Bécquer en el cuartelillo

Muy numerosos son los textos de Gustavo Adolfo en los que Toledo cobra un especial protagonismo. Basta con nombrar el primer tomo de su truncada Historia de los templos de España -especialmente interesantes sus observaciones en torno al convento de San Juan de los Reyes-, las leyendas El Cristo de la calavera, El beso, La rosa de pasión, el insuperable relato Tres fechas o sus artículos El pordiosero, La Semana Santa de Toledo , entre otros, aparecidos durante sus dos últimos años de vida en El museo universal o La ilustración de Madrid.

Al presentar, no hace muchos días, un libro que recoge la historia del Cigarral de Menores, propiedad heredada de su homónimo abuelo, volvía el actual Gregorio Marañón a presentarnos al gran poeta como asiduo visitante de este edificio (parte del cual creyó reconocer, erróneamente, su erudito antepasado en el célebre dibujo que hizo Bécquer del jardín de la casa que habitaba con su numerosa familia -dos jóvenes padres divorciados, Valeriano y él, con cuatro niños pequeños a su cargo- en la calle San Ildefonso).

Una presencia en el cigarral más que probable. Aunque no dispongamos hoy día de consistente prueba documental, no olvidemos que durante el período que aquí residieron los Bécquer (septiembre del 68 a finales del 69) era propietario del cigarral el futuro ministro Manuel Silvela , quien hizo la tercera mayor donación económica (tras los 2.000 reales del ingeniero Manuel Pastor y los 1.000 del rey Amadeo de Saboya) en la colecta que ideó el pintor Casado del Alisal para sufragar los gastos de edición de las inmortales Obras becquerianas.

A partir de las declaraciones de sus contemporáneos y de Julia, sobrina del poeta, sucesivos historiadores ( Jesús Cobo , más recientemente) han venido popularizando un buen puñado de interesantes y simpáticas anécdotas que confirman la profunda vinculación de Bécquer con esta su segunda patria: así, el juvenil autógrafo que dejó el poeta en la portada del convento de San Clemente, la noche toledana pasada junto a su hermano en el cuartelillo, o la identificación de aquella casi adolescente niñera, de nombre Alejandra, principal consuelo tras la muerte de Valeriano, amor de sus últimos días.

Una valiosísima labor ambos hermanos llevaron a cabo para la editorial Gaspar y Roig, donde, ilustradas por Valeriano durante el año que en Toledo habitaron, salieron de su imprenta algunas de las primeras ediciones castellanas de Verne, Mayne-Reid o Laboulaye. Especialmente atractivas habrán de resultarles a los interesados las tituladas Abdallah y Aziz y Aziza (Reino de Cordelia, 2010, en edición y prólogo míos) de Édouard Laboulaye, que yo sostengo traducidas directamente del francés por Gustavo Adolfo, bajo el simpático pseudónimo Don F. de T. Relatos que atesoran auténticas y nuevas rimas del genio sevillano, producto de la original versión con que éste adaptó los poemas incluidos en ellas.