Traficantes entre bótox y cocaína
Edwin Congo a un narco: «¿Estás contento, cabrón? Esto va bien»
El cargamento de cocaína entre capas de cartón se organizó en una clínica estética de Madrid
Los pacientes de Mauricio Vergara, «el Doctorcito», destacan su encanto y profesionalidad. Y estos atributos los desplegaba tanto con el bisturí como cerrando tratos y mediando con traficantes. Su centro Meraki Clinic de Cirugía y Estética en la calle Santiago Bernabeu de Madrid era ... la base de operaciones de una organización internacional de narcos, según la Policía. Allí, entre bótox, alopecias y celulitis se habrían organizado varios envíos de cocaína a Europa en el último año. El doctorcito y otra quincena de individuos están ya en prisión tras intervenir la Policía Nacional una tonelada de droga impregnada en el cartón de cajas de limas y piñas.
La Brigada Central de Estupefacientes puso los ojos en la clínica madrileña el pasado verano tras detectar allí una cita entre compatriotas: un narco colombiano, el exjugador de fútbol reconvertido en comentarista deportivo Edwin Congo y el médico, que había sido detenido hace años con cinco kilos de droga. En otra de esas reuniones, poco después se localizó al cabecilla de la organización: Milton Afronio Santamaría, un excabo de la Policía colombiana que maneja un imperio en la zona de Pereira, se mueve en coches blindados y es propietario de varias haciendas. «No es el jefe de un cartel al uso pero en Colombia es muy conocido y dispone de mercancía y contactos, incluidos algunos militares», explica el comisario jefe de la Brigada Central de Estupefacientes, Antonio Martínez Duarte.
Las investigaciones de meses con la Fiscalía Antidroga y el Juzgado Central número 2 de la Audiencia Nacional fueron colocando las piezas. Milton Santamaría viajó varias veces a Madrid y a otras ciudades europeas. Su objetivo era instalarse en España con su familia. En su ausencia controlaba el negocio su mano derecha, el también colombiano Hugo Mejía. «Lo difícil era averiguar cómo estaban mandando la droga desde allí», reconoce el comisario.
El transportista y el conseguidor
Las citas y los viajes se sucedían y así fueron apareciendo nombres familiares, como el de Gregorio Sánchez, un empresario español al que la Policía ha pisado los talones decenas de veces sin resultados. Sánchez se dedica a exportar fruta desde Suramérica, cargamentos de contenedores que llegaban a puertos de Andalucía, se registraban y jamás se encontraba nada. Los agentes sospechaban que sus empresas eran pantallas dedicadas a mover cocaína entre frutas exóticas pero la droga no aparecía.
Contaban también con un conseguidor: el gallego Fernando Iglesias Botana, capaz de proveer al grupo de coches, teléfonos o lo que necesitaran. Tras una de esas citas en la clínica junto al Bernabeu, controladas por la Policía, el exjugador Edwin Congo marcó el teléfono de uno de los narcos que no había asistido: «¿Estás contento, cabrón? Esto va para adelante», le dijo. En otro momento buscó contactos para colocar mercancía en España. El grupo llegó a hablar con representantes del clan de Los Castañas. No se pusieron de acuerdo en los porcentajes.
Antes de escoger limas y piñas habían optado por esconder la droga en exportaciones de café, pero les dio problemas. Poco a poco se detectó la posible ruta que seguía la cocaína: de Colombia a puertos griegos y de ahí en camiones a Bulgaria y Holanda.
Las reuniones y los viajes de ida y vuelta se sucedían hasta que en enero se supo que se preparaba un cargamento importante. Un miembro de la organización viajó a Colombia para certificar que la droga estaba bien oculta y la operación podía empezar. Para entonces los investigadores ya sabían que los químicos -entre cuatro y seis- también venían a Europa. El doctor Vergara era el encargado de alojar en un hotel de las afueras de Madrid a los «cocineros» de la droga y de tenerlos dos o tres días haciendo turismo hasta que les tocara extraer la cocaína del cartón.
Ni perros ni reactivos
El procedimiento para ocultar la droga es el más sofisticado descubierto hasta el momento, según los investigadores. «Y además la organización controla todo el proceso desde el inicio hasta el final», aclara el inspector jefe Alberto Morales. Milton Santamaría había creado su propia empresa de cartón. Contrataba a sus químicos, tenía a su servicio a la compañía que trasladaría la mercancía y a quienes debían recibirla, primero en Grecia y luego en Bulgaria y Holanda.
«Trabajaban en paralelo con laboratorios en los dos países; en Bulgaria el acceso a los productos químicos es muy barato y habían comprado a un pueblo entero», explica el inspector jefe. Pese a la colaboración de policías de todos los países implicados, además de la DEA, en Bulgaria los narcos habían sobornado a funcionarios de la aduana que no sellaban los pasaportes de los químicos.
«Si no sabes que traen la droga es imposible encontrarla: indetectable para los perros y no responde a los reactivos» , insiste el comisario Duarte. Los químicos impregnaban la cocaína en cantidades mínimas en las capas de papel superpuestas con las que se confeccionaban las cajas de cartón (unos cien gramos por envase) y encima colocaban una capa limpia. Luego se extraía en los laboratorios, que también han caído. Los agentes intervinieron una tonelada de droga en una nave de Sofía (Bulgaría). Estaba previsto detener a los narcos el día 21 de marzo, pero hubo que adelantar la operación porque Milton, el jefe, viajó a Madrid el día 13, horas antes del estado de alarma. Se alojaba en un apartamento de las afueras, igual que Hugo su mano derecha y la mujer de este, que guardaba varios móviles diminutos de los que los presos cuelan en prisión. «Me gustan los teléfonos pequeños», dijo a los agentes.
En total cayeron 18 miembros del grupo en España, Bulgaria, Holanda y Colombia. Se fugaron dos: uno, el «esmeraldero», el amigo o socio de Edwin Congo con el que admitió hacer tratos con esas piedras preciosas. Ese fue el motivo de que se retrasara la detención del exfutbolista. Para los investigadores Congo es uno más de la organización.
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