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Independencia Cataluña

¿Qué pasó ayer?

La declaración de independencia se convirtió en un término tabú

Ana Pastor y Alberto Garzón, ayer en el Congreso MAYA BALANYÀ
David Gistau

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Un presidente de España envía un burofax a una autonomía levantisca para preguntarle si sigue ahí o si ya zarpó hacia un destino propio. «¿Qué pasó ayer?». Ésa es una pregunta pertinente para hacérsela a una desconocida hallada en la cama durante una amnesia alcohólica. Con más motivo si la desconocida se llama Lola pero tiene voz de hombre, como en la canción de los Kinks . Pero en las circunstancias que nos atañen queda rara. Es como si, después de las ráfagas y el se sienten, coño, Suárez se hubiera levantado del escaño para preguntar a Tejero : «Oiga, sólo para estar seguro, ¿esto es un golpe de Estado o una despedida de soltero que se les ha ido de las manos?».

Quiero creer que hay un fundamento jurídico, pero esto se desliza del dramatismo histórico al «sketch» de los hermanos Marx -los de la parte contratante de la primera parte- donde dos diletantes tácticos juegan a la ambigüedad , a pillarse la seña de duples y a pasar por la moviola los movimientos del adversario para comprobar si el fuera de juego era posicional o invalidante.¡Vivimos en un Estado de Suspensión!, todo es un McGuffin para retrasarnos el desenlace.

¿Y qué ocurrió?

Declaración de independencia se convirtió en un término tabú. Hasta alguien tan explícito como Tardá se nos volvió sinuoso acerca de ello y empleó eufemismos como «ocurrió lo que ocurrió». ¿Y qué ocurrió? Aaaahhhh... Por cierto, la intervención de Tardá , cuando no se puso delirante de hombres libres, cadenas rotas y reyes llamados Felipe que cabalgan descabezando buenos salvajes -cuanto más veo a quién escoció el discurso, más posibilidades hay de que me proclame monárquico, aunque sea para suspenderlo ocho segundos después-, me hizo notar algo que también aprecié en el discurso de Puigdemont. Aunque fuera con condescendencia, Tardá hizo varias alusiones a los catalanes no independentistas, entre los cuales habría hasta vecinos suyos.

Este reconocimiento de la existencia del catalán no independentista con el que se quiebra el mito del pueblo unido y unívoco forma parte de la simulación buenrollista asumida como estrategia. Pero también es uno de los resultados de la manifestación del domingo: esa credencial de existencia no se puede negar ya, ni el más obtuso de los supremacistas puede, ni Guardiola . Es una de las cosas que esta crisis habrá cambiado en España para siempre. Otra es las tragaderas con el nacionalismo y el complejo de inferioridad de la identidad española, que ha encontrado un catalizador. No será fácil regresar al tiempo de las coacciones y las componendas en el cual Rajoy está educado como político para encontrar una solución.. Como lo haga, se encontrará con Rivera, que acecha para quedarse con su electorado y que, aliviado sin duda por la falta de responsabilidad de gobierno, se puede permitir el lujo de emplear un discurso más dinámico y lleno de determinación en el que, como la rosa de Gertrude Stein, un golpista es un golpista y hay que pasarlo por la quilla del 155: «¡Se acabaron los pasteleos!» , proclamó Rivera justo cuando probablemente se esté cociendo uno gigantesco para encontrar una salida en la que ningún bando se sienta especialmente humillado (como diría Ignacio Camacho, esto no es información, sólo conjetura).

En cuanto a Podemos, se pone agorero con la Triple Alianza sin darse cuenta de que este problema y su posicionamiento lo transformaron, aún más, en un personaje periférico y traicionero, amante del desastre. Ésta es otra cosa que cambió: las coartadas de estadista de Podemos, su máscara homologable con el viejo PSOE hacedor del 78. Sólo los autoengañados más pertinaces se negarán a ver un predador en la patita que pasa por debajo de la puerta, por más que éste incurra también en la lírica de los pueblos reprimidos que sufren abusos pero se niegan a desaparecer en la noche. Pero si en las noches de Barcelona lo único que no aparece son taxis.

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