ocultar sus aristas a base de limarlas»; y es que «el hombre que todo lo olvida / que todo lo mece en el tiempo, soy yo, / y ese dulce y lejano rumor, es todo lo que yo quiero».
Pero la clave de Calero y de su poesía «liviana» la encontré yo en este poema, de título Cuán lejos, mi preferido de este su último poemario: «Cuán lejos estoy de esos/ excelsos poetas de lo oscuro/que ahondan en los enigmas del Ser/y alumbran con destellos las sombras de la vida. / Cuán lejos de su sabiduría hermética/ que da luz a las aristas/ y se hunde en el cieno de los absurdos. Cuán lejos y, sin embargo, / ellos están ahí para indicarme/ la gran distancia que me queda, / lo que me falta para llegar a ser/un hondo poeta de lo oscuro«.
Dios (él es creyente) le dé a Alfonso González-Calero Temple y Tiempo para seguir escribiendo su poesía liviana. Porque nadie se inspira, levita, transpira o gravita, hundiéndose por completo en el gran agujero negro de la poesía honda y oscura. Será un alivio.
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