El quinto en discordia
Toparse con la realidad
La coartada de la herencia recibida tiene las patas muy cortas cuando, además, los remedios que has vendido no son efectivos
Cambio de marea (17/2/25)
Madrid
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Iniciar sesiónEn una entrevista, el que fuera presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, José Mujica, a la pregunta de por qué una vez que llegó a la presidencia no empujó las políticas que llevaba tantos años defendiendo respondió: «Me topé con la realidad». Y eso ... es básicamente lo que está pasando con muchos de los políticos antisistema que desde entonces han pisado moqueta. Los atajos que pretenden no llevan a ninguna parte. Las soluciones sencillas a los problemas complejos no aplican. Y el margen de actuación con el que finalmente cuentan no es tanto como el que presuponen.
En este saco podemos meter al presidente de Estados Unidos. No va a tardar en toparse con la realidad. Y aunque al tratase de EE.UU. el margen de actuación es mayor, la realidad es muy terca.
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Probablemente donde ya esté viendo que tiene menor margen es en política económica. La situación actual tiene poco que ver con lo que se encontró en la primera legislatura y las medidas que ha anunciado son en muchos casos contraproducentes. La economía empieza a dar alguna señal de agotamiento y no hay bálsamo de fierabrás que valga. Sus anuncios más sonados como el de la reforma de la administración tampoco es inocuo porque de saque impacta en el desempleo. Los aranceles cruzados los pagan los consumidores, también los americanos. El repunte de la inflación va directo al bolsillo de su votante. Y una vez que ha aterrizado en la Casa Blanca y está ejerciendo el poder, no hay chivo expiatorio posible. La coartada de la herencia recibida tiene las patas muy cortas cuando, además, los remedios que has vendido no son efectivos.
Tampoco en política exterior cuenta con mucho margen. Sus formas de tratante de ganado están enterrando lo construido estos años y le está sirviendo para ponerse en frente de sus aliados tradicionales. Y probablemente está confundiendo lo que son los intereses de EE.UU. con los suyos propios.
Tiene poco tiempo. Y el efectismo se va a encontrar con la realidad de, sobre todo, muchos de sus votantes que le habían comprado el catálogo completo de soluciones fáciles. La economía de la mano del mercado será lo que probablemente primero le señale sus límites. Y luego vendrán los votantes. En dos años hay legislativas por lo que no va a tener mucho tiempo para enmendar su horrible comienzo. Y que no vaya a sus votantes con milongas estilo Groenlandia, el canal de Panamá, la ciudad de vacaciones en Gaza o las tierras raras de Ucrania. El suyo no es un público especialmente sofisticado.
Algunos mitos
A pesar del Gobierno y de la enorme oportunidad que han perdido para acometer reformas estructurales, la economía española va bien. Y va a seguir yendo bien. El viento de cola en la construcción y en el turismo, sumado a un nivel muy bajo de endeudamiento privado y a una balanza de pagos que también se ha dado la vuelta por completo tras la gran crisis financiera, hacen que tengamos por delante años buenos, muchos, en lo económico.
Esto es difícilmente discutible. Sin embargo, hay quienes tratan de hacer oposición con la economía amparándose en argumentos que no resisten el mínimo escrutinio. Los hay que crítican el crecimiento de estos últimos años porque el PIB per cápita ha registrado un menor crecimiento. Y esto es así. Pero no es algo nuevo. De hecho, ha sido siempre así. La economía española es, de momento, lo que es. Y el crecimiento siempre ha venido de incrementos de la población. El fortísimo crecimiento de finales de los noventa y principios de los 2000 fue consecuencia de los millones de personas que se incorporaron a cotizar. Ahora está pasando igual. Es un crecimiento extensivo, pero crecimiento al fin y al cabo.
Tampoco hay un problema de sostenibilidad de la deuda pública. Y la mejor prueba del algodón es, sin duda, que la prima de riesgo se sitúa en los niveles más bajos desde 2008. No hay que buscar tres pies al gato. El Gobierno no ha hecho nada por embridar el gasto público, pero el viento de cola en los ingresos y la inflación han servido para que estas magnitudes se encarrilen solas. La deuda pública medida en términos de PIB se ha reducido en casi veinte puntos en los últimos años tras el máximo pospandemia y ahora está ligeramente por encima del 100% del PIB que, sin ser algo como para escribir a casa, resulta muy inferior al de otras economías desarrolladas. El déficit público, por su parte, cerró el año pasado en torno al 3% lo que, con los niveles actuales de inflación, puede decirse que está fuera de la zona de peligro.
Hay muchas, muchísimas, razones para criticar a este Gobierno. También en lo económico. Más por lo que no han hecho. Pero eso no es incompatible con que la economía vaya bien. Muchas veces nuestra percepción sobre la evolución de la economía la empaña la política. Y lógicamente en la situación actual resulta inevitable. Ahora, que las cosas vayan bien no quiere decir que no puedan ir mejor. A nada que los que vengan detrás hagan las cosas medio bien, la mejora podría ser sustancial. No vamos a tardar en verlo.
El final de la guerra
Hay una lectura económica y de mercado clara del final de la guerra en Ucrania. Sin entrar en claves políticas o geopolíticas, doctores tiene la Iglesia, y las consecuencias que puedan llegar a tener los zafios planteamientos de Trump, el final de esta guerra tiene consecuencias económicas sobre todo para Europa. La guerra ha sido una guerra europea y las consecuencias económicas han sido fundamentalmente para Europa. La subida del precio del gas fue un torpedo en la línea de flotación de todas las economías europeas por su repercusión en el precio de la electricidad, pero sobre todo en el de las economías más grandes.
La confianza del consumidor en Europa ha ido claramente por detrás de la del, por ejemplo, americano y eso se ha traducido en que los niveles de ahorro se hayan mantenido especialmente altos. Y esta ha sido la mayor diferencia en la evolución de las economías a uno y otro lado del Atlántico. Allí la tasa de ahorro de la mano de un consumidor eufórico se ha ido a mínimos de los últimos tiempos, mientras que aquí el brazo no se nos ha soltado y las tasas de ahorro se han estabilizado en tasas históricamente altas.
El margen de mejora de la confianza en Europa es mucho. No solo por el final de la guerra, sino también probablemente ayuden unas políticas fiscales más atinadas por parte de la nueva coalición de gobierno que salga de las elecciones alemanas de ayer y el giro hacia un mayor pragmatismo por parte de Bruselas. Con un punto de partida tan extremo, solo hay un camino. De hecho, ya está pasando. Los últimos datos de las encuestas sobre la evolución de la confianza en Europa apunta en la dirección correcta.
Aunque sea de esta forma tan ominosa, el final de la guerra en Ucrania probablemente sea uno de los hitos que permitan que la economía europea recupere parte del terreno perdido estos años de la mano de un consumidor que no terminaba de verlo del todo claro. La lectura económica en clave americana es la contraria. No por el desenlace de la guerra, sino por el escaso margen de mejora que allí tiene el consumo por los niveles extraordinariamente bajos de ahorro. A nada que algo se tuerza, la confianza del consumidor puede sufrir. Y más con las expectativas tan altas que ha despertado Trump en gran parte de la población americana.
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