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Pasar el rato

Los debates

El buen orador gusta poco de la oratoria de combate, que no es arte, es camorra. El buen orador sacrifica la publicidad, pasajera y mentirosa, a la calidad

El culo y las témporas (16/09/25)

La ministra de Trabajo interviene en una sesión del Congreso j. g.
José Javier Amorós

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Lleva uno toda la vida predicando la palabra civil en el desierto, que es el único sitio donde le hacen caso. Con ese espíritu resignado escribe este artículo sobre el arte de hablar en el Congreso de los Diputados. La clase política ... española, que vive de la palabra, se diferencia de cualquier otra comunidad humana especializada en que no sabe usar la palabra. Hay excepciones, pero pocas y poco consideradas. Triunfan la vulgaridad y la simpleza. La oratoria nació con la política. Y como la política española ha quedado reducida a una simulación de la inteligencia, los políticos españoles creen que la oratoria consiste en una simulación del lenguaje. Más ruido que nueces. Los diputados hablan para rellenar el silencio, porque cobran y medran por insulto. No otro es el objeto de los debates parlamentarios, a la cabeza el del estado de la Nación, en los que no se ejerce la libertad de expresión, cuyo primer requisito es saber expresarse, sino la libertad de bramido. Un paleolítico de licenciados, eso es el Congreso. Detesta uno los actuales debates políticos, convertidos en la forma pendenciera de la retórica. El arte es solitario. Para debatir con soltura, con fineza, con elegancia, con ingenio, antes hay que haber aprendido a hablar con soltura, con fineza, con elegancia, con ingenio. En su sentido político más riguroso, el debate parlamentario es un juego con el as en la manga, que no busca la verdad, sino la victoria. Debatir es pelear a muerte mediante palabras, mediante unas pocas palabras innecesarias y mal usadas, y se ha convertido en el sucedáneo democrático de la eliminación física del adversario. También puede ser el anuncio de la eliminación física del adversario. Como no han aprendido a hablar, aunque tienen tanto tiempo libre, la mayoría de los diputados disparan primero y apuntan después. A eso han reducido ellos el arte de injuriar. Y los simpatizantes de los gladiadores se van envileciendo voluntariamente con el espectáculo. Únicamente disfrutan cuando la sangre del enemigo salpica las paredes de la Cámara.

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