Perdonen las molestias
Aquellos tiempos
El estado de alarma era la fuente de todos los males. Y eso tranquiliza una barbaridad. No me digan que no
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Iniciar sesiónContra el estado de alarma se vivía mejor. No me digan que no. Te levantabas por la mañana sabiendo quién era el culpable , sobre qué espalda debías hacer descansar la curva de infectados, a qué ministerio se podía imputar el desplome del PIB, ... a quién tenías que endosar los muertos y así sucesivamente. Parece un contrasentido, queridos contribuyentes, pero la vida transcurría más liviana en medio del desastre.
Ahora, en cambio, no tenemos a quién dispararle con la escopetilla de plomos mientras desayunamos el café con leche y las tostadas. No sabemos si hay que apretar el gatillo contra el pobre Simón o descerrajar el cargador sobre el consejero de Sanidad correspondiente, que es, por lo visto, quien tiene las competencias plenas en materia de sanidad, como su propio nombre indica.
El estado de alarma era la fuente de todos los males. Y eso tranquiliza una barbaridad. Mayormente porque nos descarga de responsabilidad al resto de los mortales en medio del naufragio. Si el coronavirus se ensañaba con las residencias de ancianos , por poner un ejemplo, solo había que apuntar con el dedo índice en dirección al estado de alarma para sentir de pronto un alivio generalizado en todo el cuerpo. Aunque la gestión de la tercera edad, todo hay que decirlo, haya sido potestad de las comunidades autónomas durante estos meses tremendos. Pero, oiga, centrémonos en lo que estamos. Caramba.
Al estado de alarma y sus corifeos se le endilgaba la escasez mundial de mascarillas y los exorbitantes índices de contagio entre el personal sanitario. Suya era la culpa por el colapso de las unidades de cuidados intensivos y por la improvisación para combatir la mayor pandemia de la historia contemporánea. Si limitaba los derechos fundamentales porque limitaba los derechos fundamentales y si abría la mano en la desescalada porque se actuaba con incomprensible ligereza.
El estado de alarma era la coartada para una dictadura constitucional encubierta . Nada menos. Y contra las dictaduras constitucionales encubiertas vivimos mejor. Pero mucho mejor. Dónde va a parar. Perdemos libertades, trituramos derechos civiles, dinamitamos el edificio democrático, vale, pero tenemos a un muñequito contra el que desatar toda nuestra furia . Y eso calma un montón.
Por eso, quizás, desde que el señor presidente apagó el botoncito del estado de alarma nos hemos quedado como vaca sin cencerro . De tal manera, que los rebrotes se están propagando a lo largo y ancho de las 17 comunidades autónomas sin tener a un miserable portavoz nacional al que tirarle canutazos desde el pupitre y pegarle el chicle debajo de la mesa.
Y, ahora que hablamos de pupitres, ¿a quién le vamos a pedir explicaciones por la incertidumbre del nuevo curso escolar ? ¿Sobre qué departamento vamos a evacuar nuestra ira cuando aparezcan los focos de contagio? ¿Contra quién formularemos nuestras denuncias ante fiscalía? ¿Quién será el incapaz de haber mantenido la ratio por clase y no haber dispuesto la distancia mínima aconsejable ? ¿Hacia dónde dirigiremos, en fin, los clamores de España?
Por todo ello, rogamos la restitución del estado de alarma y la unidad de mando . Un país no puede vivir sin un señor equis al que propinarle collejas desde que te levantas hasta que te acuestas. No es recomendable para nuestra salud mental y la serenidad de espíritu. Y mucho más con la que está cayendo. Así que hagan ustedes el favor.
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