Pretérito Imperfecto
Anguita, la idea y el hombre
La coherencia no entiende de estereotipos de izquierdas o derechas. Como tampoco la honestidad y el respeto
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Iniciar sesiónLa figura de Julio Anguita se agranda en los tiempos presentes . Cómo habrá cambiado la política que nos parece de otra época demasiado lejana, cuando apenas hace dos décadas que dejó la primera línea por el mismo corazón que ayer dejó la vida. ... Y aunque haya intentado ejercer de tutor para los nuevos cabecillas de la clase, el docto maestro nacional del colegio Los Califas poco podía hacer ante los que le invocan como referencia contraviniendo a las primeras de cambio su primer mandamiento: la coherencia. Y la coherencia no entiende de estereotipos de izquierdas o derechas . De sectarismo. Como tampoco la honestidad, la honradez, el respeto por los demás y las formas. Integridad en las formas y en el fondo, aunque se esté en las antípodas de una idea a la que Anguita vivía aferrado de una manera casi mesiánica, a veces como un dogma de piedra, otras como una utopía. Pero por eso le respetaba la derecha. Y era bastante común que escucharle, provocase la rápida empatía con quien reviste las palabras de su propio ejemplo. Su izquierda no tuvo un chalé en Galapagar .
Por ello, muchos cordobeses alejados de sus postulados comunistas estoy seguro de que se hubieran acercado ayer a la calle Capitulares para rendirle un tributo merecido que el coronavirus ha impedido que veamos. A su primer alcalde de la reciente democracia. Aunque casi intuyendo al carismático líder político, hubiera preferido que sus vecinos lo recordaran en casa, con cortesía oficial pero sin reverencia . Odiaba el populismo, vivía la res pública como una pasión dirigida a la inteligencia, tal vez demasiado unidireccional, y una herramienta de transformación pedagógica. A veces con la marcialidad genética que hasta sus andares por las calles de Córdoba desprendían . Otras, con la rectitud del docente exigente y el tono solemne que siempre había en sus discursos. La propia leyenda urbana de su pose y rictus califal ayudaba a transmitir el mensaje y la ortodoxia.
Hay quien ve a Julio Anguita como un llanero solitario de la política española . Demasiado distanciado de una realidad que pocas veces le dio la cara para seguir nadando a contracorriente como el salmón..., sin salirse de aquel «programa, programa, programa» y en la encrucijada de ser la izquierda que ganase a la izquierda desde un sorpasso imposible y en la otra orilla al bipartidismo que nunca pudo romper con el flaco favor de la Ley D’Hont. Iluminado desde la atalaya en la que hallaba las contradicciones de un sistema imperfecto pero al que respetaba y ayudaba a legitimarse en la pluralidad necesaria del juego democrático. Se entendió mejor con Aznar que con Felipe González , que acabó desquiciado con aquella pinza que apretaba a un cuerpo corrupto y mortecino como era el felipismo.
Aunque su desencuentro con el PSOE ya venía de sus inicios como alcalde de Córdoba . Primero, por representar la anomalía en el mapa imperioso del puño y la rosa tras las elecciones municipales de 1979 . Luego, en decisiones como la compra de Aucorsa o la propia operación de los terrenos del ferrocarril y su soterramiento. Aquella fue sonada. Lo cierto es que la mayoría absoluta de diecisiete concejales en 1983 puso la primera piedra de un idilio con su ciudad perdurable y una proyección incuestionable. Como regidor inventó gran parte de la ciudad que hoy vivimos, con sus luces y sus sombras . Con una arquitectura sociopolítica que lleva su sello indeleble, tan válida como ineficiente.
Se va el hombre, deja la idea. Sigue el ejemplo.
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