César Alierta: el poder más allá de la empresa
Durante su larga y fructífera trayectoria profesional, César Alierta supo navegar entre dos corrosivas aguas de distinta naturaleza, empresa y política, pero con un alto grado de discreción
Muere el expresidente de Telefónica César Alierta a los 78 años
Madrid
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Iniciar sesiónHabía que leerle y entenderle no entre líneas sino entre palabras. Una personalidad compleja, pero de cuya impresión inicial te nacía la sensación de todo lo contrario. César Alierta Izuel (Zaragoza, 1945), un hombre sencillo por fuera, pero con muchísimas aristas por dentro. Tímido y ... discreto a primera vista en el ámbito personal pero amante de las estrategias más dispares en lo profesional, gracias a esa capacidad de liderazgo demostrada durante décadas que emergía desde lo más profundo de sus entrañas. Y como curiosidad, ese mantra suyo de los últimos años en que ocupó la presidencia de Telefónica, también reiterado con insistencia en sus recientes tiempos como presidente ya de la Fundación Telefónica, de mostrarse absolutamente contrario al ilimitado poder de las grandes tecnológicas, a las que acusaba de violar la vida privada de usuarios, compañías y administraciones. Pero... no la suya, de la que era profundamente celoso.
De hecho, poco se sabía de su vida íntima. Tan solo lo que él dejaba entrever o quería dejar caer. Y todo para llegar a ser lo que fue hasta ayer mismo como quien dice. «El único ser libre» de ese inmenso pero acotado mundo en el que se mezclan política y empresa, bajo esa metáfora tan suya: «Tengo este teléfono (un Nokia muy básico, sin pantalla inteligente, sin acceso a redes sociales ni a internet), una auténtica carraca, y ni Google, ni Apple, ni Facebook saben de mi vida», bromeaba en público en más de una ocasión.
Y es que durante su larga y fructífera trayectoria profesional –me atrevería a decir también personal–, Alierta supo como pocos navegar más que simplemente nadar entre esas dos corrosivas aguas de distinta calidad y naturaleza, que terminan por confluir en el mismo mar, pero no por indecisión ni necesidad, sino por interés. Pero con un alto grado de discreción. Todo un logro siendo quien llegó a ser, tras colocar a Telefónica en su fin de etapa presidencial como cuarta operadora más grande del mundo y ocupando él el quinto lugar en el ranking de ejecutivos más influyentes del planeta siendo también el tercero mejor pagado del Ibex 35.
Eso sí, colocado inteligentemente durante tres décadas en el centro del tablero político español –a salvo de críticas de parte de unos y otros en el entonces todopoderoso bipartidismo del arco parlamentario del país– tanto como formando parte del cónclave empresarial más influyente, junto a sus coetáneos y compañeros de fatigas Manuel Pizarro, Francisco González o Rodrigo Rato –amigos de vacaciones incluso–, o Emilio Botín e Isidro Fainé.
Una vida cual carrera de fondo, de esas en las que tanto gusta participar a su sucesor al frente de la operadora, José María Álvarez-Pallete, pero sin prisas. Tampoco con pausas. Una carrera que arrancaba a finales de los años 60, cuando aún nadie intuía la llegada de la democracia a España. Fue entonces cuando Alierta, recién licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza ponía rumbo a Nueva York para iniciar un máster en Administración de Empresas en la Columbia Business School.
Con las lecciones bien aprendidas, antes de aterrizar en la era de las privatizaciones en España, un joven pero maduro Alierta volvía de tierras del otro lado del Atlántico dispuesto a crecer como directivo, no antes sin meterse en la piel de un «broker», como su amigo Francisco González, y otros jóvenes entonces desconocidos que decidieron crear sus propias agencias de cambio y bolsa. Auténticas canteras de talentos estas de las que salieron nuevos emprendedores que replicaron sus pasos, aunque también se nutrió de ellas la política, junto a ambos, por ejemplo, Manuel Pizarro, Pedro Guerrero, Ignacio Garralda, Salvador García-Atance, Juan Carlos Ureta…
Una brillante etapa de la que se habló después, y mucho, por su buen hacer –como gestor al frente del área de Mercado de Capitales del Banco Urquijo y después como presidente de la agencia de valores Beta Capital–, y con la que ganó dinero y amasó contactos. En pocos años cambió el parqué por la moqueta de los despachos. Y no precisamente de los «no vips». Más bien todo lo contrario. Una agenda repleta de nombres bien conectados con el entonces Partido Popular de José María Aznar y Rodrigo Rato, salvoconducto directo al sillon presidencial de alguna empresa pública. Y dicho y hecho. Poco tiempo después, y por mediación de su gran amigo, también paisano, de nuevo Manuel Pizarro –que recalaría a su vez en Endesa, González y Alierta fueron designados en 1996 –año de la victoria popular– para comandar otras dos compañías públicas: el primero, Argentaria; y el segundo, Tabacalera.
Su paso por la antigua tabaquera de bandera española fue el que tenía que ser en aquel momento, cuando el sector estaba inmerso en pleno proceso de consolidación dado el declive del consumo de tabaco en el mundo salvo en el mercado de puros, en el que Alierta colocó a la compañía como líder mundial. El «mañico» se dedicó a sanear las cuentas. Cerró fábricas, recortó gastos y se encargó de fusionarla con la francesa Seita, lo que dio lugar a la aún actual Altadis.
Pero en medio de esa perfecta gestión se cruza la única mancha –o «mayor» para algunos, porque más recientemente su nombre aparecía en la investigación sobre el patrimonio de Rato, como socio del exvicepresidente del Gobierno en un hotel de Berlín– en el currículo profesional de Alierta: el llamado caso Tabacalera, por el que fue juzgado en 2016, junto a su sobrino, Luis Javier Placer Mendoza, por usar información privilegiada para invertir en Bolsa. Pero... los hechos habían prescrito.
Salto a Telefónica
Su salto a Telefónica fue más que un golpe de buena suerte, que también. Fue un cruce perfecto de factores, porque si en la primera ronda fue el compañero de pupitre de Aznar en el Colegio del Pilar–, Juan Villalonga, el elegido en la presidencia de la compañía, las poco correctas andanzas de este le pusieron en el disparadero, en medio de un nuevo proceso electoral, el del año 2000. El escándalo de los planes de 'stock options' para directivos, el intento de fusionar a la operadora española con una empresa pública holandesa –KPN–, en contra además del núcleo duro y de buena parte de los independientes del consejo, y su estilo propenso al espectáculo –poco adecuado en época de decisiones «generales» de voto–, sentenciaron a Villalonga, si bien la gota que colmó el vaso de la paciencia del presidente Aznar fue que aquel dejase a su mujer, Concha Tallada, íntima amiga de este último, Ana Botella, por la miss mexicana, Adriana Abascal.
Así, sólo cuatro años después de aterrizar en Tabacalera, saltó al olimpo del Ibex al sustituir por sorpresa –una vez más gracias a Rato– al presidente de una Telefónica ya privatizada pero que seguía con la acción de oro en manos del Gobierno, y a pesar de que muchos entonces dudaban de sus conocimientos sobre un sector llamado a ser el motor futuro de la nueva economía.
Sin embargo, se hizo rápido con el manejo del nuevo sector tanto como con el poder empresarial que logró desplegar a través de la multinacional española. Ese que abre despachos de políticos y gobernantes, dentro y fuera de nuestras fronteras, y no de una única corriente ideológica, a diferencia de Pizarro o González, más abiertamente «liberales».
Alierta cuidó tanto sus relaciones con la élite política, tirando sin pudor de las llamadas y polémicas puertas giratorias, y con independencia total de sus querencias, que firmó a lo largo de todo su reinado diversos fichajes, ruidosos, unos, y controvertidos otros, de uno y otro lado del hemiciclo español.
Así, fuera por fidelidad o por mantenerse a bien con el poder de turno, en la teleco encontraron sitio en su momento de la órbita de los populares, Elvira Fernández (esposa de Mariano Rajoy), Iván Rosa Vallejo (marido de Soraya Sáenz de Santamaría), Elvira Aznar (hermana del expresidente), Eduardo Zaplana, e incluso los propios Rato o Pizarro; mientras que entre los socialistas también encontraban su hueco en la operadora, el exsecretario de las Juventudes Socialistas Javier de Paz; Javier Nadal, ex director general de Telecomunicaciones, o Narcís Serra, exvicepresidente del Gobierno, así como Trinidad Jiménez. Además, su buenísima relación con la Casa Real –sobre todo por su amistad con el Rey Don Juan Carlos– propició el también polémico fichaje de Iñaki Urdangarin, como consejero y presidente de la Comisión de Asuntos Públicos de Telefónica en Latinoamérica y EE.UU. a mediados de 2009, permitiendo a los Duques de Palma desplazarse al otro lado del charco a las puertas de la investigación del caso Nóos.
No obstante, el paso de Alierta por Telefónica dejaba tras su marcha, en 2016, una compañía mucho más grande y más diversificada, geográfica y estratégicamente, con un pesado lastre sí –el de su abultada deuda–, pero con unos firmes pilares para que su sucesor afrontara con total garantía la nueva era de las telecomunicaciones.
Proyectos solidarios
Años después, hasta hoy, y lejos ya per se de aquella etapa de poder y lujo, Alierta, que presidía desde entonces la Fundación Telefónica, vivió volcado en proyectos solidarios, entre los que destaca ProFuturo, codo con codo con el que se convirtió, desde que se conocieran a finales de la década de 2000, en uno de sus más grandes amigos, el Papa Francisco. «Solo pretendo humildemente ayudar al Papa a hacer un mundo mejor», confesaba. Un cambio de mentalidad producto en gran parte, dicen sus más allegados, de la crisis personal que sufrió tras la muerte en 2015 por una enfermedad pulmonar de su esposa, Ana Cristina Placer.
Fue precisamente en el funeral de su mujer cuando Alierta compartió con sus paisanos y amigos –entre ellos, Pizarro y Amado Franco, expresidente de Ibercaja– la firme promesa de reinventarse y centrarse en labores solidarias, tras compartir con ellos grandes momentos y episodios muy tristes relacionados con la que fue su compañera de viaje durante 50 años de casados: «La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma», dijo en su emotiva y amarga despedida. Algo así pasa con el poder más allá de la empresa. Alierta, D. E. P.
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