Pasar el rato
Doblan las campanas
Vivir es un acto de amor. En eso se resume toda la moral y se encierran la filosofía y el arte
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Iniciar sesiónUn hombre mata a otro hombre, sin darse cuenta de que los dos hombres son el mismo hombre. En eso consiste el suicidio, en un homicidio sin conciencia del otro. Quién sabe si Oscar Wilde tenía razón y se trata de una muerte por ... amor. «Cada hombre mata lo que ama, sépanlo todos». Quizá porque el suicida no soporta amarse. O no sabe que se ama, que es lo más probable. Y ahí queda eso, ese cadáver que no se había suministrado la paz del perdón. Ego te absolvo, porque te has odiado tanto. Según los datos del Instituto de Medicina Legal de Córdoba, que recoge este periódico, el año pasado se suicidaron aquí 79 personas, mientras se quedaban los pájaros cantando. No se notaron cambios en el clima ni en las calles. Todo estaba como siempre. Con 79 cordobeses menos, que se quitaron de en medio en la noche oscura de su voluntad, de su memoria y de su entendimiento. Las tres potencias del alma explotaron a la vez. Incapaces de esperar la muerte, fueron a buscarla, con la vida llena de urgencias fúnebres. Nunca sabremos si esas muertes pudieron haberse evitado. Si podríamos haberlas evitado. Mejor así. Nos resultaría insoportable. Al final del camino, todos somos responsables del destino de todos. Soy el hombre que soy porque tuve las influencias que tuve. Si fuera cierto que no somos islas, aunque lo desmienta diariamente la conducta social, la muerte de todos esos hombres y mujeres nos disminuiría, según el desahogo metafísico del poeta inglés John Donne, Este año pasado doblaron en Córdoba las campanas 79 veces por cada uno de nosotros.
Vivir es un acto de amor. En eso se resume toda la moral y se encierran la filosofía y el arte. Cualquier sistema de convivencia que enfrenta a los hombres, que los separa, que los aísla, es una tragedia, un crimen de lesa humanidad. El infierno sartriano no son los otros, es el desamor de los otros, el desdén de los otros, la indiferencia de los otros. Es duro tener que admitir que mucha gente que ha pasado el infierno en esta vida, decidió procurarse por la muerte un poco de piedad. No creo que Dios se muestre insensible a tanto dolor. En algún remoto artículo recordó uno lo que el gran sociólogo Zygmunt Bauman y el gran psiquiatra Sigmund Freud -ateos los dos- opinaban del mandamiento cristiano del amor al prójimo. Que era el fundamento de la vida civilizada, el acta de nacimiento de la humanidad. Ese mérito, al menos, habrá que reconocerle a Jesucristo. «Amaos los unos a los otros». No sea usted ridículo, hombre. Eso es fascismo sentimental, cursilería de convento. Ven, dulce muerte, ven.
Ya que no nos amamos, mantengamos en pie los buenos modales. La cortesía guarda relación con el respeto, y es un sucedáneo, pero también una condición del amor.
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