PRETÉRITO IMPERFECTO
Olivar desploblado
La herida demográfica ha llegado a la espina dorsal de Córdoba. No asumirlo y abordarlo sería irresponsable
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Iniciar sesiónLa herida demográfica se ha incrustado ya en la Córdoba olivarera, su espina dorsal. Antes lo había hecho al norte minero y ganadero. Este virus poblacional, tan sigiloso como dañino, y que ya asola a la meseta, va cobrándose terreno allá donde la ... vida parecía un círculo perfecto e invencible. Ni en los años más duros de la crisis se nos antojaba momento alguno para que se horadase esa fortaleza simbólica del olivo centenario y sus órbitas de vecinos y labriegos. La ciudad trituraba expectativas, fabricaba parados y entristecía sus mañanas..., pero los caseríos pintados entre blanco y verde oliva resistían de forma numantina. Y nos parecía prodigioso como el campo, entre sus perpetuos augurios de sombra, aguantaba las embestidas de la prima de riesgo y el índice bursátil. Pero ahora que empieza a verse con más fuerza el sol entre nubes de la economía, que vamos dejando atrás una década de sufrimientos que todavía no se han marchado, nos topamos una realidad disimulada todo este tiempo atrás en esa misma geografía de agrociudades o medianos pueblos que ofrecen los primeros y serios síntomas del llamado invierno demográfico.
Durante los últimos años, las comarcas más olivareras de Córdoba (el Alto Guadalquivir, la Campiña Este y la Subbética) han lastrado su padrón de manera seria según los datos del Instituto Nacional de Estadística. La sangría ha llegado en algunos puntos hasta el veinte por ciento, en otros el diez,..., pero el goteo se repite de manera insaciable. Municipios como Baena, todo un referente del aceite de oliva, su cultura y su «modus vivendi» —un paradigma, dijérase, del caso— han llegado a perder dos mil habitantes. Y otras localidades tan vinculadas a ese cultivo en su alrededor empiezan a resentirse sin vacilación.
Convenimos en que el desequilibrio de la pirámide poblacional es uno de los factores en todas las escalas. Las muertes superan ya a los alumbramientos y en la estampa fija abundan más bastones que carritos de bebé. Sin embargo, el factor económico puede ser más determinante en una tendencia en la que hay que reparar de manera más responsable. Partimos de un aporte de fondos con los que no han contado otras partes de España. Si sumamos las ayudas de la Política Agraria Común (en torno a 350 millones de euros anuales), el dinero destinado a los grupos de desarrollo rural desde hace lustros, los planes provinciales de obras y ayuda al empleo de la Diputación ; las inversiones dotacionales del resto de administraciones; las alternativas a los subsidios agrarios que compensan la temporalidad agrícola; incluso algunas vías extraordinarias de Europa y el Estado para patrimonio y sostenibilidad..., puede entenderse en gran medida el sostenimiento de esta Córdoba olivarera en estas décadas —¿qué hubiera pasado sin esa inyección económica...?—.
El horizonte, empero, trae nubarrones hacia esa falsa arcadia de conformismo. El sistema de monocultivo está cada vez más mecanizado, la vocación social de la aceituna va perdiendo lascas, el relevo generacional no llega al campo, los jóvenes que optan por el estudio abandonan sus «cunas» en la mayoría de edad para no regresar ante una ausencia notable de alternativas, las comunicaciones no terminan de acortar distancias y facilitar el flujo directo con cabeceras de comarca o los núcleos próximos donde el pulso económico; la brecha digital se impone en un mundo tecnologizado, como la necesidad de una mayor eficiencia en la gestión de esa ingente cantidad de fondos que puede que no sigan llegando con la alegría que lo han hecho hasta hasta ahora — las líneas de negociación de la futura PAC lo ratifican —. El virus está aquí.
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