Patrimonio

La Mezquita-Catedral de Córdoba redescubre en la Capilla Real el paraíso dorado

ABC accede a la restauración impulsada por el Ministerio de Cultura para consolidar y fijar la decoración

El valor de las yeserías policromadas y doradas la emparenta con la Alhambra y el Alcázar de Sevilla

La maqsura de la Mezquita-Catedral de Córdoba, cirugía a corazón abierto

Restauración de la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba Valerio Merino

Esta es la historia de un descubrimiento. Puede parecer una restauración porque se habla de yeserías, pan de oro, policromía, figuras geométricas, cubiertas, intervenciones, lacerías y decoración, y quienes lo cuentan tienen en las manos pinceles para limpiar, productos químicos, herramientas, láseres, libros, ... la habilidad de las manos y el criterio en la cabeza. Al subir a la segunda planta de andamios, en el corazón de la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba, unas cosas y otras se argamasan con el relato preciso de quienes están trabajando, y la imaginación rompe el corsé del tiempo y del espacio.

Sucede cuando se pasa de un lugar que se conoce como la palma de la mano a una habitación cerrada durante mucho tiempo. Se ha escuchado el nombre, se han visto fotografías, se ha escrito sobre la restauración que está en marcha desde Semana Santa, pero hasta el momento de alzar la vista ha sido como un misterio familiar que entonces se desvela.

ABC ha entrado a las obras, se ha acercado a la decoración, ha ascendido a los mocárabes de la cúpula y lo que está a partir de cierto momento se tiene que contar como una narración de historia novelada.

Margarita González Pascual, restauradora del Instituto de Patrimonio Cultural de España, recibe para hablar de los trabajos que se iniciaron en marzo y que terminarán en la primavera de 2025. Lleva la dirección técnica de la obra que financia el Ministerio de Cultura y que ejecuta Tracer, la empresa que ganó la licitación, por más de 523.000 euros.

Nada de lo que allí se encuentra se espera y la cabeza tiene que desacostumbrarse del lugar en el que está, porque no se parece al resto de la Mezquita-Catedral. No hay arcos dovelados, aunque sí ciertos capiteles, ni tampoco mosaicos bizantinos, ni rejas en capillas cristianas ni retablos renacentistas ni barrocos. Con el relato desaparecen los andamios y las señales de la obra y quienes trabajan son narradores que relatan una época.

Con la voz de Margarita González Pascual como fondo la cabeza llega al siglo XIV, al momento en que se mandó construir en la Catedral de Córdoba una capilla real, quizá por iniciativa de la reina Constanza de Castilla, para el sepulcro de su marido, Fernando IV. Pudo ser también en la segunda mitad de esa misma centuria.

El Ministerio de Cultura invierte más de 523.000 euros en unos trabajos que deben estar terminados en la próxima primavera

En la capilla trabajan albañiles mudéjares, es decir, musulmanes de los que permanecieron tras la Reconquista, que practican el mudéjar naturalista de tradición castellana. «Se sabe que la capilla estaba terminada en el año 1371, cuando reinaba Enrique II en Castilla, pero eso no quiere decir que se empezase justo antes», cuenta.

Y el rey anterior era Pedro I, llamado El Cruel o El Justiciero, según quien cuenta la historia. Fue el que mandó construir el Real Alcázar de Sevilla. Se enciende entonces una bombilla, la segunda, porque antes, al ver un libro sobre la Alhambra de Granada habían aparecido las semejanzas, y las diferencias, intactas. «Hay yeserías muy parecidas», dice la restauradora.

Sí, el Alcázar de Sevilla y la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba son arte mudéjar, pero la Alhambra es nazarí, y no es raro: «Tenían mucha relación con los nazaríes y había alianzas políticas». Podían ser de reinos distintos, pero había influencia cultural. Aparecen los artífices que empiezan a recubrir la capilla de yeso con una decoración que sería entonces deslumbrante, dice Margarita González Pascual al contar que en algunos documentos se habla de la Capilla Real como la Capilla Dorada.

«Los artistas se movían, como hacemos nosotros ahora trabajando en unos proyectos en o otros. Podrían trabajar en Sevilla, en Córdoba, en Granada, con quien los contratara. Muchos motivos son muy parecidos a los de los Alcázares porque es la misma cultura», insiste.

Coincidencias

Luisa García da fechas: el Patio de los Leones de la Alhambra y la Sala de los Reyes son coetáneas a la Capilla Real, pero también hay semejanzas con el friso de la Sinagoga del Tránsito en Toledo. Las tres culturas se mezclan. «No es una copia exacta, pero el mismo esquema. ¿Venían de Toledo? «Posiblemente, se iban mezclando, porque tenían clientela de élite». Toledanos, granadinos, sevillanos, cordobeses o de todas partes, eran un ejército de fortuna como aquel del Cid. Aunque parezcan modelos repetitivos, hay manos de artista. Hacían algunos dibujos preparatorios, las líneas principales, pero parecían tenerlo en la cabeza.

Y allí aplicaban los elementos de color que luego deslumbraron: el pan de oro, propio de un lugar para reyes, y el fondo en azul y en rojo. La menuda decoración es imitación de la vegetación del paraíso, y se articula en torno a cintas que hacen lacerías, con ruedas de ocho o de doce. Hay también artífices que trabajan las epigrafías árabes, que abundan en toda la Mezquita-Catedral. Margarita González Pascual muestra letras y textos: «Aquí se habla constantemente de la felicidad». La escritura cúfica sirve como decoración armónica.

Recuperación de los leones sobre el altar de San Fernando Valerio Merino

Por otros lados hay también manos, algunas con los pulgares arriba e incluso con las uñas detalladas. «En el Alcázar de Sevilla hay también manos, y en la Alhambra. La prohibición de representar la figura humana era para los lugares sagrados, para las mezquitas, pero no en otros objetos», aclara la restauradora.

El lugar central debía ser el altar, y allí la decoración es distinta: hay una hornacina, escoltada por leones, donde luego se rindió culto a San Fernando, aunque no en aquel momento fundacional, porque sólo subió a los altares en el siglo XVII. También están los escudos de Castilla y León y una solería de azulejos en bastante buen estado de conservación.

Hay que mirar al siglo XXI. Valerio quiere hacer fotos de lo que llama alquimia, de las pruebas con materiales químicos, y tal vez lleven razón porque la alquimia buscaba el oro. A lo largo de los siglos la capilla tuvo humedades y pérdidas, y el oro que fue brillante ahora está marronáceo.

Materiales

El yeso es un material poroso que absorbe la humedad, así que no se pueden utilizar medios acuosos, porque lo disolverían. «La solución que se ha encontrado es el agragar, que se usa ahora mucho en la cocina, y que espesa las disoluciones que van en agua. Es como un agua sólida, un coloide, una especie de gelatina que procede de un alga. Disuelve la suciedad de tipo barro y ambiental y la absorbe muy lentamente aportando muy poquita cantidad de humedad al yeso», dice la restauradora Luisa García. Los restauradores eliminan también el polvo de siglos, que nadie había quitado, pero con cuidado, porque debajo hay restos de policromía que está separada del soporte y que tienen que fijar.

Eduardo Mendoza, otro de los profesionales, explica que se usan aspiradores, pinceles y brochas, según lo más conveniente en cada lugar. Para los pequeños restos está la ablación láser. «El original tiene falta de fijación, está escamado y tiene zonas que son susceptibles de desprenderse».

El oro se limpia y se restaura, pero el concepto no va a ser de reponer donde ya no esté, sino de conservar. Ana Herranz dice que es un reto, porque la «limpieza es complicada, y a la vez que se limpia hay que preconsolidar para que no se pierda». Pero se confiesa apasionada con el trabajo, que incluye eliminar los nidos de barro de las avispas alfareras que en algún momento de los siglos anidaron en la Capilla Real.

La vegetación que muestran las yeserías de las paredes, tanto dorada como policromada, evoca a la que existiría en el paraíso

La Capilla Real no tiene ahora problemas de humedades ni cubiertas, como se comprobó en los estudios previos de 2012, pero sí en el pasado. Ahora se ha visto que la yesería del muro norte, la que mira hacia la Puerta de las Palmas, no es original, aunque sí imita lo primitivo con solvencia. Las lluvias anegaron a veces los encuentros entre las capillas.

Al ascender y encontrar otra vez cabezas de león, regresa la narración, porque la decoración de Margarita González Pascual es todavía más exuberante: «Hay que fijarse en la en la potencia de los nervios, que son maravillosos». Van naciendo en cada peldaño los mocárabes, que cubren la cúpula, y que son prismas que dan forma a la estructura.

Celosía descubierta en la cúpula, que permanecía tapada VAlerio Merino

El oro a veces se conserva pero muchas otras está perdido y queda el bol con que se preparó. Entre unos y otros está la medina, pintada de color verde, que va separando los bloques. El relato reconstruye cómo preparaban las yeserías, los clavos con que lo fijaban, que aparecen todavía en el siglo XXI, ya oxidados, y que también se han tratado.

Allí está uno de los descubrimientos de este trabajo, que es una celosía de yeso, del mismo estilo, que se tapó, y que tenía vidrios de color azul, verde y ámbar. Lo cuenta Luisa García, que cree que es posible que aparezca otra. El resto se sustituyeron por vidrieras emplomadas muy posteriores, porque el Cabildo prefería más luz. La alquimia de los restauradores en busca del oro reabre las puertas del paraíso al que alude la decoración y de la felicidad de la que hablan las epigrafías árabes.

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