Las víctimas de ETA recuerdan los años de desprecio

El Consejo Episcopal tomó en una reunión extraordinaria la decisión, que fue comunicada a Mikel Azpeitia a través del obispo de Bilbao

Laura Daniele y Arián Mateos

Con determinación y diligencia, la diócesis de Bilbao decidió ayer apartar de sus funciones al expárroco de Lemona Mikel Azpeitia después de que el presbítero apareciera en el documental «Bajo el silencio» de Iñaki Arteta justificando la violencia de la banda terrorista ETA. La ... decisión fue tomada por el Consejo Episcopal durante una reunión extraordinaria celebrada ayer y comunicada posteriormente al sacerdote durante un encuentro mantenido con el todavía obispo de Bilbao, Mario Iceta , y su obispo auxiliar Joseba Segura. La decisión implica que el presbítero seguirá siendo sacerdote pero tendrá que abandonar los «oficios eclesiásticos que venía desempeñando».

El sacerdote vasco había enviado el viernes una carta a monseñor Iceta para manifestar su « arrepentimiento y pedir perdón a las víctimas » por sus «desafortunadas palabras».

En el documental, el sacerdote asegura frente a la parroquia de Lemona a escasos metros donde dos guardias civiles fueron asesinados en 1981 que el hecho de que «un pueblo oprimido al que quieren conquistar responda con violencia no sé hasta que punto es terrorismo, eso es una guerra entre bandos, de una nación contra otra nación». En otro momento llega a asegurar sobre las víctimas de ETA que « su merecido se llevan ».

Las declaraciones del sacerdote han sido objeto de una querella ante la Audiencia Nacional por parte de la asociación de víctimas Dignidad y Justicia que encabeza Daniel Portero , en la que denuncian que el sacerdote puede estar incurriendo «en un delito de enaltecimiento del terrorismo y humillación de sus víctimas».

Las palabras del antiguo párroco de Lemona constituyen un fiel reflejo de lo que fue aquella Iglesia vasca que se mantuvo impertérrita ante la barbarie etarra. Algunas de las personas que padecieron el desprecio de los clérigos celebran que haya salido a la luz el caso de Mikel Azpeitia, que esperan que sirva para concienciar a la sociedad sobre lo que ocurría tras los portones de los templos en aquellos tiempos. « Sigue siendo necesario un examen de las responsabilidades y la complicidad que han tenido con ETA», recalca la presidenta de Covite, Consuelo Ordóñez.

Un «infierno» tras el templo

Porque la actuación de un importante sector de la Iglesia vasca, «mayoritario» según muchos testimonios, alimentó la amargura de quienes rechazaban las tesis de los violentos. La propia Ordóñez, rememora «con aborrecimiento» cómo un conocido cura de Guipúzcoa, Bartolo Auzmendi , se negó a oficiar el funeral del guardia civil asesinado Emilio Castillo porque quería hacerlo en euskera.

En 1999, poco después de fundar Covite, mantuvo una conversación con el que entonces era obispo de Vitoria, Miguel José Asurmendi . Según Ordóñez, este le comentó que durante un tiempo vivió en Valencia y que «acababa siempre discutiendo» con otros curas cuando había un atentado. «Porque claro, es normal, el que es de fuera no entiende», le dijo.

Era «lo habitual» en aquellos tiempos, asumen otros testigos del desprecio de la Iglesia vasca. Uno de ellos, que prefiere no dar su nombre, cuenta cómo en mitad del entierro de una víctima un clérigo pasó el cepillo para « sufragar los gastos » de unas obras recientes que se habían hecho en el templo. Desde Lequeitio (Vizcaya), Santi, que hace años ejercía como organista en la iglesia del municipio, relata la historia de un cura «muy simpático, abierto a la gente», que durante una misa le llamó «extranjero» por ser de fuera del País Vasco, y le espetó que esta autonomía acogía a los «inmigrantes» que habían echado de otros sitios.

Pero hubo religiosos que, aún en ese «clima asfixiante», levantaron la voz para condenar el terrorismo. A Fernando García de Cortázar , historiador y jesuita, ese atrevimiento no le salió gratis, pues desde el año 2000 se vio obligado a llevar escolta policial. «Fueron once años en los que viví protegido por estos ángeles de la guarda -destaca-. En el cementerio de Guecho (Vizcaya), había escoltas apostados al lado del panteón donde enterrábamos a mis padres».

García Cortázar, que reconoce que se sintió «privilegiado» cuando escapó de aquel «infierno», no olvida « el dolor » causado por una Iglesia que ponía «la etnia y el silencio por encima de la piedad y la caridad con sus fieles más necesitados de consuelo».

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