«Caminaba por el patio a 'paso Rajoy' y estudié Políticas para ser como Pablo Iglesias»

ENTREVISTA AL COMISARIO VILLAREJO

Villarejo revela su vida en prisión: «Jamás sometí a mi mujer a aquella humillación»

«Bono es un intocable, pese a su fortuna, por lo que sacó del CNI»

«¿Hay algo más increíble que atribuirme el incendio del Windsor?»

FOTOGRAFÍA: MATÍAS NIETO / VÍDEO: DAVID DEL RÍO, PABLO ORTEGA Y JAVIER NADALES

José Manuel Villarejo cita un proverbio chino que dice algo así como que sin sentido del humor te mueres un poco cada día. Por eso, cuando comenzó una etapa de tres años y medio de prisión provisional, en noviembre de 2017, en el furgón policial ... junto al también comisario Salamanca, le dijo a su amigo: «Oye, Carlos, este chico no tiene sentido del humor».

Se refería a su gran némesis, el general Félix Sanz Roldán, entonces director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y a quien Villarejo responsabiliza de casi todos sus males. La temporada a la sombra en la prisión madrileña de Estremera se le ha hecho, lógicamente, larga; pero no le habría importado pasar allí «tres o cuatro meses, porque habría sido una experiencia muy interesante».

Relata Villarejo que «dentro descubres una España absolutamente diferente, con gente muy honorable». A medida que la estancia se alargaba, aceptó su destino y cree que le salvaron «la meditación, la música y leer», porque le daban apariencia de libertad.

«Te roban hasta tu sensación de persona, porque deciden a qué hora te levantas, a qué hora te acuestas, qué vas a desayunar, comer y cenar, dónde vas a estar todo el día a todas las horas, y hasta con quién puedes o no hablar, porque tenía intervenidas absolutamente todas las comunicaciones», explica en una entrevista en exclusiva con ABC.

«Alguien se ha hecho de oro con la comida en prisión, era aberrante»

Asegura que incluso le grababan durante los vis a vis con su esposa: «Utilizábamos esas dos horas para hablar y, además, de la manera más alucinante posible, porque sabía que tenía cámaras y micros. Utilizaba botellas de agua para hacer ruido y fastidiarles las grabaciones, y en ocasiones nos tapábamos los dos bajo una manta y hablábamos al oído. Tuve la sensación de que estaba en Namibia».

Y quiere contar, sin ser preguntado, algo personal: «Aunque sea un tema íntimo, no me importa decirlo. Jamás sometí a mi esposa a la humillación de mantener relaciones sexuales conmigo allí, jamás».

El despertar

Tocaban diana a las 6 de la mañana, y Villarejo aprovechaba los primeros momentos del día para la meditación. Luego veía noticias, escuchaba la radio y, seguido, se ponía «música polifónica», sesiones más largas los fines de semana. Le gustan especialmente «los motetes y también el canto gregoriano», dice. A las 8 de la mañana se hacía el recuento y, media hora después, el desayuno, aunque no lo tomaba.

El policía se queja amargamente de la comida en prisión, e incluso no escatima acusaciones: «Yo creo que el director o quien sea se ha hecho de oro negociando con la comida, que era aberrante. La fruta, podrida la mayoría de las veces; y las pechugas de pollo, con olor putrefacto. Supe que los contenedores de fruta, cuando están en estas condiciones, pagan por retirarlos. Como decía mi padre, de toma la burra a dame la burra son dos burras».

Visto esto, Villarejo prefería alimentarse con lo que compraba en el economato, hasta un límite de cien euros semanales que no solía gastar: frutos secos, latas de atún y mejillones. Cuenta que no siendo fumador, compraba tabaco para dar a otros presos que estaban sin blanca.

«Durante una hora, atendía a los presos. Tenía dos lugartenientes que daban número»

El tiempo libre lo pasaba haciendo algo de gimnasia, mancuernas para no perder el tono muscular -«que a mi edad se pierde enseguida»- y caminando por el patio una hora al día «a paso Rajoy». «Creo que Rajoy me imitó -dice con sorna-, porque iba a seis y pico kilómetros por hora».

Luego se instalaba en la biblioteca, donde asegura habérselo leído «todo», e incluso haber traído algunos libros de su casa. Lo que más le gusta es la novela histórica y libros de historia en general. Lo cierto es que, al margen de la comida y pese a la falta de libertad, su paso por prisión lo describe de forma no traumática. Tuvo hasta algo parecido a un despacho, porque durante una hora al día atendía a otros presos, a los que ayudaba a hacer escritos (Villarejo es abogado colegiado). Dos lugartenientes suyos le hacían la criba y «daban número».

Recuerda que aprovechó la estadía para comenzar la carrera de Ciencias Políticas, lo que le permitía pasar la tarde estudiando en su celda. Dice que lo hizo «para ver si llegaba al nivel de Pablo Iglesias». «La verdad es que me fue bien, el primer año lo aprobé todo y hasta saqué un nueve en Historia».

«Cuidado con lo que leéis, que son secretos de Estado»

Casi dos años y medio estuvo solo en su celda, pero otro año compartió el habitáculo con tres presos distintos. Guarda muy mal recuerdo del compañero que tuvo en plena pandemia: «Me metieron al hombre que peor estaba del módulo, un funcionario de prisiones esquizofrénico que mató a su esposa. Se le rompió el cuchillo mientras la apuñalaba y se fue a buscar otro a la cocina. Y este hombre me alegraba las madrugadas, porque a las dos de la mañana se ponía a dos centímetros de mi cara y me preguntaba si estaba vivo. La médico me dijo que me iba a subir la dosis para la tensión, y yo le decía que no, que lo que tenían que hacer era quitarme al preso».

En mayo de 2018 tuvo lo que él califica de «intento de asesinato». Una alergia a un medicamento le provocó un shock anafiláctico y casi se asfixia. Lo trasladaron rápidamente al hospital y se salvó.

Cada quince días le registraban la celda, «me la ponían patas arriba, me desnudaban y me hacían un cacheo mirándome los esfínteres». Miraban sus cuadernos y alertaba a los funcionarios: «Cuidado con lo que leéis, que los fiscales dicen que son secretos de Estado». Escribió mucho en prisión, más de una veintena de cuadernos, así que el archivo de Villarejo se incrementó tras su detención.

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