La mano del último maestro cantero de Jaén restaura la catedral de Málaga
Francisco Aguilera: «Es la obra más importante mi vida»
Reconocido por la Junta de Andalucía con el título de Maestro Artesano ha trabajado en la restauración de las Catedrales de Granada y deJaén, el Patio de los Naranjos de la Mezquita de Córdoba o el Puente Romano,entre otros
El anfiteatro romano más grande y antiguo de Hispania renace en Porcuna
Jaén
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Iniciar sesiónA Francisco Aguilera la piedra le habla. Lo dice sin metáforas ni exageraciones: «Tiene un lenguaje propio, y si la escuchas, te lo cuenta todo«, cuenta a ABC. Lo aprendió desde niño, en el taller familiar de Porcuna (Jaén), tierra de canteros. Hijo, nieto, ... bisnieto y tataranieto de artesanos de la piedra ha heredado un oficio que hoy está casi desaparecido. Es el único Maestro Artesano cantero en la provincia de Jaén, y uno de los pocos que aún trabajan la piedra con las manos, como se hacía siglos atrás.
Su oficio no es solo un trabajo, sino una herencia. «El oficio de cantero se ha ido perdiendo mucho», lamenta. «Yo lo he mantenido porque soy la quinta generación, y cuando uno ama lo que hace, eso se nota». En su taller, la maquinaria moderna convive con las herramientas que heredó de su tatarabuelo. «Me ayudo de la tecnología, claro, para cortes rectos o desbastes, pero llega un punto en que la máquina no puede más y tienes que enfrentarte tú solo a la piedra. Es ahí donde entra la mano del hombre. Y cuando la mano del hombre está presente, se nota».
Para Francisco, esa diferencia es insalvable. «Los controles numéricos y las máquinas son muy perfectos, pero lo que sale de ahí son flores de plástico», explica. «Bonitas, sí, pero sin alma. Cuando algo está hecho a mano, transmite. No es perfecto, pero emociona». Este uso de las manos, esa imperfección humana es motivo por el que los más importantes proyectos llegan a su taller, «yo no busco el trabajo, ni los encargos, ellos vienen a mí».
Cantero del patrimonio andaluz
No son pocas las obras que han sido esculpidas por su cincel, restauradas y devueltas al patrimonio histórico de Andalucía. En la actualidad, Francisco y su pequeño equipo, formado por su hijo y tres trabajadores más, participan en la restauración de la Catedral de Málaga, una de las intervenciones más relevantes del patrimonio andaluz. «Es la obra más importante de nuestra vida», reconoce.
Las actuaciones se centran en completar el tejado a dos aguas y el hastial frontal del templo, además de trabajos de restauración de la piedra en la balaustrada y la crestería que coronan la estructura. «Ahora mismo estamos tallando las veneras, esas conchas ornamentales que rodean la catedral. Desde el suelo parecen pequeñas, pero algunas miden seis metros de alto», detalla. Cada pieza se elabora manualmente en su taller antes de ser trasladada a Málaga para su montaje.
«Es una intervención enorme, muy seria», insiste. «En piedra estamos nosotros solos, pero todo el proyecto es una actuación conjunta: techumbre, madera, tejado… un trabajo monumental. El cabildo está muy implicado y Málaga atraviesa un momento muy próspero, con un ambiente muy receptivo para este tipo de obras», nos reconoce con un tono de cariño hacia la obra y con el orgullo del que sabe que participa de una restauración histórica.
Llevan ya un año trabajando y calcula que aún les queda otro tanto. «Estas obras no se miden por meses, sino por el tiempo que necesiten para hacerse bien», comenta. En paralelo, continúa restaurando la torre de la Catedral de Granada y ha intervenido recientemente en el Hospital Real de la misma ciudad, además de proyectos tan emblemáticos como el Palacio de Carlos V, el Puente Romano y el Patio de los Naranjos de la Mezquita de Córdoba, la Catedral de Jaén, el Parador de Úbeda o el Museo Thyssen de Málaga.
Su relación con los arquitectos y técnicos que dirigen estas intervenciones es de respeto y colaboración. «Ellos son los directores de orquesta, y yo toco mi partitura, que es la piedra», dice. «Con el tiempo se crea confianza. Ellos saben que me entrego por completo y que mi único objetivo es hacer bien el trabajo».
Cada restauración exige comprender no solo la técnica, sino también el quién, el cómo y el cuándo de lo que se está reconstruyendo. «Los arquitectos marcan las líneas, pero uno tiene que saber leer la piedra. Cada tipo de piedra se comporta distinto, tiene su carácter, su dureza, su modo de responder al golpe. Hay que saber cuándo avanzar y cuándo parar».
Por eso, insiste, no se trata de reproducir formas, sino de entender el espíritu con que fueron creadas. «Lo que se busca es que las técnicas antiguas del medievo, del Renacimiento o del Barroco sigan vivas, y que haya alguien que pueda transmitirlas», explica. «Eso es lo que da valor a un trabajo de restauración: la continuidad del conocimiento humano».
Un oficio del medievo
Francisco habla del aprendizaje de esta artesanía como un proceso lento. «Este oficio requiere paciencia. Es una formación del medievo, de las antiguas escuelas de oficios. No se aprende en un mes ni en un año, se aprende con los años y al lado de alguien que te enseñe».
Por eso defiende la figura del aprendiz, hoy casi desaparecida. «Lo primero que un joven debería preguntar no es cuánto va a ganar, sino cuánto puede aprender. Para recoger, primero hay que sembrar. Y en este oficio, lo primero es la formación». En ese sentido, critica que la artesanía no tenga aún el reconocimiento educativo que merece. «En Europa la artesanía ya se estudia en las universidades. Aquí seguimos sin entender que un artesano es una carrera más. Un Maestro Artesano podría impartir perfectamente una formación universitaria, porque se trabaja directamente sobre la obra, con la materia viva».
Su propio hijo, que trabaja junto a él, sigue ese camino. «Ahora lo importante es que esté a mi lado. Si Dios me da vida, que pueda aprender muchos años conmigo. La pericia se empapa poco a poco, con tiempo y paciencia».
Su conocimiento de la piedra y de la técnica ha propiciado que las instituciones universitarias se fijen en él, como los departamentos de arqueología de la Universidad Complutense de Madrid y ha hecho importantes haciendo aportaciones en el estudio del conjunto escultórico de Cerrillo Blanco en la identificación de las marcas que cada taller grabó en la piedra: «Descubrí la forma en la que trabajaban los canteros de aquella época, las técnicas y los sellos personales de cada uno», cuenta. «Los investigadores llevaban años sin encontrar respuesta, pero yo lo vi enseguida, porque yo he mamado eso. La piedra me habla». Su relación con las instituciones universitarias es constante, recurren a él en la búsqueda de ese saber que no está en los manuales porque su conocimiento no procede de los libros, sino del trabajo, la observación y la experiencia. «Yo no tengo estudios universitarios. Estuve unos años en la Escuela de Artes de Jaén, pero mi verdadera escuela fue el taller con mi padre. La piedra me ha enseñado más que ningún profesor».
Con 55 años, Francisco sigue trabajando cada día con el mismo entusiasmo con el que empezó. «Yo no busco nada. Solo intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo. Si tú siembras, normalmente recoges. Y si algo me devuelve la piedra, es porque le he puesto cariño».
El título de Maestro Artesano, otorgado por la Junta de Andalucía, parece tallado a su medida. Representa una forma de vida que se extingue, es el único en la categoría de cantero. En su taller, acompañado de su hijo intenta que esa herencia recibida a través de siglos no se pierda consciente de que este mundo, por mucho que avance, siempre seguirá necesitando a los artesanos canteros.
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