PERDONEN LAS MOLESTIAS
Antijusticia poética
En las UCI ya no caben los octogenarios que salvaron a España hace poco más de una década
Una monitora acompaña a una persona mayor en una residencia
AHORA ya sabemos que la providencia (o lo que quiera que sea) no se anda con paños calientes cuando escribe los renglones torcidos de la vida. Los escribe y punto. Fíjense, si no, cómo les ha devuelto a nuestros padres la generosidad que mostraron con ... nosotros cuando el cataclismo financiero de 2008 nos dejó desnudos tal y como vinimos al mundo. Entonces, pusieron sus pensiones encima de la mesa para apuntalar la ruina que se nos venía encima. Y ahora, ya ven, doce años después, la providencia (o lo que quiera que sea) les paga con un virus criminal que está asaltando sus cuerpos mortificados con la crueldad de un pistolero sin escrúpulos.
El covid-19 ha irrumpido en las residencias de ancianos con una violencia despiadada, al modo en que Tarantino reparte cadáveres gratuitamente en sus películas. Allí donde encontraba una mujer (o un hombre) apurando sus últimos sorbos de vida, les ha descerrajado dos tiros de agonía y los ha abandonado sin fuelle en la puerta de la morgue. En las UCIs ya no caben los octogenarios que salvaron a España hace poco más de una década.
Los datos certifican que casi 9 de cada 10 muertos por la pandemia tenían más de 65 años de edad. Y que 1 de cada 4 fueron acribillados en el geriátrico mientras saboreaban plácidamente tantos años de memoria. Hay que ser un canalla para adentrarse en un asilo con un arma de exterminio. Pero oiga. La vida, ya vemos, no distingue el rostro de sus víctimas ni ordena racionalmente el dolor y la muerte, la compasión y la piedad.
En Córdoba, si cabe, la desolación alcanza proporciones mayores. Quince de los 32 fallecidos contabilizados hasta ayer mismo han perdido la vida en el interior de un centro de mayores. Es decir: una de cada tres bajas. El Hogar San Rafael de Montilla y la residencia de Belalcázar son, hoy por hoy, la zona cero de esta catástrofe sin precedentes ni misericordia. Tres vidas segó el coronavirus en la localidad de la Campiña, otras tantas en Belalcázar y Córdoba , y una en Villanueva del Rey, Torrecampo, Priego, Rute, Lucena y Baena. Como de costumbre, la muerte llega sin avisar y ejecuta su sentencia con la frialdad de un sicario a sueldo. Da igual que hace doce años hayas librado del infortunio a tus nietos y a tus hijos mientras el hambre llamaba a la puerta de casa.
En los años aciagos de la crisis financiera de 2008, cuando la tierra se abría bajo nuestros pies, uno de cada cuatro hogares vivía gracias al respirador de la pensión de la abuela (o del abuelo). Nuestros jubilados rescataron al país mientras el Estado rescataba a los bancos, que, como todo el mundo sabe, constituyen la pieza angular del sistema, signifique lo que signifique este concepto evanescente.
Quiere decirse que si unimos con un hilo las dos crisis que han asolado el planeta en los últimos quince años nos damos de bruces con un mundo ininteligible conducido por fuerzas caóticas y desalmadas. De otra manera, es imposible comprender lo que no puede tener explicación. Y, si no, abran el periódico por la página que quieran para verificar las cifras inmisericordes de la catástrofe.
Ahí, en esos números fríos como el hielo, desbordados de muerte y sufrimiento, se estrella la justicia poética de aquellos que aún confían en la bondad de un mundo a la deriva.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras